lunes, 29 de enero de 2018

Raymond Queneau: El instante fatal

Raymond Queneau (El Havre, 1903), publica El instante fatal en 1948. Antes había dado a la luz poemarios como Roble y perro (1937), Los Ziaux (1943); y luego vendrán, entre otros, Pequeña cosmogonía portátil (1950), Si te imaginas (1952, donde reúne sus primeros libros, y con el título de sus más famoso poema), Cien mil millones de poemas (1961), El perro con la mandolina (1965), Batir la campaña (1968), Moral básica (1975) … Más conocido como prosista, con títulos como Zazie en el metro (1959) o Las flores azules (1965), fue cofundador del Oulipo (Taller de literatura potencial). Murió en Paris en 1976.
En este libro se recogen poemas escritos entre 1920 y 1948, por tanto, de diversa naturaleza y características: la inspiración surrealista, el juego verbal, la ironía, la angustia por el paso del tiempo y la inevitable decadencia. Consta de noventa poemas divididos en cuatro secciones: Marina, Un niño ha dicho, Para un arte poético y El instante fatal.
La primera sección se inicia con el poema que le da título, Marina, con tonos abiertamente surrealistas: “los peces tienen bonitas cabezas / que hay que desplazarlos con frecuencia / a causa de los destrozos que hacen en el corazón de las medusas”; o “Los tiburones no se aburren / con la funda de un colchón / fabrican hermosas sábanas / para los ahogados astutos”. En ocasiones acude a la enumeración torrencial de versos con asociaciones inverosímiles: “ciclámenes del amor en ropa de incidencia /… / sistros de los bailes a las lunas nefréticas” (Catálogo análogo). El juego verbal se plasma en la contracción de palabras –“mencuentro”, “desdhace”–, en la aproximación al habla coloquial –“delomás”, “quetenga”, “sesuicidó”–, incluso se extiende a las matemáticas –de las que era un apasionado–, “Cuando Uno hizo el amor con Cero” (Cisnes).
El humor es otro de los elementos empleados con profusión en sus composiciones; no es sino una historia de humor surreal El archipiélago donde se describe la relación entre un archipiélago y un volcán. Y en algún otro poema las asociaciones poéticas tienen un claro sesgo onírico; “Los carceleros rugen de gozo cuando lamen las esposas / más frías que la campana de una iglesia”, y que, con indisimulada evidencia, concluye con un “PROHIBIDO NO SOÑAR” (La torre de marfil).
En la segunda parte hay diversas composiciones a modo de canción. “Un niño ha dicho / yo sé unos poemas / un niño ha dicho / iosé unas poyeseías / … / si el poeta pudiera echar a volar / los niños querrían / partir con él” (Un niño ha dicho). Utiliza también el soneto  –Pinos, pinos y abetos–, el juego de palabras, “kualkierkosa” (En el espacio), la repetición anafórica: “al casi casi de los cisnes / cantan los cañizales / al casi casi de un pino / tañen dos campaniles” (Los casi casi).
El tercer apartado –Para un arte poética– contiene, en consonancia con el título, una especie de poética no exenta, desde luego, de un tono humorístico. Va desarrollándola a lo largo de los poemas –es esta ocasión numerados–, ya desde el inicial: “Un poema es muy poca cosa / apenas algo más que un ciclón en las Antillas / que un tifón en el mar de China / que un temblor de tierra en Formosa…”, en donde la ironía no deja de ser paradójica; o viceversa. En otro poema concibe la poesía como un acto pasional, involuntario: “las palabras basta con amarlas / para escribir un poema / nunca se sabe lo que se dice / cuando nace la poesía”. Aunque la angustia del poeta también está presente en el proceso de la escritura: “heme aquí frente a la nada / a nada en absoluto”. Incluso el escepticismo puede concitar la burla agresiva hacia un abstracto receptor: “a / la / posteridad / le digo mierda y más que mierda / y requetemierda /… / a la posteridad / que espera su poema”.
