Reseñas/Artículos

Reseña en Frutos del tiempo
(23 de enero de 2016)

Leves alas al vuelo de Rafael González Serrano por José Luis Zerón Huguet




La figura de Rafael González Serrano supone desde hace años un saludable ejemplo de generosa dedicación a la poesía al margen de los circuitos oficiales, como editor al frente de la editorial Celesta, como bloguero (su blog De turbio en claro está dedicado exclusivamente a la poesía) y como poeta y traductor. Leves alas al vuelo es el sexto poemario publicado por Rafael González, precisamente en la elegante editorial Celesta. Es un libro de carácter híbrido en el que conviven el poema, el aforismo y el fragmento en prosa, pero no incurre en la incoherencia o en la dispersión. Muy al contrario, es un conjunto conexo cimentado en la brevedad, el virtuosismo formal, el lenguaje plástico y la voluntad analítica. El discurso breve no naufraga en un minimalismo descarnado, ni en una sobriedad abrupta, ni es un esencialismo espurio. En este libro no hay lugar para lo superfluo, pero si para la belleza, que se presenta en fogonazos esplendentes que iluminan el mapa reflexivo. En la fugacidad se instaura la belleza, escribe el autor. A esto hay que añadir una precisión en el lenguaje que convierte en aparentemente sencillo lo más complejo.
El contenido del libro está sintetizado en la aliterada sutileza de las cuatro palabras que conforman el título: levedad formal y búsqueda, indagación y revelación a través de un vuelo metafórico que se alcanza con la precisión del esfuerzo, la fuerza de la elocución y la insobornable voz lírica.
Leves alas al vuelo se compone de cuatro epígrafes que llevan por título Breverías, Duinos, Aladas y Aporismos. Son cuatro partes aparentemente distintas, pero, como decía, conectadas por el código de extrema sencillez y exactitud y la íntima alianza entre reflexión y lirismo presente cada una de las páginas de este volumen.
En el primero encontramos un conjunto de poemitas a modo de haikus, pero como bien apunta el autor no entrarían estricto sensu en esta categoría, pues su temática es plural y no exclusivamente referida a la naturaleza. Aquí encontramos deliciosas pinceladas aforísticas que abarcan el detalle nimio y humilde que nace de un buceo en la raíz del acontecer (Cae la lluvia,/todo semeja ser gris./ Es el otoño. O La luna baña/ un cortejo de sombras;/luego se marcha), la elegía personal (Los días sufren/ de sus noches resacas/ de amor concluso. o Una rosa de/olvido se marchita/ en tu memoria), la peripecia reflexiva de corte pesimista (Llegar tarde a/ la cita con la muerte:/ ardid inútil. O De las armas de/ metal resta sólo su/mellado filo), la urdimbre humanizadora del amor (Nos fundimos en/ un tiempo transversal: yo,/tú, el abrazo. O La incógnita de/ tu ecuación se resuelve/ en tus caderas), el vuelo lírico que admira lo vivo (La luciérnaga/luce entre las estrellas./ Su luz contemplo. O Las flores sueñan/con mundos renacidos/ en primavera) y la pirueta paradojal (en la tormenta/ se funda la fuerza que/ trae la calma. O En un segundo/ se condensan cristales/ de eternidades).
El segundo epígrafe lleva un título que nos remite a las célebres elegías de Rilke por su carácter elegíaco. Siguiendo con la brevedad, los Duinos son poemas de dos versos isosilábicos que no entrarían en la definición típica de lo que es un pareado o un dístico y tienen mucho en común con el epígrafe anterior por el contenido aforístico, un tono pesimista y un sistema de símbolos relacionados con la soledad, la pérdida, el dolor y la consumición, pero sin llegar a la desgarradura ni al grito desesperado, pues en oposición a este panorama sombrío se alza en todo el libro un deseo ferviente de vida, y muchos de los símbolos de muerte y destrucción, como el fuego, tan basal en la obra de Rafael González, también representan la regeneración, la esperanza y la vitalidad Todo fluye en estos versos sin estridencias ni altibajos, con una delicada belleza no exenta de rotundidad y una inusual armonía.
Las aladas que conforman el tercer epígrafe, son quince composiciones de versos cortos y rítmicos que se diferencian de los textos reunidos en las demás secciones, sobre todo porque destilan una emoción menos concentrada, una mayor tensión metafórica y una expresión más sensual. El contenido resulta en ocasiones críptico No obstante son poemas de una belleza convulsa que surgen de una derrota del aliento/sobre un cristal/ de espejismos, y una epifanía/de secretos/, una celebración/ en el límite.
Por último, la sección que cierra el libro titulada aporismos, acoge textos en prosa a modo de máximas. Como indica el título, están cercanos a la paradoja, a la contradicción, a la dificultad lógica, y expresan un combate entre elementos contrarios, por ejemplo leemos en una máxima: En cualquier lucha que iniciemos, por el hecho de participar en ella, somos perdedores de antemano. Y a continuación: solo quien anhela vence aún en la derrota. En suma, hay un sustento reflexivo que no renuncia al lenguaje lírico. Aquí el discurso es tan especulativo como explícito, tan contundente y sentencioso como elíptico. Y también es más denso.
Leves alas al vuelo es un libro bello, rico, complejo y valiente. Hay en sus páginas un conflicto continuo entre el chispazo azaroso o intuitivo y la reflexión sobre el deseo, la identidad, la incertidumbre, el temor, el amor con sus maravillas y desastres, el paso del tiempo, en suma, la vida y la muerte; pero el autor no se erige en portavoz del dolor y la desolación y solo traza con nitidez una forma de entender el mundo cercana al estoicismo desde formas estilizadas que no renuncian a la plenitud y el misterio (si se abre bien los ojos en la noche se nos revelará lo que mil soles no pueden mostrarnos), porque La brevedad/ intenta rescatar/ lo inevitable.
José Luis Zerón Huguet


