lunes, 3 de marzo de 2014

Joseph Brodsky: Etcétera (So Forth)

Etcétera (So Forth en inglés) de 1996 constituye el testamento poético de Joseph Brodsky (más correctamente transcrito del ruso como Iosif Brodski). Había nacido en Leningrado en 1940 en una familia de origen judío. Expulsado de la Unión Soviética, gracias a la ayuda de Auden llegaría a Estados Unidos en 1972, donde se estableció, adquiriendo la nacionalidad norteamericana. Escribió en ruso y en inglés, aunque su poesía, escrita en su mayoría originalmente en ruso, tuviera que ser traducida por él o por otros (de hecho, reconocía que era poeta en ruso y ensayista en inglés).
La obra poética en ruso es extensísima, pero los libros más conocidos en inglés fueron Elegie to John Donne, Velka Elegie, A Part of Speech, To Urania o el póstumo So Forth. Además publicó libros en prosa: teatro, conversaciones y ensayo, género en el que cabe destacar Less Than One. Su obra fue galardonada, además de con el premio Nobel (1987), con otras distinciones de la máxima relevancia en Estados Unidos, y ejerció como profesor en varias universidades. Muere en Nueva York a principios de 1996.
Etcétera representa ocho años de trabajo de autotraducción, aunque también haya una buena parte escrita directamente en inglés. Algunos críticos han considerado el libro como desigual: al lado de poemas magníficos habría otros de menos valor poético (incluso, verdaderamente flojos), señalando la irregularidad de la obra. El hecho de haberse publicado póstumamente llevaría a pensar que el libro carecería de una revisión definitiva, pero del largo periodo de escritura no puede deducirse que no estuviera trabajado lo suficiente: simplemente en un extenso poemario siempre habrá unos poemas más logrados que otros.
Los temas habituales de Brodsky –la ironía, el encuentro con la naturaleza, la reflexión sobre la condición humana, la muerte y el sentido de la existencia, el cansancio vital, la memoria, las raíces y la pérdida de las mismas, el simultáneo desprecio y ternura por el mundo –se hallan presentes en este volumen.
Así la ironía, una de sus herramientas poéticas, la usa ya desde el inicio. En Infinitivo se dirige a sus actuales compatriotas como: “Queridos salvajes, aunque nunca he dominado vuestro idioma libre de pronombres y gerundios…”; y además el poema le sirve para realizar unas disquisiciones sobre la lengua: “Las islas son enemigos crueles / de los tiempos verbales, salvo del presente. Y los naufragios no son sino escapadas desde la gramática / a la pura causalidad.” Ese tono transita también por poemas como Transatlántico: “Los últimos veinte años fueron buenos para prácticamente todo el mundo / salvo los muertos”; o “Quizá el mismo Todopoderoso se ha hecho un poco burgués / y utiliza una tarjeta de crédito.” Y crítica mordaz alberga un poema como Canto de bienvenida, en donde va dando la bienvenida a toda suerte de actitudes, situaciones, aspectos de la existencia, con burlonas afirmaciones: “El dinero es el quinto elemento de la naturaleza”; “Los dígitos son el objetivo secreto de la democracia.”
La nostalgia de Brodsky es también irónica. Acepta las paradojas del exilio, y sabe que no puede volver al hogar perdido (“En principio, la vida / no es en sí misma más que una distancia entre esto y aquello”). Esa ausencia sólo puede rescatarla mediante un acto de representación, ya que “el espacio que parece no necesitar nada / anhela, en realidad una mirada del exterior, / un criterio del vacío.” Y en la memoria surgen lugares, ciudades, espacios recuperados. Así ocurre en poemas como Postal desde Lisboa, donde aceptará que “los sueños impusieron su caos en la materia”; en Venecia: El Lido, donde representa una historia de marineros y prostitución (“hacen crujir los billetes sucios, previendo el momento de la paga”); o en Vista desde la colina, poema en el que se describen escenarios rurales.
El inexorable paso del tiempo y la constatación amarga de la irrecuperable pérdida de lo ido está en Brise marine: “¿dónde, si no, salvo quizá en una fotografía / permanecerás para siempre libre de arrugas, ágil, cáustica, vivaz?” Y esa visión elegiaca, a la que se suma una irónica crueldad, es la que plasma en el poema titulado precisamente Elegía: “Cariño, al haber perdido tus encantos, vete a vivir a un pueblo. / Los espejos allí ansían el moho, no el semblante de doncella”; “Cuando un día veas algunas pinceladas descoloridas, cariño, / te verás a ti misma.”
El absurdo y la irrealidad de la existencia se recogen en poemas como Retrato de la tragedia en donde apela a la tragedia, para que así: “¡Escupamos a nuestras almas hasta que encuentren una superficie, / y un después también!”; o, le impreca: “Abre de golpe las puertas de tu pocilga.” La falta de sentido de muchas acciones de los hombres, como la de la guerra, está también en varios poemas, entre ellos Capadocia. Mientras que el ejército de Mitrídates, rey del Ponto, y las legiones de Sila se aprestan a la batalla, se viene a constatar que esa Capadocia por la que batallan es una entelequia, un vacío sin significado, y sólo los muertos le encontrarán el sentido: “los caídos se llevan al otro mundo su trofeo: los rasgos de una Capadocia de nadie.” Denuncia en otros poemas esa violencia, tan cruel como inútil y gratuita, y reivindica a las víctimas, las únicas dignas de piedad: “Lamentaos por los masacrados…” (Kolo).
En el vertedero municipal de Nantucket se inspira en una fotografía de Stephen White (que sirve de ilustración para la cubierta de la edición americana del libro). Describe a unas gaviotas que rebuscan entre las hojas sueltas de un libro en un basurero. El poeta ve en esa imagen la oscuridad que se está acabando, señala cómo de lo fenecido surgirá lo que se está formando; el mundo se vuelve escritura: “El imprudente alfabeto primordial… / constituye un prólogo / a la anarquía del deshecho; / en el principio hubo un chillido.” En esta interpretación alegórica el poema es un proceso, una articulación aún no concluida, paralela a la que se opera en el mundo.
Y hay instrumentos para desentrañar la realidad, aunque sean de frialdad científica (y aquí opera, de nuevo, la ironía) como en Himno: “El barómetro debería ser nuestro único icono, puesto que la precisión del mercurio / es superior a la de la memoria” (No le importa acudir a símbolos como el anemómetro u otros instrumentos de medición).El libro, a pesar de poemas más o menos prolijos, excesivos, demasiado cargados de narración (Vertumnus, Fin de siècle, Advertencia) es una propuesta sobre la escritura como descubrimiento y construcción del mundo, de cómo la sintaxis estructura el tiempo y el espacio, de tal suerte que es el espacio mismo quien “se dirige hacia el tiempo puro.” Y es que en la poesía, que para Brodsky no era mero entretenimiento sino una iluminación (un faro en nuestra evolución antropológica), habita un sustrato de unidad –que no uniformidad– que permite la elucidación del mundo y del hombre.

© Copyright Rafael González Serrano

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