La cuarta sección, El instante fatal, es la más extensa y la más importante tanto formalmente como por el contenido. El poeta construye toda una visión de la vida desde la muerte, o su proximidad en la senectud. Unido a ello aparece también el tema del carpe diem. En El instante fatal, el poema más estremecedor, articula una serie de versos en los que en una especie de letanía al primero de cada serie de dos le responde un segundo en el que la presencia de los muertos es incesante, obsesiva, ubicua: “Cuando entramos por la boca y de través / en el imperio de los muertos //  con nuestras verrugas nuestros piojos y nuestros cánceres / como tienen todos los muertos // … // cuando el cuerpo esté molido por la fatiga medular / que revienta a los muertos // y el cerebro apolillado por tanto estilo gruyère / atributo de los muertos…” Y el poeta no olvida que “siempre el instante fatal llega para distraernos”, incluso de esa presencia insistente de los otros muertos para ofrecernos ineluctable la propia.
El paso ineludible del tiempo se muestra en el poema Envejecer (“Mi juventud ha acabado / mi juventud se ha ido”), y especialmente en su poema más famoso –que dio lugar a una canción de enorme éxito popular–, Si tú te imaginas: “Si tú te imaginas / si tú te imaginas / chiquilla chiquilla… / que va a durar siempre / la estación de los a… / la estación de los amores / cuánto te equivocas / chiquilla chiquilla / cuanto te equivocas”.
Los títulos de los poemas de esta sección son los suficientemente elocuentes, Lamentación, Los muros (“el suelo de la tristeza / está tejido de sufrimiento”), Los desgraciados, Mi pequeña vida (“que espantosos son / esos dos huecos en lugar de ojos / que los muertos tienen”). En otras composiciones la nostalgia y el recuerdo son amargos pues el poeta afirma que “estoy tan muerto ya que no puedo ni llorar de risa” (Le Havre de Gracia); o en Si la vida se va: “Si la vida se va / no hay vuelta de hoja / si la vida se va a toda marcha / más vale pensar si vale la pena / que el sol salga”.
El drama de la existencia se muestra en esa retahíla de desgracias acaecidas al hombre a lo largo de la historia: “Tanto sudor humano / tanta sangre gangrenada / tantas manos agotadas / tantas cadenas /… / tantas guerras y tantas paces…” (Tanto sudor humano). En ocasiones impreca a los demás por la rendición asumida: “porque decís sí a los miserables // porque mojáis el pan en nuestra sopa // porque os bebéis el alcohol de nuestro vino” (A los otros). Ante el destino final, vislumbrando esos cementerios que aún estando lejos no lo están demasiado, todavía puede esbozar un gesto de impotente rebeldía: “Cuando vituperados los diez mil seres de la tierra / cuando malditas las cien mil miserias / cuando detestados todos los males /  haya que ir al cementerio / meemos en un jarro” (Regreso a la tierra).
El Instante fatal es un libro donde Queneau da rienda suelta a su libertad de expresión poética, forjando así una prosodia que rompe con las estructuras convencionales al introducir el lenguaje coloquial, las bromas, el humor, el tono familiar, los juegos. El poeta trata a las palabras como seres vivos que, espera, “se conviertan en trabajadores” para así forjar un lenguaje creativo. La poesía de Queneau contiene varios niveles de lectura. Un primero sería aquel en el que el juego, el divertimento, la experimentación formal gratifican una lectura menos atenta. Mas luego, en una lectura más profunda, aparece la temática que da sentido al texto, desde el goce de la existencia al ineludible trascurrir del tiempo y el ineluctable destino. En esa escritura están contenidos los elementos simbólicos de su poética, en donde el humor –tan frecuente– no deja de ser un mecanismo protector frente a la angustia de la muerte. En la creatividad lírica de Queneau se encuentran íntimamente imbricados lo trágico y lo burlesco sin que entre ambos se genere una relación que por incompatible haga inviable su convivencia.   
Nota final (ineludible). Como ya ha ocurrido en otras ocasiones con libros de esta colección, la editorial no ha tenido a bien no ya ofrecer un estudio preliminar o unas notas explicativas –ya que no se trata de una edición crítica–, sino ni tan siquiera un breve prólogo o introducción. No parece que esa sea la mejor forma de presentar un libro.

                                                                                               © Copyright Rafael González Serrano

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