miércoles, 22 de mayo de 2013

Ezra Pound: Cantos pisanos (1)

Si hay una Obra –con mayúscula– en la poesía del siglo XX, esa es, sin lugar a dudas, The Cantos de Ezra Pound. Compuestos a lo largo de más de cincuenta años, constituyen un compendio del saber universal, abarcando desde las clásicas Grecia y Roma hasta las culturas orientales como la china y la japonesa. La primera serie, A Draft of XVI Cantos, se publica en 1925 –aunque ya llevaba trabajando en ella desde 1905–; la última, en 1969. The Cantos está constituido por 117 secciones o cantos. 
Con esta obra, pretende construir Pound un poema épico que abarque toda la historia del hombre; no se limita a un solo pueblo, es la Humanidad quien le interesa:. No se limita a una lengua, la inglesa, sino que incluye otras (alemán, italiano, latín, griego clásico, español, incluso, ideogramas chinos), aunque él mismo reconozca que los términos extranjeros “refuerzan el texto, pero raramente añaden algo no formulado en inglés”. Algunos críticos han querido ver un paralelismo entre The Cantos y la Divina Comedia, pero, si puede haber una división tripartita, su técnica es más la del contrapunto, unos temas alternándose con otros; y además está la repetición de ciertos temas a lo largo de la obra (recuerdos de infancia y juventud, viajes, amistades, el arte, las referencias literarias, ideas políticas, el rechazo de determinadas prácticas económicas...).
Si en A Draft of XXX Cantos –reunión de dos sus primeros libros– se contiene en gran medida sus referencias al mundo mediterráneo, su civilización, su cultura, en The Fifth Decad of Cantos se encuentran sus más duras diatribas contra la usura como raíz de todo mal y toda corrupción, contra la plusvalía y la emisión desmedida de papel moneda. Esta beligerancia le ha acarreado la acusación de antisemita, quizá bastante injustamente, pues los “defectos” por él señalados no los focalizó en los judíos. De hecho, contó con la amistad y admiración de poetas judíos como Allen Ginsberg. A pesar del contenido polémico de algunos cantos, prima  la gran belleza de su poesía, su fuerza, la imaginación, enmarcados en un escenario histórico que le sirve de mera apoyatura temática. En su poesía late una fidelidad  a la condición humana, tanto en sus aspectos individuales como comunitarios. 
Precisamente el tema de los que sólo se interesan por su provecho personal a costa del trabajo ajeno, es una de sus constantes. Mas también plantea el Cheng Ming: Cheng es la honradez, la claridad, la definición precisa de la palabra; Ming es la claridad central de la inteligencia, la comprensión (lector exhaustivo de Confucio, conocía a fondo las Analectas, que en varias ocasiones parafraseará). Propone también la constante renovación de todo; lo ve todo como un fluir (basado en ese panta rei heraclitiano), lo esencial de la naturaleza es su eterna creación (esto le granjeó la admiración de los Beat).
Si acude a palabras o frases foráneas, es porque sostiene que en cada idioma se han expresado ideas o versos de forma tan definitiva que no es posible mejorarlos; por eso, hay que repetir el original. Porque concibe la labor de poeta, al igual que la del músico, como la del buscador de las máximas realizaciones del hombre. La misión de todo artista es la de “inventar” –invento, en su acepción de encontrar– la realidad. Y que mejor búsqueda que aquella que se realiza por medio de la Belleza, el Amor y, como contrario ineludible, la Muerte. Se referirá a la diosa del amor en sus variados atributos: Afrodita como Citera potens, Gea, la Madre Tierra, la Belleza Terrible (que el hombre teme en las bacantes).
Los Cantos Pisanos los inicia en su prisión en 1945 (primero en una jaula; luego en la enfermería). Acusado de traición a la patria –sus alocuciones desde Radio Roma trataban de convencer a los americanos para que no intervinieran en la Guerra Mundial del lado de los aliados–, fue internado en el Centro de Instrucción Penitenciaria próximo a Pisa. Los concluirá dos años después, mientras estaba recluido en el hospital psiquiátrico de Saint Elizabeth, en Washington (donde estará doce años). Publicados en 1948, recibirán en 1949 en premio de la Biblioteca del Congreso de Washington, lo que desata una agria polémica. En el jurado que le concedió el premio, estaban Wystan Hugh Auden y Archibald McLeish (éste –junto con escritores, abogados, políticos– fue el que inició una campaña en su favor. Y así se revisó su caso, se le retiró la acusación de traición y se le puso en libertad). Gracias al contacto con los anteriores, y con otros como Zukofsky o Ginsberg, y sus visitas, la reclusión se le hará más llevadera.
