Sebastián en sueño aparece publicado en 1915, tras la muerte de
Georg Trakl (Salzburgo, 1887) después de haber ingerido una sobredosis de
cocaína en 1914, estando internado en un hospital psiquiátrico en Cracovia
(había participado como teniente sanitario en el frente de guerra). A esta
edición póstuma le seguirán títulos como El
otoño del solitario, Séptuple cántico
de la muerte o Canto del retraído,
también conocido en versión española como Canto
del fragmentado (los títulos de sus libros a veces reciben diferente
traducción como el mismo Sebastián en
sueño, también llamado en español Sebastián
en sueños, o denominado con el más inverosímil título de El sueño de Sebastián).
En vida había publicado
únicamente un sólo poemario titulado precisamente Poemas (1913). En este texto ya aparece reflejada buena parte de
la temática de su obra: el atardecer y el sueño, el crepúsculo y el otoño, la
melancolía y el paisaje, la noche y el silencio, la música y la ruina, los
animales carroñeros (ratas, cuervos), el alma y el invierno. Son todos estos
los temas que manifiestan el sentido de una poesía grave, angustiada, envuelta
en una atmósfera de tonos oscuros donde el azul es un referente casi obsesivo.
Su poética se funda en lo nocturno, lo otoñal como acabamiento y la muerte,
fruto de una vida atormentada: adicto a las drogas y el alcohol, con relaciones
incestuosas con su hermana Gretl (atracción y culpa aunados), sufriendo crisis
psíquicas (la última de las cuales le llevará al internamiento y el suicidio).
En el poema Sebastián en sueño (es uno de los poemas que constituyen el libro
al que da título) puede encontrarse una referencia a su iniciación a la droga
–se ha dicho que de la mano de su propia madre, opiómana-: “La madre llevaba al
niño a la blanca luna, / a la sombra del nogal, del viejísimo saúco, / ebria
del jugo de la adormidera”. Ya en el poema El
sueño, publicado en la revista Der Brenner, hablaba de manera explícita: “¡Malditos
oscuros venenos / blanco sueño! / Este jardín extravagante / de árboles crepusculares
/ lleno de serpientes, mariposas nocturnas, / arañas, murciélagos.” En Sebastián en sueño hay también una
referencia a supuestos intentos de suicidio en su niñez: “También oscuro el día
del año, triste infancia, / cuando el muchacho a frescas aguas, peces
argénteos, suave descendía, / serenidad y faz; / cuando pétreo se arrojó ante
furiosos potros negros / en noche gris vino sobre él su estrella.” La
melancolía recorre Infancia: “A
lágrimas / conmueve la vista del ruinoso cementerio en la colina, / recuerdo de
leyendas narradas.” La Canción de las
horas narra el transcurrir desde la vida y el erotismo –“En rígidas
tinieblas / se enlazan delicados los brazos anhelantes”- hasta la consumación
–“en el jardín crepuscular paso y reposo del muchacho muerto”-. La extrañeza,
la sensación de no pertenecer a este mundo se manifiesta en Canción de Kaspar Hauser.
El mundo simbólico de Georg Trakl
contiene diversas figuras. Una e ellas es Elis, puede que un trasunto del
muerto vivo, un dios sacrificado, como Dionisos o Cristo. En el poema Al muchacho Elis escribe: “tú entras con
tiernos pasos en la noche / que cuelga cargada de uvas purpúreas / .... / Oh,
hace tanto tiempo, Elis, que has muerto”; para finalizar: “Sobre tus sienes
gotea negro rocío / el último oro de estrellas declinantes.” Ya, antes, en Poemas estaba la figura de Helian que
recuerda a Helios o a Hiperion. Kaspar Hauser es el muchacho sin habla, carente
de pasado y, por tanto, el perfecto extraño en el mundo (“Argéntea se abatió la
cabeza del nunca nacido.”). Sebastián es otro “yo”, ya por las claras alusiones
a su biografía ya por ser un evidente símbolo del sufrimiento (como el mártir
San Sebastián).
No se puede negar –como algunos
lo han intentado- el contenido religioso de bastantes poemas de Trakl, con referencias más que evidentes. Así ocurre en Sebastián en sueño: “Paz del alma.
Solitaria tarde de invierno /... Noche
Santa”; “de la mano dura del padre / silente el lúgubre monte Calvario subía”;
“Rosa campana de Pascua ...” Y también el ángel, ese espíritu aparentemente
protector pero realmente inquietante: “y al muchacho se aparecía suave su ángel
rosado.” O con tono definitivo concluye: “cuando en la sombra de Sebastián
sucumbió la voz argéntea del ángel.” Este sentimiento religioso seguramente no
estará alejado de cierto sentido de culpa –ante el incesto-, y de obsesiones, como
la pérdida de la inocencia (presente en Infancia
y en otros poemas como Pasión).
Una característica peculiar de
Trakl es el uso de los colores. Es reiterado, constante, excesivo. No
corresponde a nuestros códigos habituales de la realidad. Es notable, sobre
todo, el uso del azul. Así, por ejemplo, en Infancia
hay “agua azul”, “venado azul”, “frutos azules”, “calma azul”; atribuye la
cualidad tanto a nombres concretos como abstractos. Para él, este color no
parece tener el significado de lo espiritual o del anhelo, sino más bien de lo
negativo: la desgracia, el dolor, el mal. El argénteo, el púrpura, el amarillo,
el negro, el rosado, el gris son frecuentes. La reiteración de adjetivos de
cualidad, de imágenes, de situaciones, de figuras constituye una técnica de
insistencia en lo sustancial; pero, al realizarse con múltiples variaciones,
impide que pueda haber una
interpretación unívoca. La combinación de imágenes supuestamente ajenas entre
sí, sugiere un territorio poético donde parece que todo ocurriese
simultáneamente.
La poesía de Trakl es una
exploración de los límites de la realidad, una búsqueda a la par que una
disolución del sentido. Una búsqueda dolorosa, pues en sus poemas late un
sufrimiento intenso. La reiteración verbal, las imágenes desconcertantes, son
una estrategia tan voluntaria como casual por descifrar un mundo
incomprensible, una realidad fragmentaria donde todo referente sólido se halla
suspendido. El uso de una palabra enraizada en el silencio permite vislumbres,
aproximaciones, tanteos; por ello, el poeta debe balbucir, susurrar. Una lengua
poética desconcertada no puede ser sino vaga, operar mediante sospechas, sin
certidumbres. No puede explicar sino sugerir; de ahí que acuda a los colores,
las formas, las sensaciones. Ya que las palabras, por su ambigüedad, por no poder nombrar con exactitud lo real,
tienden a confundir la vida, a ésta sólo le restará la sombra y el silencio.
© Copyright Rafael González Serrano
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