Rafael Soler: Presentación de Insistir en la noche
Años antes de quitarse la vida arrojándose a las aguas del
Sena, Paul Celan escribió en su extraordinario poema Sueño y sustento lo siguiente:
El aliento nocturno es tu sábana, la tiniebla
se acuesta a tu lado.
Los tobillos te roza, las sienes, te despierta
a la vida y al sueño.
Si en Presencias
figuradas el poeta se centra en “la figura real de lo que pretende ser
dicho, aunque explícitamente omitido”, y en Manual de fingimientos su
mirada se dirige al espejo de las máscaras, en esta ocasión el poeta se adentra
con honestidad de orfebre en –y cito textualmente cuanto Rafael González
Serrano enuncia en su prólogo– “el territorio de lo desconocido, de lo que no
se sabe y ha de ser interpretado interpelando a sus secretos, pulsando sus
notas, descifrando sus claves”. Rafael es poeta de metódicas y ordenadas
obsesiones, que desmenuza con parsimonia es sus poemarios: primero, las
presencias eludidas que nos acompañan; después, cuanto hay de fingimiento y
máscara a nuestro alrededor; ahora, la noche y su velado mundo donde todo comienza,
dando sentido a nuestra existencia.
“Unos fugaces instantes,
luminosos, / y no una eterna noche. / Unas palabras pronunciadas/ al borde del
olvido. / Unas risas mudadas en silencio…”
escribe Rafael en el poema que abre su primer libro, y que ya anticipa
cuanto vendrá luego. Y más adelante afirma: “Te espero desde el insomnio, estremecido”, consciente de que es
precisamente ese duermevela el territorio que más aliento poético y vital
contiene.
Con acierto dice Jaime Sabines
que “el día y la noche, no el lunes ni el martes, ni agosto ni septiembre,
el día y la noche son la única medida de nuestra duración. Existir es durar,
abrir los ojos y cerrarlos”. Somos por tanto, querámoslo o no, ciudadanos
de la noche. Y desde esa condición irrenunciable, Rafael nos ofrece en este
libro todo aquello que está cifrado, que asoma en la penumbra, y que
inevitablemente nos llevará hacia la luz, pues ella viene precisamente de las
sombras. Y lo hace con poemas que no renuncian a su capacidad de evocación y
sugerencia, pues el lenguaje poético debe indagar siempre en lo que tienen de
desconocido las imágenes y las palabras, dejando a cada verso suspendido entre
la insinuación y la seducción. La noche, pues, como elemento sustancial de la
recreación poética que permite vislumbrar, ser consciente de lo oculto y lo
revelado en un espacio infinito que continuamente se muestra y desvanece.
¿De dónde vienes? Qué tarde llegas
Es el ruido del viento que quiere pasar a través
del agua
o mi alma tibia como una mano y arrullándose a
sí misma.
Títulos como Oficio de tinieblas, Física del desarraigo o Clepsidra, elegido por el editor para acompañar a la convocatoria
de este acto, todos ellos pertenecientes a poemas de la primera parte, son
imprescindibles para entender la voluntad del autor al insistir en su noche,
que con este libro ahora publicado es ya un poco la noche de todos. Afirma
Rafael que “es pertinente que lo nocturno se identifique con lo inconsciente
y, en consecuencia, con el abierto e insondable universo de los sueños”; y
desde esta afirmación el poeta nos ofrece su mirada, que capta con sus ojos
nictálopes la respiración y el palpitar de cuanto habita más allá de la luz, y
que describe bien su personal imaginario:
"Hay reptiles de luminosas escamas
que armonizan cantos en
el borde sin lindes de los bosques;
caracoles húmedos copulan
consigo mismos en hoteles de luna;
las pupilas dilatadas y febriles
asestan rayos de rencor
a la densa alma de la noche.”
para concluir diciendo que
“los cristales minerales espejean
en cansada constelación
abriendo paso al impetuoso
y fugaz fulgor de las sombras.”