Reseña en empireuma
(7 de enero de 2016)


Podríamos decir que el formato breve es hijo de la hiperlucidez, o, al menos, que tal técnica de escritura pareciera asegurar efecto semejantes en sus productos por la mera disposición formal. Lo espectacular de su efecto - certeza y rapidez -  reside en esa colaboración tan esplendente  entre forma y contenido incidiendo uno sobre el otro en una fusión impresionadora: el fogonazo verbal. 
Rafael González Serrano aprovecha estas “ventajas previas” para intentar multiplicarlas, conocedor, también, de que lo breve no excluye la densidad.  
El reiterativo epígrafe , leves alas al vuelo, nos ofrece un muestrario de formas breves – dísticos, haikús, aforismos, poema cortos – cuyo pulimento métrico refuerza y confirma la unidad conceptual del libro.
Toda poesía es trabajo formal y Rafael González Serrano recurre al empleo de la métrica rigurosa para asegurar la redondez del libro, el trazado de la “virguería” poética.
Lo que cabría preguntarse cuando la cuestión técnica resalta de modo especial en una obra literaria es si el producto final confirma a través de su calidad, tal presunto dominio.
Rafael González Serrano consigue con regularidad un nivel, pero los hallazgos y revelaciones hay que buscarlos en el curso de estas repeticiones formales, pues hay que admitir que el mero y diestro empleo del formato breve no asegura porque sí una infalibilidad del pensamiento o la ejecución del haikú inolvidable.  
Leves alas al viento se lee con gusto y ritmo, y si la lectura es recolectora de cualidades, podemos encontrarnos, por ejemplo,  con cierto uso común de la paradoja: la suerte es un azar buscado; con la complicada verificación: En el fanatismo habita la cruel locura que, al domesticarse, deviene satisfecha creencia; con la gracia poética: a dos pasos del /deseo, una daga/vuelta amapola; con la precisión casi matemática del sueño: en los perdidos edenes del estío/ se extravía la memoria del ahora.
José María Piñeiro 
 
Reseña en La Galla Ciencia
(7 de septiembre de 2015)

