Previa a la primera parte, se
encuentra una cita de un texto de Petronio. En él, la Sibila, ante la pregunta
que se le formula, responde: “quiero morir”. A pesar de simbolizar la mujer
sabia que predice el futuro, en sus palabras sólo encontramos el dolor de la
vida.
I.- El entierro de los muertos.
La obra se inicia con unos versos
–“Abril es el mes más cruel, criando / lilas de la tierra muerta, mezclando /
memoria y deseo, removiendo / turbias raíces con lluvia de primavera”– en donde
la posibilidad de una regeneración primaveral se trunca. Al menos, “el invierno
nos mantenía calientes, cubriendo / tierra con nieve olvidadiza”. El hombre
sólo conoce lo destruido: “¿Cuáles son las raíces que se aferran, qué ramas
crecen / de esta pétrea basura?” La vida es simplemente “una sombra caminando
detrás de ti por la mañana” (en la juventud), y “una sombra subiendo a tu
encuentro por la tarde” (en la vejez). Un marinero interpela a un antiguo
compañero: “Ese cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín, / ¿ha
empezado a retoñar? ¿Florecerá este año?”, dudando de la opción de que esa
tierra estéril florezca.
Presenta también en esta primera
parte la figura de Madame Sesostris, “famosa vidente”, para introducir algunos
referentes posteriores: el Marinero fenicio, el Hombre Ahorcado (imagen del rey
sacrificado), el círculo dantesco... Acude Eliot al tarot tanto como elemento
interpretativo de una realidad arcana, como visión irónica de una época donde
la fe se ha sustituido por supersticiones (la vidente es “la mujer más sabia de
Europa”). Si a lo largo de esta primera parte ya había introducido citas en
alemán, la termina con el baudeleriano: “¡Tu! hypocrite lecteur! –mon
semblable, –mon frère!”
II.- Una partida de ajedrez.
La banalidad de lo cotidiano, la
falta de sentido de la existencia, la resignación, la apatía, se muestran por medio de varias figuras femeninas en esta
parte. Desde la clásica Filomena (de Las
Metamorfosis) violada y convertida en ruiseñor, hasta la narración de los
hábitos cotidianos vacíos de esa Lil (con cinco hijos, un aborto reciente y que
aguarda al marido que está en la guerra); o la reproducción de un diálogo
revelador sobre la incomunicación: “Dime algo. ¿Por qué nunca me dices nada?
Habla. / ¿En qué piensas? ¿Qué piensas? ¿Qué? / Nunca sé en qué estás pensando.
Piensa.” Bascula esta parte entre un lenguaje más barroco y elaborado, al
inicio, y la reproducción de las conversaciones vulgares. La atmósfera de las
escenas, con protagonistas femeninos, es asfixiante y depresiva. La única
salida es que: “jugaremos una partida de ajedrez, / apretando ojos sin párpados
y aguardando un golpe en la puerta.”
III.- El sermón del fuego.
La tercera parte, quizá sólo
superada por la quinta en complejidad simbólica, se articula en torno a varias
voces. En primer lugar está la figura del rey pescador (alusión al ciclo
artúrico), que medita –mientras que “una rata se deslizó suavemente entre la
vegetación / arrastrando su panza fangosa por la orilla”– sobre la ruina, ante
un río Támesis trasunto de la decadencia y la muerte. Está también el mercader
de Esmirna, representante del mundo comercial; luego aparece, fundamental, la
figura de Tiresias.
Es éste el mudo testigo, “a la
hora violeta”, del encuentro sexual entre la mecanógrafa (rodeada de elementos
sórdidos: “medias, zapatillas, fajas y cubrecorsés”) y el joven forunculoso, que llega en el
momento propicio, pues ella está “aburrida y cansada”. Tras el acto sexual, sin
pasión ni goce, puro acto mecánico ejecutado por seres indiferentes, “ella se
vuelve a mirarse un momento en el espejo, / sin darse cuenta de que se fue su
amante”, para acabar diciéndose: “Bueno,
ahora ya está: y me alegro de que haya pasado”.
Tiresias es una figura en la que
pone el acento el propio Eliot en sus notas. Es el personaje que reúne en sí la
condición masculina y femenina; por tanto, es un elemento unificador. Por otro
lado, a pesar de ser ciego –por la acción vengadora de Juno–, es también
adivino y, en consecuencia, unifica pasado, presente y futuro. Es una figura
globalizadora en la que se simboliza la identificación de voces plurales y el
eje del tiempo.