Quince poemas conforman la
segunda parte, y es precisamente en el poema de mayor entidad, titulado El fulgor de las sombras, donde Rafael
González Serrano nos recuerda que “Lo
oculto, lo misterioso y mágico / ofrece un desafío de raídas tinieblas / al
conocimiento de la claridad”, para, más adelante, en En el alba del ocaso establecer que “Nacerá un reino de susurros, en el límite / de la consumación, cuando
el fervor / de la rosa señale los esplendores que / sólo encontrarán su verdad
en la sombra.” ¿Ensoñación? ¿Atisbo de la realidad oculta? ¿Pesadilla? Me
atrevo a decir que de todo hay en estos versos, y le corresponde al lector
desentrañar en cada poema el significado último pretendido por el autor, no
siempre evidente.
El libro concluye con un poema
redentor, Decisión de la luz, cuando
afirma:
de la aurora, la agonía de las horas
cómplices del fervor, en el reloj
que decide nuestra suerte.”
Al final la luz, siempre la luz. Sólo la poesía sirve para
nombrar lo desconocido, y Rafael González Serrano sale airoso del empeño en
este libro. Mi
felicitación y mis deseos de éxito para cuantos proyectos aborde en el futuro.
Juan Pedro Carrasco García: Introducción de la lectura en la Casa de Castilla la Mancha
Presentamos
a Rafael González Serrano con la certeza de que, aunque haya publicado
tardíamente, es una voz de palabra libre y analítica, y que el tiempo ya le ha
concedido el lugar de la palabra poética. Él confiesa que escribe desde hace
muchos años, pero hasta el año 2006 no publica su primer libro, Presencias figuradas, y en el presente
año, 2008, ha aparecido su segundo poemario, Manual de fingimientos.
En
ambas obras sobresale la palabra densa, el poema concentrado, a veces barroco,
como en una especie de horror vacui, como si el autor huyera de los espacios
vacíos, de los lugares carentes de objetos y de los cuerpos ausentes de luz.
Ofrece el autor en sus obras una incierta
cronología del sentimiento. Una cronología que puede considerarse acrónica. Es decir,
con el sentimiento ubicado en un pasado, se realiza un análisis desde un
presente revisor que se proyecta hacia un futuro que tiene su propia geografía;
aunque, como es obvio, ha de hacerse materia en sus emplazamientos y en sus
rincones.
Por
eso, y para ello, se sirve del recurso de la figuración o, mejor dicho, de la
reconstrucción de unos cuerpos o de unos seres –sus contornos, sus formas, sus
sentimientos–, y, lo más importante, la búsqueda de un soplo para dotarles de
vida. Eso es lo que hace cuando nos habla de un futuro: “Inevitable es que la palabra / no pueda decir lo oscurecido / tras los
ojos herméticos (implorantes, a la par, de exégesis). / La voz no brotará
explicándose. / Ha de ser más que eso / pura magia haciéndose sonido o
vibración histérica sin frecuencia audible”. Un futuro que ya existe,
entiéndase, en la mente del autor, y diseñado a través de la palabra poética: “Aún más allá de nosotros / una vez doblado
el fin, / cuando el silencio habite / el lugar de la palabra / y la memoria se
encuentre sin alimentos ni frutos, / saber que permaneceremos”.
Sin
duda el título de sus primer libro (Presencias
figuradas), profundo en su devenir, nos sugiere la certeza de las ausencias
que han de ser eliminadas a través de la imaginación (y de la palabra poética),
y ésta tiene cabida en la mente del lector porque el autor convierte a la
palabra poética, a la lengua, en fuente de creación y recreación de un mundo
que sería inexistente si no fuera por el esfuerzo del poeta. “Estas hojas blancas de papel / van
llenándose de palabras / escritas por el instrumento / que uncido a unos dedos
/ en la frontera de un cuerpo / va trazando estos signos…”, y continúa “y sólo así, estalla de golpe / la claridad
de lo conocido al revelarse”, y añade “Y
así por fin aprender a saberse”.