Los Cantos Pisanos están constituidos por once cantos, desde el LXXIV al LXXXIV. Es la parte más conmovedora de The Cantos por lo que hay de experiencia personal y emoción íntima. También poseen una mayor unidad; los temas aparecen en un canto, retornan en otro, se combinan, se organizan en contrapunto. Siendo imposible abarcar todo su contenido, veremos algunos aspectos de ellos.
El canto LXXIV es el más largo y denso de toda la serie de los Cantos pisanos. Los temas tratados son múltiples. Hay referencias a su situación personal del presente, a su reclusión, al paisaje que puede contemplar: “y había un olor de menta bajo las aletas de la tienda / particularmente después de la lluvia / y un buey blanco en el camino de Pisa”; “Un lagarto me tenía en vilo / las aves del campo no querían comerse el pan blanco”. Nombra tanto a escritores, Joyce –de quien fue un apoyo entusiasta– como a personajes históricos, Mussolini, Lenin o Stalin. Reflexiona sobre la libertad y la justicia económica, con sus diatribas contra la usura: “la flota de Salamina construida con el dinero prestado por el estado a los armadores”. Recuerda a los héroes italianos renacentistas, a los Padres de la Patria americanos (Adams, Jefferson), a quienes admira. Añora los años precedentes en Londres, Paris, Venecia, llenos de actividad intelectual, de lecturas, amistades, viajes. Las lecturas de Confucio y sus Analectas están presentes: “Estudiar mientras las alas blancas del tiempo pasan /  ¿acaso no es esa nuestra delicia / tener amigos que vienen de países lejanos / no es ese el placer /  el no importarnos que no se nos anuncie con clarines?”
El canto constituye un proceso de reconocimiento, con clave en la cita homérica, “soy ninguno, me llamo ninguno”. Ese “nadie” en el que insiste: “un hombre para quien el sol se ha puesto / ni el diamante ha de morir en el alud  /  por ser arrancado de su engarce / pues primero ha de destruirse antes de que otros lo destruyan”. Al “nadie” de Odiseo se suma también el panta rei heraclitiano: nada permanece, todo fluye. Las referencias clásicas son abundantes; lugares, pasajes literarios (Homero, Ovidio, Dante), leyendas, dioses clásicos y personajes mitológicos: Démeter, Atenea, Zeus, Europa, Minos, Circe, Eneas, Afrodita (Citera). También nombres orientales como el Fujiyama, monte sagrado de la religión sintoísta. El canto lleno de referencias, citas, vivencias personales, datos históricos, ideas, reflexiones, expresado formalmente con gran riqueza y variedad poética, es un todo un proyecto de anagnórisis, tanto artística como personal, en lo intelectual mas también en lo humano.
Tras el brevísimo canto LXXV, donde incluye la partitura del motete de Janequin, Les Oiseaux, en el canto LXXVI enlaza pasado y presente, y establece paralelismos entre héroes de la antigüedad y sus amigos y compañeros. Atraviesa este canto un cierto tono de serenidad: “Y el sol alto en el horizonte escondido en un banco de nubes / iluminó de azafrán el borde de la nube / dove sta memora”. Recuerda su recorrido a pie por caminos franceses: “la torre sobre una base triangular / como se ve desde la iglesia de santa Marta en Tarascón”. Acepta su situación, lo que le ha deparado el destino: “Tout dit que pas ne dure la fortune”. Rebate a Baudelaire: “Le Paradis n’es pas artificiel / Los estados mentales no son inexplicables”. Hay referencias a personajes de la Biblia, al Levítico o a las cartas de san Pablo. Y, como no, una cita de Joyce, que le sirve de apoyo en sus críticas a la corrupción económica: “y si el hurto es el principal objeto del gobierno / ... / habrá latrocinio en escala menor”.  El final es un lamento por lo que ocurre en el mundo: “¡ay de los que conquistan con ejércitos / y cuyo solo derecho es su fuerza!”

© Copyright Rafael González Serrano

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