
Si hay una Obra –con mayúscula–
en la poesía del siglo XX, esa es, sin lugar a dudas, The Cantos de Ezra
Pound. Compuestos a lo largo de más de cincuenta años, constituyen un compendio
del saber universal, abarcando desde las clásicas Grecia y Roma hasta las
culturas orientales como la china y la japonesa. La primera serie, A Draft
of XVI Cantos, se publica en 1925 –aunque ya llevaba trabajando en ella
desde 1905–; la última, en 1969. The Cantos está constituido por 117
secciones o cantos.
Con esta obra, pretende construir Pound un poema épico que
abarque toda la historia del hombre; no se limita a un solo pueblo, es la
Humanidad quien le interesa:. No se limita a una lengua, la inglesa, sino que
incluye otras (alemán, italiano, latín, griego clásico, español, incluso,
ideogramas chinos), aunque él mismo reconozca que los términos extranjeros
“refuerzan el texto, pero raramente añaden algo no formulado en inglés”.
Algunos críticos han querido ver un paralelismo entre The Cantos y la Divina
Comedia, pero, si puede haber una división tripartita, su técnica es más la
del contrapunto, unos temas alternándose con otros; y además está la repetición
de ciertos temas a lo largo de la obra (recuerdos de infancia y juventud,
viajes, amistades, el arte, las referencias literarias, ideas políticas, el
rechazo de determinadas prácticas económicas...).
Si en A Draft of XXX Cantos
–reunión de dos sus primeros libros– se contiene en gran medida sus referencias
al mundo mediterráneo, su civilización, su cultura, en The Fifth Decad of
Cantos se encuentran sus más duras diatribas contra la usura como raíz de
todo mal y toda corrupción, contra la plusvalía y la emisión desmedida de papel
moneda. Esta beligerancia le ha acarreado la acusación de antisemita, quizá
bastante injustamente, pues los “defectos” por él señalados no los focalizó en
los judíos. De hecho, contó con la amistad y admiración de poetas judíos como
Allen Ginsberg. A pesar del contenido polémico de algunos cantos, prima la gran belleza de su poesía, su fuerza, la
imaginación, enmarcados en un escenario histórico que le sirve de mera
apoyatura temática. En su poesía late una fidelidad a la condición humana, tanto en sus aspectos
individuales como comunitarios.
Precisamente el tema de los que
sólo se interesan por su provecho personal a costa del trabajo ajeno, es una de
sus constantes. Mas también plantea el Cheng Ming: Cheng es la honradez, la
claridad, la definición precisa de la palabra; Ming es la claridad central de
la inteligencia, la comprensión (lector exhaustivo de Confucio, conocía a fondo
las Analectas, que en varias ocasiones parafraseará). Propone también la
constante renovación de todo; lo ve todo como un fluir (basado en ese panta rei
heraclitiano), lo esencial de la naturaleza es su eterna creación (esto le
granjeó la admiración de los Beat).
Si acude a palabras o frases foráneas, es porque sostiene
que en cada idioma se han expresado ideas o versos de forma tan definitiva que
no es posible mejorarlos; por eso, hay que repetir el original. Porque concibe
la labor de poeta, al igual que la del músico, como la del buscador de las
máximas realizaciones del hombre. La misión de todo artista es la de “inventar”
–invento, en su acepción de encontrar– la realidad. Y que mejor búsqueda que
aquella que se realiza por medio de la Belleza, el Amor y, como contrario
ineludible, la Muerte. Se referirá a la diosa del amor en sus variados
atributos: Afrodita como Citera potens, Gea, la Madre Tierra, la Belleza
Terrible (que el hombre teme en las bacantes).
Los Cantos Pisanos los
inicia en su prisión en 1945 (primero en una jaula; luego en la enfermería).
Acusado de traición a la patria –sus alocuciones desde Radio Roma trataban de
convencer a los americanos para que no intervinieran en la Guerra Mundial del
lado de los aliados–, fue internado en el Centro de Instrucción Penitenciaria
próximo a Pisa. Los concluirá dos años después, mientras estaba recluido en el
hospital psiquiátrico de Saint Elizabeth, en Washington (donde estará doce
años). Publicados en 1948, recibirán en 1949 en premio de la Biblioteca del
Congreso de Washington, lo que desata una agria polémica. En el jurado que le
concedió el premio, estaban Wystan Hugh Auden y Archibald McLeish (éste –junto
con escritores, abogados, políticos– fue el que inició una campaña en su favor.