La
palabra es la materia que da forma a la experiencia, al deseo, al amor, al
tiempo. Todos sabemos que son temas universales. Lo que se nos viene a decir es
que cada ser humano, con sus propias experiencias y sus propias vivencias, se
dota de un conocimiento personal y único, que ha de “saberse” reconocer y poder
comunicar.
Y esta
capacidad la posee la palabra poética. El pasado es un tiempo en el que podemos
reconocernos y, con su análisis, llegar a sabernos ("saberse"), para
el momento de la identificación de uno mismo: "ser ya sin más plazos". De ahí que, en la vida, la falta
de plenitud, el sentimiento de no estar, la duda sobre cómo ser verdadero y
auténtico provoque un conflicto y una lucha o agonía (en el sentido
etimológico).
El
poeta explora el lenguaje con un léxico rico y variado, intentando encontrar la
metáfora, la imagen o la matización más perfilada para llegar a lo profundo del
sentimiento y del estado de ánimo. Y a pesar de que las palabras clave que
aparecen pueden tener un valor de connotación negativo –ausencia, silencio,
vacío, fracaso, desesperanza–, todas ellas son la manifestación del
conocimiento y reconocimiento del pasado evaluado con las herramientas del
pesimismo para descubrir –una vez podado el ser de todo lo accesorio–, dejarlo
en el puro hueso, para ser recubierto de nuevo con la carne y la piel del
deseo, del futuro “venidero”, de la felicidad.
Porque
“saberse” es reconocer la falta de plenitud y el tiempo perdido. “Y un tacto de firmes ausencias / sugiere
perdidos momentos”. “Saberse” es conocer el silencio “ocultador”: “Así el silencio impone su lenguaje: / es
imposible recordarse ya / como vago olvido de un sueño”. “Saberse” es
rememorar la existencia o la inexistencia del “tú”, y la existencia de un “tú”
que ha de llegar: “Si llegaras o te
inventase / en algún incierto ocaso, / será entre risas de barro e ilusiones de
cristal”. “Saberse” es ocupar los huecos del vacío y ubicarse: “Situarse en el centro / del propio vacío…”; “Tal y como me fabricaste, descanso / en tu
centro cual fantasma / de huidizo contorno, fugaz rostro”; “Desde aquí, mi centro, mi vacío, te
espero”. “Saberse”, en
definitiva, para una geografía sentimental y futura: futura como lugar donde
residir, sentimental de promesas, y futura y sentimental como contenido de la
palabra poética.
Maximiano Revilla: Presentación de Manual de fingimientos
Rafael González Serrano en Manual
de fingimientos hace que la realidad se transcienda a sí misma, y consigue
hacer que, según vamos avanzando en su lectura, nos veamos reflejados en esa
realidad y reflexionemos. El lirismo que alimenta y transciende en estos poemas
viene de las raíces de la nostalgia. No de lo que deseamos ser sino de lo que
nos obligan a ser para continuar siendo. Falsos, artificiales, vestidos de
apariencias, pero sobre todo, mostrando, como dice el poeta en uno de sus
versos, “la certera imagen sin fe aprendida / en la lectura de un manual de
fingimientos”.
Manual de fingimientos es un poemario que, desde la
curiosidad de su título, nos invita a detenernos, a llamar y pasar e imbuirnos
de sus pensamientos. Es cierto que tal vez no nos descubra nada, acaso por
estar todos de vuelta, acaso porque ¿quién desde la cuna no aprendió a fingir?
Pero seguro que, tras su lectura, no dejará indiferente a nadie, ya que, por
mucho que nos pese, alude al propio fingir de la poesía, de la vida, de la realidad
de hoy, de esa realidad de uno y del conjunto, de esa realidad del mundo que,
por mucho que queramos su cambio, después de idos continuará. Para el autor,
una parte del mundo es etéreo, de cristal, “curvas donde fingir el calor de lo
oscuro”. Y, ratificándose en esta idea de falso entendimiento, insiste: “La
porcelana es un alma / delicada para
toscas pasiones, / hay que besarla con
los labios / dulces de la complacida traición”.