FRAGMENTOS DE LA LLAMA, de RAFAEL GONZÁLEZ
por AMPARO ARRÓSPIDE






FRAGMENTOS DE LA LLAMA
RAFAEL GONZÁLEZ SERRANO

Celesta, Colección Piel de Sal, 2014





               


Hay poemas para ser leídos en voz baja, como quien en un pozo de aguas prístinas se interroga a sí mismo en su imagen reflejada, buscando, y hay poemas, por tanto, que conllevan una reflexión sobre sí mismos, que son una continuada auto-reflexión del acontecer mismo de sus líneas sobre la página, ceniza de una fogata, de una conflagración. Así los de Fragmentos de la llamala llama de la vida, la memoria del poema y del poeta. Son estos muy conscientes de su naturaleza efímera, fruto de la devastación de una experiencia vital -pero también de su nacimiento, clímax y decadencia- amorosa y testimonio del explorarse del lenguaje.
               Otras  huellas de la inter e intra-textualidad se multiplican desde el inicio, al anunciarse por ejemplo Fragmentos de la llama como un manuscrito hallado, de autor anónimo, sin referencia específica a lugar o tiempo salvo en su última sección o carpeta, “Fragmento (¿Epílogo?)”, que contiene un único poema fragmentos de un discurso abierto (1) A partir de este eslabón  se reanuda la lectura circular, donde al acabamiento de “Memoria clausurada” -la primera sección-  le sucede una ceremonia nupcial entre autor y lector, implicado este en la experiencia que se revive a la distancia de un eclipsarse los elementos crudos de la memoria. Por otra parte, al entrar el lector en el juego del manuscrito hallado, se otorga realidad a ambos autores, a tal punto que podremos descreer del autor explícito-editor (2) al asegurarnos que ha respetado escrupulosamente el material literario hallado.
               Las cinco secciones de Fragmentos… fueron supuestamente tituladas por el autor explícito y comprenden respectivamente ocho, nueve, diez, nueve y nueve poemas.  Añadido a ellas, y extraño al resto, el  “Fragmento (¿Epílogo?)”.
             “Memoria clausurada” -primera sección- comienza declarando el final, que la vivencia yacerá en el olvido, los poemas son cenizas de pasos que se borran aunque hayan desfilado (y para el lector explicito, vayan a desfilar) en un ámbito de siglos paralelos, un dominio sin sonidos. Se dice adiós, se ha dicho adiós, un adiós de clausura, porque ya no habrá besos sobre las piedras. Son así los poemas un cementerio de tactos rígidos donde se pudre el cadáver de un beso y la chatarra de las caricias se oxida. Todo es un muladar de sexo muerto y también de amor suicida.  Como si al manifestarse en texto parte del discurso pre-verbal que lo suscita, la experiencia erótica concluyera por segunda vez y definitivamente. Una y otra vez se nos presenta en esta sección un paisaje de decadencia, de muerte del abrazo en cuanto rito erótico, en una auto-reflexión elegíaca. Pero con el óbolo en la lengua se interna el autor en el  Aqueronte de nieblas. A vivir otras vidas, tras beber de las aguas del olvido.
            En la segunda sección, “Distancia sobre el eclipse”, del texto surge un destinatario, un tú a quien se advierte que estamos ante las fantasías de un loco sin memoria,  autor de una carta inexistente que/ni siquiera se sabe a quién se escribe.  El yo lírico se sabe fingidor, el poema se sabe mensaje tendido sobre la distancia hacia otros náufragos de sí mismos y canta lo perdidocomo si no habitara ya una galaxia remota. El tú ambiguo se perfila en “Ausencia” como el de la amada, una sombra más que se persigue, que se ha eclipsado y cuya ausencia se abraza. Con plena conciencia del vacío y del empeño inútil del recuerdo, se evocará y volverá a celebrarse la pasión, la fugaz fusión de los volcánicos amantes. Si cabe referirse a un discurso pre-verbal que es la estructura profunda inobservable y a un texto o mensaje que es la estructura superficial observable, y una solamente de las infinitas actualizaciones de este, se inicia aquí para los lectores el despliegue de la vivencia erótica manifiesta.
            Como anunció el poema del “¿Epílogo?”, entre las evocaciones del rito amoroso  hay áreas de descanso para la contemplación del mundo ajeno a los amantes – un cerezo con sus brazos alzados que mira con sus hojas o un patio donde la luz juega con los visillos o  la constatación de la ausencia encarnada en unas sillas vacías…
          Si en la lectura nos acompañase Harold Bloom,  destacaría  el modo en que en el juego de máscaras y simulaciones el autor apócrifo se enfrenta a sus precursores literarios -a sus influencias- o los asimila desviándose de ellos o complementándolos en la masa verbal o integrándolos en las atropías de sintagmas. Así se percibe en las secciones siguientes “Mesetas (Tras las laderas)”, “Fuegos (Ara y cima)”, y “Ojos del asombro”, que componen un despliegue de recursos en la mejor tradición de la lírica erótica clásica,  desde Petrarca, Boscán, Góngora, Quevedo y Lope hasta Salinas y otros contemporáneos. Metáfora, metonimia, hipérbaton, disyunción, paronomasia, aliteraciones, oxímoron, antítesis, paralelismos, entre otros, sabiamente utilizados y sustentando el movimiento irracional del eros.

