Oboe sumergido de 1932 es el segundo poemario publicado por
Salvatore Quasimodo (Módica, 1901- Amalfi, 1968), tras su primer título dado a
la imprenta Aguas y Tierras (1930),
si bien que, con posterioridad, han sido publicados dos títulos inéditos
anteriores: Besa el umbral de tu casa
y Nocturnos del rey silencioso.
Junto con Montale y Ungaretti,
Quasimodo es uno de los máximos representantes del hermetismo, movimiento
poético italiano nacido en los años veinte del siglo pasado. Este movimiento
surgió como reacción al convencionalismo temático de Pascale y al tono retórico
de la poesía d’anunnciana. Fueron continuadores del simbolismo de Mallarmé y de
la poesía pura de Valéry, que buscaban en la poesía la palabra pura que alejase
al lenguaje poético de su aspecto meramente comunicativo y le otorgase un valor
expresivo absoluto. Los herméticos propugnaban la literatura como modelo
completo de vida para alcanzar el sentido total de la existencia, al margen de
las limitaciones de la temporalidad.
Se inicia el libro con el poema
que precisamente la da título, Oboe
sumergido. “Avanza pena, tarda tu don / en esta hora mía / de suspirar
abandonos /… / Un gélido oboe vuelve a silabear / alegría de hojas perennes, /
no mías”, para concluir “yo me siento yermo, / y escombros son los días”. Ya de
inicio plantea una constante en su poesía: el enfrentamiento entre la
temporalidad y la eternidad, la permanente confrontación finitud/inmensidad, a
la que el hombre asiste, desde su soledad, y reflexivo se interroga por su vulnerabilidad
frente al mundo.
Ese antagonismo entre el la
fugacidad del tiempo humano y la perennidad del tiempo universal, puede ser
superada desde el decir poético, que puede instaurar una persistencia por medio de la memoria. Y ello se puede
conseguir mediante la recuperación de la infancia como edad mítica. “Me
acongojas, doliente reverdecer, / olor de infancia / que triste goce tuvo” (El eucaliptus). O en el poema Isla, donde duda si la dulce voz del
canto es “infancia o amor”, o se pregunta si “me oculto en las cosas perdidas”.
Vuelve a plasmarse la dolorosa
dicotomía de la tensión temporal en Reposo
de la hierba: “hace siglos que la hierba reposa / su corazón conmigo. // Me
despierta la muerte: / más uno, más solo”;
donde la perennidad –“reposo de la hierba”– entra en conflicto con la
muerte concreta del ser, que le deja despojado en su unicidad y soledad
irremediables –“más uno, más solo” –. El tiempo histórico colisiona con la
intuición metafísica originada en el sentir. “De tu matriz / emerjo desmemoriado
/ y lloro. // Ángeles mudos caminan / conmigo; no respiran las cosas; / en
piedra se ha mudado toda voz, / silencio de cielos sepultados. // Tu primer
hombre / no sabe, pero sufre.” (A la
noche). Esos “cielos sepultados” definen el más absoluto silencio, ante él,
el hombre constata su radical soledad y, a pesar de que puedan acompañarle
“ángeles mudos”, de lo que es consciente es de su dolor, no conocerá su destino
pero sí que deberá sufrir.
Una religiosidad conflictiva está
también presente en el libro. Así en Curva
menor –“la leve curva del / del vivir sólo me queda” –, se dirige al Señor
para amarle aunque sea “en la llaga que perfora la carne”; mas siente que “solo
estoy / en la sombra que en noche se expande, / ni un hueco se abre al dulce / brotar
de la sangre.” La lamentación, mas
también el implorar, están en otros versos: “Me arrepiento / de haberte
entregado mi sangre, / Señor, mi refugio: // ¡misericordia!”. En otra ocasión,
hay una entrega absoluta: “Tuya es mi sangre, / Señor: muramos” (Primer día). O, a veces, se contempla la
presencia, no siempre salvadora, del ángel: “El ángel es mío; / soy su dueño:
gélido” (El ángel).
Es también permanente la
identificación que hace Quasimodo entre naturaleza y búsqueda interior. Así la
presencia de lluvia, río, otoño, agua, cielo, bosque, etc. como elementos
cargados de significado. La lluvia es: “Piedad del tiempo celeste, / de su luz
/ de aguas suspendidas” (Plegaria a la
lluvia). Y en medio de la naturaleza y el tiempo, se enseñorea la noche. Al
ya comentado A la noche, se pueden
añadir otros poemas. En alguno, como Móvil
de astros y quietud, “la noche nos arroja en engaño fugaz”. En otro, camina
sobre el corazón de esa noche que es “un encuentro de astros / en archipiélagos
insomnes”, pero solicita que se le conceda su día –“concédeme mi día”– para
llorar “de amor por mí mismo” (Concédeme
mi día). La identificación entre naturaleza y sentir profundo en una clave
para descubrir la luminosidad inefable:“El corazón me descubrió subterráneo, /
que tiene rosas y lunas que fluctúan, / y alas de animales de rapiña / y
catedrales, desde las que persigue / el alba alturas planetarias” (Sufridas formas de árboles).
Sólo la labor poética puede
enfrentarse al implacable tiempo mortal; las posibilidades de libertad del ser
humano se manifiestan únicamente en la creación. De ahí que se salude el Nacimiento del canto: “Yazgo sobre ríos
colmados / donde las islas son / espejos de sombras y de astros”. Y, a través
del verso, desentenderse de la muerte y
anunciar la vida: “Sin memoria de la muerte, / unidos en la carne, / el rumor
del último día / nos despierta adolescentes” (Sin memoria de la muerte). La “carne” como símbolo de la juventud,
que es tanto como decir de la vida. Aunque no pueda tampoco desentenderse del
sufrimiento. “En mí alimento un mal / de vivo que al cambiar /sufre incluso la
carne”, y de que la palabra, en tanto que conocimiento, lo es también de lo
irremediable: “En ti, completamente extraviada, / alza sus senos la belleza, /…/
Mas he aquí que si te tomo, / para mí te conviertes en palabra, en tristeza” (Palabra).
En Oboe sumergido Quasimodo usa con frecuencia sustantivos absolutos,
sin artículo, también plurales indeterminados, imágenes oníricas, figuras como
personificaciones (”duermen bosques”), hipérboles (“beber el cielo”), o metáforas
que atribuyen elementos de la naturaleza a cualidades humanas (“corazón de
huracán”, “amor de peñascales”), contribuyendo todo ello a un deseo por
alcanzar lo eterno. El lenguaje se construye a partir de asociaciones de ideas
por yuxtaposición, y mediante relaciones de analogía, concibiendo así una poesía intuitiva
que persigue una revelación integral del
ser humano.
© Copyright Rafael González Serrano