La poesía de Rafael no es sencilla, es una poesía para
degustar, para introducirse en ella sin tapujos ni coacciones, para
introducirse y saborearla tras quitarle las capas de maquillaje. Acaso el
empleo del lenguaje figurada sea una de las causas de su dificultad. Ese empleo
de las figuras clásicas tan olvidadas por otros, y que en él salpican como algo
natural los versos. Esas antítesis, las figuras de los antónimos, de los
contrarios, de las vueltas y revueltas usadas para invertir las palabras, crean
en el poema nuevos mundos de significado. “Enciscaban lo vivo inmaculado”
escribe en uno de sus versos; o “somos falsos como dioses”; o, concluyendo, “No
sé a qué esperáis vosotros / para lanzaros al baile de disfraces / en el que la
más dulce encarna / el velo del vacío, la auténtica belleza”. Como señalase
Karl Krauss, “La antítesis tiene el aspecto de una simple inversión mecánica.
Pero, ¡qué cúmulo de experiencias, sufrimientos y conocimientos hay que
adquirir para ser capaz de dar la vuelta a una palabra!”.
En el poema XIII, si nos fijamos con detenimiento, podemos
descubrir un magnífico ejemplo de hipérbaton de ideas distantes (otra figura
recurrente en su poesía): “Realizar un gesto es lo que se espera / en ese
mercado donde todo se subasta, / y cuando se derramen las últimas locuras / y
se pronuncie un sí aceptador / poco a poco irás creyendo”. Sabido es que la
enumeración en el verso carga de matices e intensifica el contenido del poema
acumulando palabras pertenecientes a una misma clase gramatical (adjetivos,
nombres, verbos...), o también presentando una serie de objetos, de ideas o
distintas partes de un todo. Cierto que, a su vez, estos matices ralentizan el
poema, pero por el contrario, muestran la realidad que se quiere destacar de
una manera mucho más precisa: “Mentira las palabras, el sentimiento, / la
comunión, los principios y el espíritu, / todo es roce, sensación, temperatura,
/ color, aroma, agua, espuma...”
Manual de fingimientos es un libro que nos muestra las dos
caras del fenómeno vital, la real y la falsa, la espiritual y la biológica. Es
un libro temáticamente homogéneo, circular, de ida y vuelta, donde los dos
primeros versos del primer poema y los dos últimos del poema final son versos
paralelos. Polos opuestos que se atraen y, en su recorrido, conforman el mundo
lírico del poemario.
Podemos encontrar también, además de las figuras clásicas,
figuras modernas como las imágenes visionarias que identifican emocionalmente
dos elementos que no se parecen en nada. Se podría decir que son comparaciones
imposibles, que inevitablemente sorprenden: “Dulce como un pretexto de labios
impostores”. O la visión que se forma cuando dotamos a las cosas de atributos
imposibles y que, aún así, por una serie de raros mecanismos, nos emocionan:
“Vestido de encajes engañosos”, o “Asomarse al fondo de un tacto”.
Hoy, en la sociedad de la información, donde todo aparato
por sencillo que sea precisa de un manual para su manejo, nos sorprende este
manual de fingimiento poético.
Fingimiento, engaño, irrealidad, ilusión, dar a entender lo que no es cierto,
simular, aparentar, falsear, todo lo necesario para, en épocas inquisitoriales,
condenar a su autor. Y aún a pesar de todo, con irónica esperanza, porque “Cómo
no amar el último refugio, / a nuestra más leal y firme compañera, / la que nos
conduce de la mano / y nos sirve en el trato con los otros, / para así decirles
lo que somos y valemos”. Esta es su realidad; lo otro, acaso todos los miedos.