(1) fragmentos de un discurso abierto,/un discurso semiótico/fracturado/mestizado de estilos/de las impurezas/en las oraciones bastardas- (p.79)
(2) he decidido darlos a la imprenta organizados tal y como sigue en varias secciones. Aparte del título de cada una, sólo he introducido algún pequeño cambio en el orden de los poemas; o realizado la corrección de alguna errata evidente. Lo demás, es obra del autor.
Reseña en empireuma

(2/09/2014)
por José María Piñeiro

RAFAEL GONZÁLEZ SERRANO - FRAGMENTOS DE LA LLAMA

Difícilmente puede uno distanciarse de la experiencia propia para juzgarla desde un más allá de su sensibilidad inmediata.  Sólo la escritura permite este trascender y dar testimonio a un tiempo, y es en este ámbito donde toda estrategia para producir esa confesión se legitima y en donde, por ello mismo,  todo se hace signo explícito de maniobras: emborronar autorías,  confundir recorridos, multiplicar ilusoriamente los términos de tal vivencia, confirmar la intensidad que se ha vivido, que nos ha transformado y que, para nuestro desconcierto, ya no está.  Algo de esta operación sutil se produce en Fragmentos de la llama, donde poemas y textos de los poemas, valga esta distinción finalmente indistinta, se intercambian posicionamientos e interpretaciones. 
Efectivamente. El texto es un camuflaje donde vehicular discursos y parlamentos, ubicar tanto la experiencia dolorosa como la pletórica. Rafael González no juega a crear meramente un apócrifo: el acto de distanciamiento sobre su propio testimonio poético que evidencia al final del poemario es un acto positivo: nos dice que el amor se produjo, al tiempo que alerta que todo lo consignado en los poemas es sólo literatura, como diría el clásico. Si el poeta se inclina por esta vía, por la de contemplar sus experiencias como casi anónimas, quizá sea porque no hay otro modo de representar tales experiencias en el vértigo de los devenires; porque siendo la experiencia erótica una de las más intensas que pueda registrar la persona, tal intensidad la convierta tanto en algo indescriptible como en certera materia de poesía y literatura. Por otro lado,  la discreción personal queda de este modo, justificada. Ni hay cita de nombres propios ni de lugares reales, es decir, reconocibles por el lector, que hagan demasiado evidentes los trazos biográficos. La imagen precisamente labrada vela un yo indiscutible pero esquivo que no es sino apuntalamiento de una experiencia real: la que manifiestan los poemas. El juego interno de espejos, continúa.  
Fragmentos de la llama es un poemario erótico de autoría no confusa sino convergente: los poemas nos revelan el itinerario de una voz, que finalmente repliega su aventura como sueño o éxtasis secreto. Lo que ocurre es que el amante que escribe no quiere ser abiertamente localizado.
El acto amoroso es un acto sacral y como tal se celebra. Por otro lado, se reivindica la inocencia de los amantes, sin evitar la significación entrañable de la fusión de los instintos: y el animal del tiempo/bebe del útero de miel.
El poema final del libro es una suerte de código que nos remite al carácter puramente textual de la confesión erótica, lo que no significa, como hemos dicho, que esta no se haya producido.
Fragmentos de un discurso abierto escribe el poeta, (“fragmentos de un discurso amoroso”, escribiríamos nosotros, revelando el referente barthesiano de este poema o de toda su poética); discurso semiótico, dice el poeta donde pareciera hallarse una tautología, pero que sabemos imagen intencionada por las causas que hemos expuesto.
En Fragmentos de la llama encontramos una celebración neta de la unión erótica, en la que a través de una utilización heterodoxa de la métrica, fluyen imágenes precisas y barrocas de la pasión, pero que si el poeta acaba por contemplar con cierto distanciamiento, quizá no sea debido sino a que la intensidad lleva como ineludible hermana circunstancial la fugacidad de tal intensidad. Aquí, cierta extrañeza, a pesar de todos los furores, no deja de aflorar. 
Escribe Rafael González: Qué piedad podemos pedir/a los verbos que conjugan en pasado;/qué magma de arterias/a las semillas que nunca germinaron,/sometidas a la intemperie de una sed sin manantial.    
Nos lloverán todas las crisis imaginables, pero sigue siendo en la poesía donde encontraremos un modo memorable de referir el caos y el vértigo del vivir, confirmando que nuestra riqueza más segura se encuentra en estos confines del decir.

