miércoles, 28 de enero de 2015

Wystan Hugh Auden: Gracias, niebla (1)

Wystan Hugh Auden nació en York en 1907. Tras su formación en Oxford (donde conoció a Stephen Spender), trabajó como profesor, ensayista, así como en cine y teatro. Se casa con Erika Mann (hija de Thomas Mann) en 1935, aunque fue una boda de conveniencia –para salvarla del peligro nazi– pues él era homosexual (tendrá relaciones con Chistopher Isherwood, o Chester Kallman). De este periodo son publicaciones como ¡Mira, extranjero! (1936); época en la que tiene una conciencia política de izquierdas, aunque no deje de lado aspectos amorosos y personales en sus poemas.
En 1939 se traslada a Estados Unidos. A partir de 1940 retorna a la iglesia anglicana y, posteriormente, se interesará por el catolicismo. Escribe poemas filosóficos y de carácter teológico. Aparecerá El hombre doble (1941). Sus temas recogen la obligación ética de mantener compromisos, reconociendo a la par la tentación de romperlos. Irá publicando su obra americana, para muchos reconocida como la de mayor madurez: Por el momento (1944), La edad de la ansiedad (1947), Nones (1951). La cuestión del cuerpo y su continuidad con la naturaleza se añade a su temática poética. Verán la luz luego libros como El escudo de Aquiles (1955) y Homenaje a Clío (1960).
Muere en 1973 en Viena. Había estado escribiendo en sus últimos dos años poemas que serán recogidos en el libro póstumo Gracias, niebla, aparecido en 1974, publicado por su albacea Edward Mendelson. Además del poema que da título al libro, se incluyen otros poemas como Albada, Discurso a las bestias, Arqueología (poema en haikus), No Platón, no, Nocturno, Acción de gracias o Canción de cuna.
Auden considera la distinción entre lo profano y lo sagrado como ficticia y, por tanto, propone escribir poesía que no sea pública ni esotérica sino íntima. “Aun impúber sentí / que los bosques y páramos eran sagrados: / la gente resultaba demasiado profana” (Acción de gracias). Y en Arqueología escribe que sospechamos lo que los antiguos reverenciaban pero no por qué lo hacían, y que sus mitos servirían para justificar ritualmente sus acciones: “Sólo a través del rito / podemos renunciar a nuestras rarezas / y ser de verdad íntegros.”
En las composiciones que integran el poema Breves, ofrece una visión poco optimista de los hombres: “Esclavos de nosotros de por vida, / debemos aprender de qué manera / soportarnos los unos a los otros”; o “cogidos de uno en uno la mayoría de los hombres son amables, pero colectivamente, el Hombre comúnmente actúa como un granuja”. Ya ha hecho una comparación entre hombres y animales en Discurso a las bestias: “Con qué rapidez y habilidad / ejecutáis los principios de la Naturaleza, / y nunca sois / tentados por la mala conducta /… / y nunca matáis por vanidad”; aunque, a pesar de ello, se pueden sentir “celos de vuestra inocencia / pero no envidia de ella.”
No se muestra demasiado entusiasta de los avances tecnológicos en Una maldición: “Fue un día negro aquel en que Diesel / ideó la máquina siniestra”, a la que denuncia, pues: “envenenas / los pulmones inocentes”, y además propicia que “en las repletas carreteras la gente / muera a diario por las combinaciones del azar.” Y es que concibe la poesía como un método de trascender lo puramente material, la experiencia empírica, sin que por ello abrace una concepción metafísica de la existencia pues como escribe en No Platón, no: “No puedo imaginar ninguna cosa / que me gustase menos que ser yo / un descarnado Espíritu”, encontrándose privado de masticar, tocar, aspirar, comprender… aunque sí puede concebir que sus órganos sueñen con una existencia distinta, y así “mi Carne verse libre para ser / Materia irresponsable.”

© Copyright Rafael González Serrano

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