Manual de fingimientos es un libro valiente. Y digo esto
porque, partiendo de la premisa de que cada pensamiento lógico se quema así mismo
en espejos mudos, y de que los espejos y las máscaras siempre fueron un lugar
recurrente en la poesía de todos los tiempos, Rafael, echando mano de sus
mejores dotes de poeta, ha sido capaz en este libro de dar la vuelta a todos
los lugares comunes y, tras de buscar, salir airoso al encontrar un nuevo
enfoque sorprendente: “Las imágenes recrean en uno, / la total multiplicidad de
un mundo impuesto”; ya que es desde el espejo –o lo que es lo mismo, el alma–
desde el cristal del ojo del hombre o de Dios, desde donde vemos reflejada
nuestra imagen y la imagen del mundo que nos rodea.
La máscara es la disculpa perfecta, como si sólo contase
lo que se ve desde el exterior, lo que cubre los valores del pasado, y así los
paisajes de la conciencia quedan a salvo detrás. Rafael no busca lo exacto de
la belleza, sino lo intenso de nuestros días, lo que duele, lo fangoso, lo
mental, lo envidiable, pero siempre desde una argumentación basada en la
irónica realidad cotidiana. La realidad, su realidad, esté “en el recinto
pálido de la locura”, “Pues aquí, en este lugar, donde la farsa / alumbra el
teatro de los hombres, lo que cifra / y representa es al consumado falsario”.
Escribía Borges: “Pensaba que un poeta es aquel hombre
que, como anciano y rey del Paraíso, impone a cada cosa su preciso y verdadero
y no sabido nombre”. Hoy Rafael impone y nombra de esta manera: “He de cantar,
mentira, el himno sagrado de tu existencia”. Para él, el tiempo actual es frío,
impersonal, sólo comparable al pasado distante, a Cronos devorando a sus hijos.
Y así habla de este nuestro tiempo y dice: “Eres de la industria un fruto; /
desnudo de tu imagen, nada. / Eres lo que han hecho de ti: / un montaje de
piezas de mercado”.
Manual de fingimientos se organiza en dos partes: Espejo
de máscaras y Galería de representaciones. Podría considerarse la primera como
el alma terrenal y la segunda como el cuerpo místico. Hoy, que la poesía parece
ser algo así como ir de la luz a la luz sin dolor, sin sombras en el recorrido,
sin excesivos sobresaltos, sin inventiva ni creación, como si todo su cometido
consistiese en tomar de aquí y de allá pequeñas cosas sin interés, o retazos de
una historia y de otra que se repiten sin sorpresa, congratula encontrarse con
un poeta que se desmarca de lo trillado y destroza las estadísticas
establecidas, como ocurre en este caso.
Pere Gimferrer escribió: “”La poesía es / un sistema de
espejos / giratorios, que se desliza con armonía, / desplazando luces y sombras
en el probador”. Rafael González Serrano ha creado con esos desplazamientos un
excelente libro, que recomiendo vivamente.
José Luis Fernández Hernán: Presentación de Presencias figuradas

Tengo el gusto de presentar este
libro, esta meditación hermosa y de título paradójico que se llama Presencias figuradas. Y digo de título
paradójico, porque me parece que en el concepto de presencia hay algo
contradictorio con lo de que esa presencia sea figurada o imaginaria. Yo creo
que entre los méritos de este libro, que son varios, uno de ellos es su
investigación casi filosófica en la cuestión del ser.
"Presencia" es una palabra
que reclama inmediatamente su contraria, es decir, "ausencia". Son
dos palabras que se necesitan la una a la otra; son dos palabras
complementarias. Y "figurada" también es una palabra que reclama su
contraria, que sería -si entendemos por figurada, imaginada- "real".
En este oximoron que se da en el título, me parece a mí que Rafael plantea la
dialéctica entre la presencia y la ausencia.
Nosotros somos seres -en la
terminología heideggeriana, que ya saben que es un poco abstrusa- arrojados
ahí, arrojados en la vida. Para Heidegger era importante el tema de la
existencia, de lo que existe y, por tanto, el tema de la presencia. Decía que
somos seres atados al tiempo y al espacio. No puede ser de otra manera; no
nos podemos entender si no es en el tiempo
y en el espacio.