Enlace a página original: http://empireuma.blogspot.com.es/2014/09/fragmentos-de-la-llama.HTML

 

Reseña y entrevista en Palabras indiscretas

(Junio de 2014)

 


 

  

Enlace a página original: http://issuu.com/gracielagiraldezperez/docs/revista-literaria-palabras-indiscre_75b873677eb98b

 

Diario de improvisaciones: 30 de octubre de 2012
Letras ajenas, Rafael González Serrano, Siempre la feria


     No hay quinto malo.
     Y si el quinto (libro, me refiero) se aparta de lo escrito anteriormente, pues tendremos un nuevo campo donde abonar estadísticas y comentarios.
     Siempre la feria (Editorial Celesta 2012) es la primera novela de Rafael González Serrano después de cuatro poemarios anteriores (Presencias figuradas, Manual de fingimientos, Insistir en la noche y Mapa del laberinto) aunque todo conduce a que podamos leer un ensayo novelado con un rico lenguaje y una tonalidad variada.
     Las disquisiciones, críticas, observaciones, descubrimientos y apreciaciones de un autor imaginario en una feria del libro cualquiera (pongamos que habla de Madrid) son motivo, para nuestro escritor, de rasgar, como una cortante navaja, temas como autores, editores, medios, premios, tertulias y grupos, políticos, apariciones públicas, la crítica, la creación... (pág. 178)
     Por una vez, Rafael González salta desde el observatorio de lo alto de la sala de anatomía para desmembrar, tajo a tajo, los temas antes referidos. Y, como un perfecto cirujano, encuentra el lugar exacto donde clavar el bisturí para llegar al lugar adecuado y dar con la dolencia concreta.
     Con una ironía tremenda, cínica y descarnada en ocasiones, Siempre la feria es un alegato a la rebeldía literaria visto por uno de los suyos, por uno de los nuestros: un sufridor que intenta vivir de esa literatura a la que tantas zancadillas y tantas malas compañías le cobijan. Su estilo directo, analítico y tajante también, contribuye a la forma idónea para relatar las grandezas y las miserias de todo lo que rodea a este mundo tan especial que sólo el que lo ha vivido puede contarlo detalladamente.
     Ha sido una grata sorpresa ver como Rafael González se desenvuelve tan bien (¡también!) en un género en el que no se nos había mostrado hasta ahora. Todo para, como dice su protagonista: puede que haya puesto en solfa unos cuantos aspectos de este nuestro encantador mundillo, aireando un poco los pecados, pero he sido discreto con los pecadores.

