Jules
Supervielle (Montevideo, 1884) publica El
forzado inocente en 1930. A pesar de su lugar de nacimiento, sus orígenes
son franceses por serlo sus padres, aunque quedó huérfano a los ocho meses y
fue criado por sus tíos. Además, toda su producción literaria será en francés.
Ya había publicado antes Poemas
(1919), Muelles (1920) o Gravitaciones (1925), aparte de otros
libros juveniles. Le seguirán Amigos
desconocidos (1934), La fábula del
mundo (1938), Memoria olvidadiza
(1949) o El cuerpo trágico (1959).
Autor también en prosa escribió obras teatrales, memorias o novelas como El hombre de la pampa (1923), El ladrón de niños (1926) o El superviviente (1928). Murió en Paris
en 1960.
El
forzado inocente
consta de diez secciones de diversa extensión. Dos de ellas –Oloron-Sainte-Marie
y Asir– fueron publicadas como libros
independientes en 1927 y 1928. La temática varia de una sección a otra: así la
muerte se halla presente en Oloron-Sainte-Marie,
la imposibilidad de la posesión en Asir,
el misterio y el anhelo de vivir en Detrás
del silencio, el aspecto conflictivo de la identidad en Rupturas, la angustia en Miedos o la confrontación con el mundo
adulto en La niña recién nacida.
Ya desde el
título se asiste a la armonización de contarios (el oxímoron de El forzado –o “condenado” o “culpable”–
inocente está constituido por una pareja de antónimos, como también ocurre
en algún otro libro suyo como Amigos
desconocidos). Y así se inicia el extenso poema –El forzado– que da inicio a la primera sección: “Ya sólo veo el día
/ a través de mi noche.” Lo cotidiano y la naturaleza –objetos, ríos, montes,
árboles– o el propio hombre y su
espacio más íntimo, el corazón, se hallan entre sus cuestiones, pues un poeta
de las preguntas. Y le reclama a la piedra –ese “falso hueso de la tierra”– que busque dentro de ella y le
transmita su poder, en esa búsqueda de algo inmutable frente a tanto signo de
lo perecedero, pues hasta el astro diurno “sólo tiene la noche como fin” (Sol).
En la segunda
sección, Asir, el deseo de tomar y
retener –ya sea un objeto, el tiempo, una situación, un espacio o el mismo amor– está destinado al fracaso pues siempre
escapará: “Asir, asir, la tarde, la manzana y la estatua, / asir la sombra / el
muro y el final de la calle…”, para concluir: “Manos, os gastáis / en este
juego grave. / Será preciso un día / cortaros, cercenaros” (Asir). Y no menos doloroso se muestra el
recuerdo del amor: “Tan lejos de ti estoy en esta soledad / que para
acariciarte / uno por un momento la muerte con la vida.” La búsqueda llevada a
cabo se muestra estéril: “Busco a mi alrededor más sombra y suavidad / de las
que se precisa para ahogar a un hombre / en el fondo de un pozo.” La actitud
escéptica del poeta se resuelve en ocasiones en una postura estoica: “No vuelvas
la cabeza… // No te muevas y espera a que tu corazón / se despegue de ti como
pesada piedra.”
La muerte es la
temática central del conjunto de poemas de Oloron-Sainte-Marie.
Por “la ciudad de mi padre” deambula el poeta (en esa ciudad murieron sus padres
cuando contaba pocos meses) buscando a esos “muertos de andares secretos”; esos
muertos que han “acabado ya con los labios, sus razones y sus besos.” Mas en
ellos encuentra una clara identidad con los vivos: “Nada es más cierto en
nosotros / que el frío que se os parece”
(Oloron-Sainte-Marie). Aunque también
les apela para que no se inmiscuyan en los asuntos de los vivos: “No os
entremezcléis en nuestros pensamientos / como la sangre fresca en las bestias
heridas” (Súplica).
La búsqueda de
la identidad, el distanciamiento y la pérdida de uno mismo, constituyen los
motivos del apartado Rupturas. La
duda sobre el propio yo se haya presente: “Soy yo quien está sentado / en el
talud de la noche?”; y en Despertar
afirma que “Se instala el día a mi lado / pero me emplaza el olvido. / Cuando
me acerco al espejo / no encuentro nada de mí.” Aunque apela a otros yos, como
los de los diversos lugares vividos, cree que logrará alcanzar la identidad a
través de una voz que lo reconozca; mas esa voz “que me prometía un rostro y
unas manos” calla.
Si la distancia,
la ausencia, nos constituyen, también los temores nos habitan (como en la
sección Miedos). Y la inquietante
ambigüedad del pronombre “lo” hay que rechazar:”No hay que decirlo / ni
siquiera nombrarlo” (Lo); ese “lo” es
lo repudiable, ahí donde no hay ni que “acercarse”. Frente a ese lugar de la
desazón defiende con orgullo el espacio de la soledad: “Dejad el cuerpo de este
hombre en paz / jamás vosotros encontraréis / las lejanías que están el él.”
Mas para encontrar una salvación habrá que adentrarse por los territorios de la
certeza –que siguen a los del misterio–, y que bien pueden adivinarse cuando se
cruza el umbral de la noche. Sobre ello versa el apartado Detrás del silencio: “Creemos coger una mano [cuando] nos
inclinamos hacia la aurora”; pues en el amanecer cabe albergar la esperanza:
“Se alza el día sobre el puerto / y arrastra el mundo tras él /…/ Me he mantenido
con vida en la noche viscosa.”
Más volcado
hacia el mundo externo, reivindica en Las
Américas una América virgen –“Devolvedme la América / del Atlántico y el Pacífico / y su gran cuerpo
al viento”– frente a una “América convertida / en frágil mano de piedra /
separada de una estatua” (Metamorfosis).
Y aboga por lo primigenio y no hollado: “Yo busco una América ardiente y
umbrosa /…/ con unos océanos que la toquen de cerca.” Pero en el apartado La niña recién nacida vuelve a mostrar
el poeta sus recelos hacia el mundo adulto, que supone una amenaza para la
inocencia infantil: ante las miradas extrañadas, la niña les insta a “que se
vayan, que se vayan / a su país de ojos fríos”; e intuye que tiene “que poner
orden / entre todas las estrellas / que tengo que abandonar.”
Supervielle
explora las contradicciones de la existencia humana para intentar armonizarlas,
así como sus oscuridades para tratar de iluminarlas. A una afirmación le sucede
una cuestión; la duda es su certeza pues no parece creer en respuestas
categóricas, definitivas. Busca conciliar los contrarios. La imagen es su
herramienta recurrente, usando a veces asociaciones de imágenes que pueden
resultar peculiares, pero cuya finalidad es estar al servicio del proceso
poético. Y si en sus poemas tiene que abordar variadas contradicciones y
generar la sucesión de preguntas que la dinámica escritural reclama no rehúye
llevar a cabo tamaño esfuerzo creativo.
© Copyright Rafael González Serrano
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