Impresionante diario no fechado, y en el que lo
improvisado es profunda reflexión, el que nos propone José Luis Nieto en este
nuevo libro (de honda, iluminada y auténtica poesía, bien que escrita en
prosa), en este Diario de improvisaciones.
Porque el autor realiza una travesía por el interior del ser humano y de lo que
le es propio en su existencia, desde el deseo al escepticismo, en una
trayectoria que recorre un sendero de desencantos enhebrados en el implacable
transcurrir del tiempo.
Se inicia el libro con una semblanza –tan ficticia
como real– de la propia voz poética, ese Boris Lubernieff, más que posible
alter ego que “recoge las esquirlas del minutero, desliando los nudos de la
cuerda que ahorca sus temores”. En esta introducción se encuentra toda una
declaración de intenciones: desde la impostura hasta la caída de las esperanzas
vitales, reflejado todo ello en el espejo de una mirada irónica.
Circulan por el texto los rasgos difusos de la
máscara: “Yo mismo soy una mentira y toco cada fibra de mi embuste esperando
que alguna certeza le escupa”. O la brevedad de lo dado y vivido, de lo que nos
recorre. Ya que el tiempo, siempre acechante, siempre implacable, es el juez
último y, por ello, hay que apurar lo fugaz, de tal suerte que pueda decir ese yo
poético: “me he hecho un gourmet de los instantes”.
En el eje del tiempo está esa nostalgia que nos incita
(aunque sólo sea en la memoria), puesto que lo que fue o pudo ser es una
semilla generadora a la par que –como ve el poeta– una coartada: “brindemos por todo aquello que
no está, por todo aquello que se ha ido y que no sabemos si llegará a descansar
en el fondo del sótano de nuestras vidas o se marcará en las almas con la tinta
indeleble de la cobardía”. Recuerdo, pero también olvido, ya que “el olvido es
la ley y la distancia su moneda”.
Ante la incertidumbre (la que habita en la noche o
cualquier otra), hay que dejarse llevar por el azar: “Voy a aprender a vivir y
así... aprobar la asignatura más densa de la existencia: teoría del destino”.
Lo que esperamos pude obtenerse o perderse sucesivamente por su propia
condición de aleatorio: “Toda ausencia o presencia es tan virtual como la
capacidad de ensoñación y remembranza sin palabras”.
Y siempre entre nuestras ilusiones (en el doble
sentido) el deseo, aunque “aquello que más se desea suele ser lo que nunca
conseguimos y antes perdemos”. Y entre los deseos, el amor, bien que éste “es
el teorema más indeterminado que los eruditos pueden enunciar entre el vuelo de
un paréntesis”. Y a la caída de este sentimiento no es desde luego ajena la
madurez, esa gran arruinadora de sueños.
Al poeta le resta seguir, aunque lo confiese: “sé que
este río no lleva a ningún mar pero navego por él sin intentar alcanzar alguna
orilla”. Como singladura a través de la noche lo son esas composiciones
precedidas de la hora (esa “cena de caníbales”), donde todo es distancia
(“aquí: tan lejanamente cerca”); un periplo de dolor por el vacío y la
nada (“el mar de la resaca en los
acantilados de la cama”). Y. a pesar de todo, “hay que doblar la esquina y
seguir”. Porque, incluso, cuando la muerte nos reclama algo: “hacemos poesía de
lo pasado, elegía de la ausencia, canto de los rescoldos, trazos de lo
invisible”. Así –nos lo recuerda en este sobrecogedor y lúcido libro José Luis
Nieto– somos los humanos.
© Copyright Rafael González Serrano
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