Y así se revisó su caso, se le retiró la acusación de traición y se le puso en
libertad). Gracias al contacto con los anteriores, y con otros como Zukofsky o
Ginsberg, y sus visitas, la reclusión se le hará más llevadera.
Los Cantos Pisanos están
constituidos por once cantos, desde el LXXIV al LXXXIV. Es la parte más
conmovedora de The Cantos por lo que hay de experiencia personal y
emoción íntima. También poseen una mayor unidad; los temas aparecen en un
canto, retornan en otro, se combinan, se organizan en contrapunto. Siendo
imposible abarcar todo su contenido, veremos algunos aspectos de ellos.
El canto LXXIV es el más largo y
denso de toda la serie de los Cantos
pisanos. Los temas tratados son múltiples. Hay referencias a su situación
personal del presente, a su reclusión, al paisaje que puede contemplar: “y
había un olor de menta bajo las aletas de la tienda / particularmente después
de la lluvia / y un buey blanco en el camino de Pisa”; “Un lagarto me tenía en
vilo / las aves del campo no querían comerse el pan blanco”. Nombra tanto a
escritores, Joyce –de quien fue un apoyo entusiasta– como a personajes
históricos, Mussolini, Lenin o Stalin. Reflexiona sobre la libertad y la
justicia económica, con sus diatribas contra la usura: “la flota de Salamina
construida con el dinero prestado por el estado a los armadores”. Recuerda a
los héroes italianos renacentistas, a los Padres de la Patria americanos
(Adams, Jefferson), a quienes admira. Añora los años precedentes en Londres,
Paris, Venecia, llenos de actividad intelectual, de lecturas, amistades,
viajes. Las lecturas de Confucio y sus
Analectas están presentes: “Estudiar mientras las alas blancas del tiempo
pasan / ¿acaso no es esa nuestra delicia
/ tener amigos que vienen de países lejanos / no es ese el placer / el no importarnos que no se nos anuncie con
clarines?”
El canto constituye un proceso de
reconocimiento, con clave en la cita homérica, “soy ninguno, me llamo ninguno”.
Ese “nadie” en el que insiste: “un hombre para quien el sol se ha puesto / ni
el diamante ha de morir en el alud
/ por ser arrancado de su engarce
/ pues primero ha de destruirse antes de que otros lo destruyan”. Al “nadie” de
Odiseo se suma también el panta rei heraclitiano: nada permanece, todo fluye.
Las referencias clásicas son abundantes; lugares, pasajes literarios (Homero,
Ovidio, Dante), leyendas, dioses clásicos y personajes mitológicos: Démeter,
Atenea, Zeus, Europa, Minos, Circe, Eneas, Afrodita (Citera). También nombres
orientales como el Fujiyama, monte sagrado de la religión sintoísta. El canto
lleno de referencias, citas, vivencias personales, datos históricos, ideas,
reflexiones, expresado formalmente con gran riqueza y variedad poética, es un
todo un proyecto de anagnórisis, tanto artística como personal, en lo
intelectual mas también en lo humano.
Tras el brevísimo canto LXXV,
donde incluye la partitura del motete de Janequin, Les Oiseaux, en el canto
LXXVI enlaza pasado y presente, y establece paralelismos entre héroes de la
antigüedad y sus amigos y compañeros. Atraviesa este canto un cierto tono de
serenidad: “Y el sol alto en el horizonte escondido en un banco de nubes /
iluminó de azafrán el borde de la nube / dove sta memora”. Recuerda su
recorrido a pie por caminos franceses: “la torre sobre una base triangular /
como se ve desde la iglesia de santa Marta en Tarascón”. Acepta su situación,
lo que le ha deparado el destino: “Tout dit que pas ne dure la fortune”. Rebate
a Baudelaire: “Le Paradis n’es pas artificiel / Los estados mentales no son
inexplicables”. Hay referencias a personajes de la Biblia, al Levítico o a las
cartas de san Pablo. Y, como no, una cita de Joyce, que le sirve de apoyo en
sus críticas a la corrupción económica: “y si el hurto es el principal objeto
del gobierno / ... / habrá latrocinio en escala menor”. El final es un lamento por lo que ocurre en
el mundo: “¡ay de los que conquistan con ejércitos / y cuyo solo derecho es su
fuerza!”
© Copyright Rafael González Serrano
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