Mejor leedlo y opinad.


Sinfonía de las palabras: 5 de julio de 2011

Un poema y un poemario: "Ruinas alzadas", de Rafael González Serrano ("Mapa del laberinto")


"Cuando el mundo, cansado
de girar en la elíptica
que lo ata a la eternidad,
nos señale como fieles
a su estirpe, aún quedará
en algún lugar un sueño
encendido que nos guíe.
Aunque se nos tenga por carne
fugaz vistiéndose las ruinas
que restan sin sustancia
tras las últimas enseñas
vencidas, surgirán todavía
recuerdos erguidos como torres
contra el fruto del olvido.
En estos instantes, cuando
cada minuto es esencial,
nos salvará una palabra
sin derrota, la misma que
de nuevo vuelva a celebrarnos."


Tras Presencias figuradas, Manual de fingimientos e Insistir en la noche, llega el cuarto de los libros –al que precisamente pertenece el poema "Ruinas alzadas"- del escritor, profesor y amigo entrañable Rafael González Serrano (Madrid, 1955), con el título de Mapa del laberinto, y esta vez bajo el sello de Editorial Celesta, como el número 1 de su Colección "Piel del Sal". Nuevos rumbos que, en realidad, otorgan cauce no sólo a una misma voz poética, sino también al mismo tono reflexivo que, lejos de aminorar su calado, exige si cabe de los lectores una entrega mayor.

La densidad de la propuesta, efectivamente, es el rasgo preponderante de Mapa del laberinto; dicho de otro modo: su belleza indudable radica en la complejidad del entramado metafórico y simbólico expuesto, más en la línea de los dos primeros libros del autor que en la del tercero, Insistir en la noche, donde un sentido sutil de la musicalidad envolvía gran parte de la obra. Aquí, "el cruce ineludible de los deseos y las esperanzas con los fracasos y las pérdidas, del instante con el tiempo, de la vida con el vacío"; la ambición de "dibujar un mapa con los trazos de los reencuentros invocados o los azares imprevistos", como ha manifestado el propio Rafael, lleva a la construcción de un poemario sin tregua, articulado en tres partes, con un segmento introductorio –"In limine"- donde encontramos ya todo un reconocimiento del estado de la cuestión: "Mas si nada es de nosotros / y nosotros somos nada, / y nada redime a nadie / y nadie siente con nada, / nuestro destino es un limbo / hecho de pasos errantes, / que buscarán, temblorosos, / las auroras de memoria / de un laberinto de sombras."

Mapa del laberinto, pues, glosa minuciosamente esa dimensión tan épica como trágica del ser humano –"…que sólo en la derrota / se cumple el horror del destino", leemos al final del poema "Destino de héroe"-. Con todo, textos como el reproducido líneas arriba, "Ruinas alzadas", o el titulado "Puedo", apuntan no obviamente a una esperanza de auténtica redención, pero sí, cuando menos, a la existencia de un posible espacio para la luz, para la vida anhelante, dentro del laberinto: "Como renegados de la palabra, / buscaremos la sal de las cosas."



 



Revista Leer: Julio/Agosto de 2011 




  

Sinfonía de las palabras: 27 de julio de 2010

Un poema: "Lotófagos", de Rafael González Serrano


"Cuando un bóreas empuje tus velas
desviándote de tu destino
y arribes a las costas
del país libio de Cirene,

cuando en sus orillas te reciban
con la hospitalidad debida
al viajero que navegando mares
busca el retorno al hogar,

cuando las fiestas de los habitantes
de esas tierras te agasajen
y sus perfumes y sus mujeres
desvanezcan la patria en la distancia,

cuando te ofrezcan en generoso ágape
los manjares de su pueblo
y degustes el fruto del loto
dador de la gracia del olvido,

cuando tus compañeros de viaje
cancelados sus empeños
por la laxitud de la desidia
también borren de su mente el horizonte,

cuando el perfume del incienso
de las aras preñe el aire de amnesia
y las melodiosas liras canten
la renuncia de las antiguas huellas,

cuando se entierre el recuerdo
postergando el regreso
y los ecos de la borrosa nostalgia
hayan extraviado sus notas,

que Mnemosine despierte tu memoria
tensando alma y cuerpo:
escucha el sonido de la ausencia,
recupera la llama de la pérdida,
y desertando de los blandos placeres
emprende sin lamento la partida."