Precisamente de los tiempos
verbales, de los tres tiempos verbales, naturalmente el presente es el que se
refiere a la presencia; los de la ausencia serían el futuro y el pasado. En la
medida que el futuro es lo presente que adviene, que devendrá, pero que todavía
no es; y el pasado es aquello que fue, que estuvo presente pero que ya dejó de
estar. Así mismo la presencia se refiere al espacio. Entendemos que lo presente
es lo que está aquí, junto a nosotros o en nosotros. Y lo ausente es lo que no
está.
En esta coincidencia del tiempo y
el espacio, en este aquí y ahora, es donde se produce la presencia. Sin duda la
ausencia más definitiva, la más radical, la más contundente, es la muerte.
Aquella en la que lo existente, lo presente, dejó de estar presente para
siempre.
Hay una denominación muy hermosa
de José Ángel Valente, que llama a esa ausencia la transparencia. La
transparencia es el hueco que dejó la presencia. Allí donde había un cuerpo
querido, compacto, opaco, ahora se muestra la transparencia. Esa transparencia
revela la ausencia.
En este libro no aparece la
palabra amputación, pero está implícita; yo diría que está casi a punto de
aparecer. Utilizo la palabra amputación, porque creo que en la amputación se
juntan, es ahí donde limitan, la presencia y la ausencia. Un miembro amputado,
o semiamputado -como un brazo amputado por una parte-, tiene presencia puesto
que todavía hay brazo, y tiene ausencia: aquella parte del brazo que ya no
está. Yo creo que esa amputación es la presencia figurada, esa parte que no
está. Ese hueco es la presencia figurada.
La presencia figurada se puede
referir a lo nostálgico, a lo elegiaco, a lo perdido; o también a lo deseado.
En el libro están las dos cosas. Ahora bien, la presencia sólo puede estar en
el presente, pero, ¿qué es el presente?
El presente es donde estamos siempre, nunca dejamos de estar en el presente y,
sin embargo, el presente está siempre en fuga. Nunca podemos decir "ahora",
porque ese ahora es un ya ha sido. Por tanto el presente se nos escapa.
Le comenté a Rafael que me
parecía que había escrito un libro desolado; a él no le parecía que así fuera.
A mí, sin embargo, me parece que es un libro implacable en cierto sentido,
quizá no desde la tristeza, pero sí es implacable porque él dirá que el
presente es: "Unos fugaces instantes, luminosos,/ y no una eterna noche./
Unas palabras pronunciadas/ al borde del olvido". Quiero resaltar la
expresión " al borde", que indica inestabilidad, a punto de caer. Y
termina: "Y se reviven pasadas imágenes,/ y se vive sin rebozo ni
vergüenza/ en lo tangible de una ausencia". Lo tangible de una ausencia
sería lo amputado, lo perdido.
Ahora bien, si el presente
siempre está amenazado por la ausencia (en última instancia por la muerte), por
la desaparición, y si el presente siempre está en fuga, al "borde
de", a qué nos podemos aferrar, qué asidero nos puede proporcionar la vida
para no percibir esta angustia heideggariana. La respuesta es el otro. La
respuesta es el amor. Es una respuesta clásica, está en este libro que es,
entre otras cosas, un libro de amor.
Es el otro quien nos hace reales;
nos queda, por tanto, el amor, su posibilidad. En el poema diecinueve, Rafael
dice: "Te espero desde el insomnio, estremecido/ por este mar de dudas
acechantes". Es el otro el que nos proporcionaría realidad; y acaba:
"Sabernos unidos por el aire/ respirado a un compás,/ resumidos en un instante/
sin retorno posible./ Ser, por fin, eternos". El amor sería el gran
combatiente y, al menos en este poema, el vencedor de la muerte.
Ahora bien, a nadie se le oculta
que el amor también está acechado. El amor está condenado al olvido. a veces,
en vida de los amantes; o a veces, en muerte de los amantes.