En la parte final, las hijas del
Támesis cantan su canción: “El río suda / petróleo y alquitrán / las gabarras
van a la deriva...”, y traen el tema de la infidelidad de la reina (el
adulterio como causa de los males enlaza de nuevo con el mito artúrico).
Concluye esta parte con la cita –completada en las notas– de San Agustín: “A
Cartago llegué entonces”, a las que se añaden las palabras de Buda en El sermón del fuego y otras de San
Agustín de Las Confesiones.
IV.- Muerte por agua.
Es la parte más breve. Presenta a
Philebas, el mercader fenicio, muerto. Ya “olvidó el clamor de gaviotas, y el
hincharse del hondo mar / y las ganancias y las perdidas.” Es el acabamiento
que a todos nos aguarda; y, en consecuencia, con la muerte llega también el
olvido. Pero no es el final definitivo; para Eliot, la muerte por agua puede
simbolizar –como en otras culturas– el
inicio de un nuevo ciclo, la regeneración surgida del fin.
V.- Lo que dijo el trueno.
Eliot, otra vez, en sus notas nos
indica los temas tratados: el viaje a Emáus, el acercamiento a la Capilla
Peligrosa y el hundimiento de la Europa oriental. Por el primero está
manifiesta la desesperación de los apóstoles por la muerte de Cristo, aunque la
imagen del “tercero que camina siempre a tu lado” pudiera referirse a la
presencia consoladora del resucitado. La decadencia de Europa oriental se
plasma en “esas hordas encapuchadas pululando / por llanuras sin fin.” Y si esa
Europa ha caído en el abismo, lo mismo le podría acontecer a “Jerusalén Atenas
Alejandría / Viena Londres”, centros de la cultura universal.
El trueno es un símbolo más de la
esterilidad –“seco trueno estéril sin lluvia”–. Continúa con una angustiosa y
desesperanzada visión de la realidad: “Si hubiera roca / y también agua /... /
si hubiera ruido del agua sólo /... /
pero no hay agua.” El elemento salvador lo introduce el autor al citar
los Upanishad –libros sagrados del hinduismo–, donde se ofrece la liberación de
la soledad individual (“he oído la llave / girar en la puerta”, “cada cual en
su cárcel / pensando en la llave”), a través de los pasos Da, Simpatiza,
Gobierna. Así es que, a pesar de que “el Puente de Londres se cae se cae se
cae”, se concluye con un “Shantih shantih shantih”, la Paz que supera a toda
comprensión, en palabras del propio Eliot.
La tierra baldía, la tierra
yerma, es el mundo inhóspito y decadente en el que Eliot sitúa su poema (no hay
que olvidarse de cuándo esta escrito: periodo de entreguerras, tras el desastre
de la Gran Guerra). La vida del hombre carece de sentido, se ha perdido la
finalidad trascendente (él mismo dice que los dioses son ya sólo la Usura, la
Lujuria y el Poder). Los seres pululan abandonados, ejecutando actos mecánicos,
vagando por las calles ruinosas –ese Londres descrito tan minuciosamente– de un
mundo que se derrumba.
Las referencias culturales son
prolijas, no por vano culturalismo sino por reflejar cuáles son los referentes
múltiples, de origen diverso, complejos, más que de una civilización casi
cabría decir que de buena parte de la historia del hombre. Así lo mismo utiliza
el ciclo artúrico pagano que la religiosidad cristiana, la mitología clásica que
el misticismo oriental; o emplea citas de Ovidio o Dante, de Shakespeare o
Baudelaire, de San Agustín o Buda; o acude a los estudios de Frazer o Weston.
La complejidad existencial se traslada al texto haciendo que introduzca citas
en alemán, francés, italiano en un empeño totalizador. Junto a referencias
intelectuales, se encuentran pasajes donde retrata la vida cotidiana,
incluyendo sus aspectos más sórdidos (callejones, canales, tabernas). La
pluralidad de recursos formales –metáforas, imágenes, citas, paralelismos,
reiteraciones, variaciones rítmicas, onomatopeyas...– contribuye a representar
–y reproducir– un mundo en decadencia. La acumulación de imágenes y símbolos
nos ofrece la visión de un hombre desfondado deambulando por una tierra
estéril.
© Copyright Rafael González Serrano
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