Esta maravillosa, sumamente evocadora recreación homérica propuesta por el poema "Lotófagos" forma parte de Insistir en la noche, el nuevo libro del escritor, y querido amigo, Rafael González Serrano (Madrid, 1955), que, como sus anteriores entregas Presencias figuradas y Manual de fingimientos, ha aparecido en la Colección "Covarrubias" bajo el sello de Ediciones Vitruvio.

Sin dejar de perseverar en su personal búsqueda de una expresión de gran tono reflexivo, Rafael alcanza en Insistir en la noche, a mi juicio, una musicalidad más envolvente, y, sobre todo, acierta a plantear "escenas" de gran voltaje poético, en un proceso natural de concreción del objeto lírico, por metafísico que éste resulte. Esta nueva obra de Rafael González Serrano supone, pues, un avance coherente con la personalidad creativa del autor, lo cual reviste una mayor trascendencia, aparte de un mayor mérito. Muy notable poemario donde, además, el motivo conductor de la noche se postula, en palabras del escritor Rafael Soler, "como elemento sustancial de la recreación poética, que permite vislumbrar, ser consciente de lo oculto y lo revelado en un espacio infinito que continuamente se muestra y desvanece".







Mientras la luz: 7 de febrero de 2009

Rafael González Serrano: la tentación de la poesía

Rafael González Serrano (Madrid, 1955) ha irrumpido con enorme fortaleza en el panorama lírico madrileño de este principio de siglo XXI. Poeta, como tantos actuales, de vocación callada y edición tardía, ha encontrado su sitio editorial en la matriz de Pablo Méndez. Ha sido Ediciones Vitruvio quien ha puesto en tinta su dos poemarios (que ustedes pueden encontrar en la Casa del Libro) Presencias figuradas y Manual de fingimientos.
La poesía de Rafael tiene una raíz eminentemente reflexiva y melancólica. Hay en toda ella el presentimiento de que nada es como la realidad nos muestra, por lo que es necesario instalarse en la indagación, tanto desde la confianza como desde el desaliento, para intentar aproximarnos a la verdad como equilibrio, al consuelo de la belleza. Sin olvidar la tensión del deseo, del amor, como bagaje con el que subsistir en el sendero emprendido.
Sus poemas suelen ser de largo aliento, de cuidado vocabulario, de agudas intenciones. Y, siguiendo la opinión de otro gran poeta, Juan Pedro Carrasco, ajenos al engaño de la cadencia.
Mantiene un blog DE TURBIO EN CLARO shttp://rafaelgonzalezserrano.blogspot.com/ en donde se pueden encontrar una selección de sus poemas.

Poema XXIV (último de Manual de fingimientos)

Descubres en el ojo del abismo
una nube de trampas desatando
los miedo de la espera nocturna.
Lo incierto de la hora te aproxima
a la frontera de la luz, donde
desnudarse de raíces y cubrirse
con los trajes de la impostura.
Transitar escenarios donde engañarles
con sueños inventados en los días
carentes de sentidos, tutelados por
la espada gélida del alma vacía.
Caminar por galería de representaciones,
reconociéndose en cada espejo de sombras,
instigando a tus cofrades a descubrir
la ciega rueda de círculos que
ensalza los rostros del espectáculo.
Acabar embozado en la túnica
del disimulo, no queriendo reconocer
otro maestro que el artificio
ni otra virtud que la mentira, adorando
la certera imagen sin fe aprendida
en la lectura de un manual de fingimientos.



Revista Leer: Julio de 2007



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