Hay un poema muy hermoso en este
libro que, con música que a mí me evoca la de Pedro Salinas en La voz a ti debida, dice: "Si
llegaras o te inventase/ en algún incierto ocaso,/ será entre risas de barro e
ilusiones de cristal./ Avanzando por mi cuerpo/ te adueñarás de mis pulsos y
razones". El amor que se espera, y acaba: "Y aunque huyas a cada
intento de caricia/ y recompense al tacto el vacío/ y se borren tus labios/ en
cada beso provisional,/ sabré descifrar tu plena realidad,/ conoceré que
siempre has estado en mi olvido". El amor se espera, pero esa espera
anhelante, si embargo, no oculta que en el amor desde antes de suceder está
agazapado el olvido; por eso "siempre has estado en mi olvido".
Además el otro es un enigma. No
solamente es que el amor en su condición temporal esté amenazado, esté
acechado, es que el otro que nos confronta es una presencia que interroga a
nuestra capacidad de transmitir o de transfundir, pues hay mucho en la relación
amorosa de transfusión, de necesidad de transfusión. El otro es un enigma.
A veces ocurre que es en el
desencuentro amoroso precisamente cuando el otro está presente, cuando más le
echamos en falta, allí donde no nos encontramos. En el poema dieciséis dice: "Hoy
se abre de nuevo incontenible/ la llaga del desencuentro", y en una
hermosa imagen: "Desde la nube sin remedio inviolable/ observar lo ya por
siempre paralelo". Recuerdo la definición escolar de paralelas: es la de
aquellas rectas que se encuentran en el infinito.
Por tanto, en ese enigma, la
palabra se revela insuficiente. En el poema treinta y dos dice:
"Inevitable es que la palabra/ no pueda decir lo oscurecido". La
palabra se encuentra con sus propios límites. Se comprende entonces el porqué
del silencio. El silencio aparece en este libro varias veces. El silencio es
necesario, es el borde de la palabra; ese borde por el que está amenazada la
palabra.
Pero no solamente el otro es un
enigma, es que yo mismo soy un enigma, yo mismo soy un desconocido. En el poema
dieciocho Rafael, en uno de los momentos expresivos que más me gustan, dirá
así. "Y si hablé, no estoy seguro/ de haberlo hecho pidiéndote/ que creas
en mi existencia/ (de mi no tienes más certeza que/ tu risa: ¡qué enorme poca
cosa!)".Quizá no somos más que un eco en los otros. Los otros, en
realidad, qué saben de nosotros; y qué sabemos nosotros de los otros. Por eso,
quizá en una interpretación parcial y un tanto sesgada, a mí me parece un libro
que contiene un cierto rasgo de desolación y de verdad.
Si esto es así, entonces cómo
podemos salvarnos de la ausencia, de la desaparición, de la muerte y del tiempo
que corre. Solamente hay una solución: a pesar de las limitaciones de la
palabra, la salvación es la palabra, la poesía, la playa blanca de la página.
En el poema diez se dice de manera explícita: "Aún más allá de nosotros,/
una vez doblado el fin,/ cuando el silencio habite/ el lugar de la palabra/ y
la memoria se encuentre/ sin alimentos ni frutos,/ saber que permaneceremos./
Grabados en la página blanca/ donde el tiempo no existe,/ fuera de espacios
tangibles/ e instalados en el ser,/ poseeremos la total lucidez/ sobre nosotros
mismos./ Entonces seremos inmortales".
En este libro se reúnen la
presencia, la ausencia, el amor y su olvido, la muerte y la escritura que son
epifanías del tiempo, en palabras de Rafael, "el voluptuoso ojo del tiempo
seductor", el tiempo que nos hace y nos deshace.
Hay unas hermosas palabras de
Elías Canetti que quiero que sirvan de final. Es un elogio de la poesía, de
toda poesía y, más ampliamente, de todo texto, es decir, de todo tejido. Decía
Canetti: "En los juegos verbales desaparece la muerte". Yo creo que
ese es el máximo elogio que se puede hacer de este libro. En estos poemas, Rafael
pone a salvo esa parte de su ser que debe ser perdurable, y con él nos pone a
salvo a todos nosotros.
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