Compone Osip Mandelstam Tristia
entre 1915 y 1920, siendo su título una clara y
voluntaria alusión a las Tristia de Ovidio, ya que, no en vano,
era un gran conocedor de la cultura grecolatina. Si el poeta latino vierte en
sus composiciones toda la nostalgia que, desde el destierro, sentía por Roma
(con el tema del viento como vehículo de esas palabras que deseaba que llegasen
a la urbe añorada), en la obra de Mandelstam, además de una búsqueda del pasado
se plasma una manera de recuperar el tiempo en el presente.
En su poemario, desarrolla temáticamente la civilización
de la que se siente integrante: Grecia, Roma, la Judea bíblica, la Cristiandad,
así como un alegato contra la degradación moral de la sociedad que le tocó
vivir, en la que la delación y el servilismo al poder era moneda corriente. No
era Mandelstam un poeta político; es más saludó inicialmente la llegada de la
Revolución, que pronto, como a tantos otros, le defraudaría. Puede que su
epigrama contra Stalin (minuciosamente analizado por José Manuel Prieto)
precipitara su perdición (moriría en el campo de concentración de Voronezh),
mas él era un espíritu libre (sin la astuta ambigüedad de un Pasternak, por
ejemplo) frente a un medio hostil. No iba a claudicar, y esto era ya definitorio.
Aunque él, por su adscripción al acmeismo (“acmé”: cima,
perfección), era partidario de una cultura universal, era de origen judío
polaco; por tanto, un extraño en medio de una cultura ortodoxa -si bien que
asimilada-; de ahí las referencias evidentes: “A las puertas de Jerusalén / salió un sol negro”,
“El sol amarillo es más terrible” (el “sol negro” es una imagen de muerte e
inmortalidad; el amarillo es un símbolo de lo judio); o “Entre los sacerdotes y
joven levita...”
Ahora bien, globalmente, su obra es una contraposición
entre el mundo grecorromano y la revolución rusa. Se enfrenta a la tabla rasa
de la revolución, y así las ciudades del Mar Negro son vistas como síntesis
entre la cultura clásica y la cultura rusa: la Táuride de “la dorada hidromiel
tan espesa”. En esos lugares del Ponto Euxino, resuena también la voz de
Homero.
Además en el libro está presente el ambiente bélico de la
Primer Guerra Mundial en Casa de fieras o Se unieron las Helenas para
la guerra. Da la bienvenida a la revolución en El decembrista
(“¡Estos hechos no mueren!”) o en Cantemos, hermanos, el crepúsculo de la
libertad. Pero esa esperanza se ve
defraudada en A Casandra (“Y en diciembre del año diecisiete / todo lo
perdimos, amando”) o en Tristia.
Tristia es el poema central que da título y quizá
sentido a todo el libro. “Estudié la ciencia de la despedida / ... ¿Quién puede
saber al oír la palabra “despedida” / qué separación nos aguarda?”.
Reconocimiento de lo cotidiano: “Y yo como el hilo de la costumbre, / se
desliza la canoa, susurra el huso”, y del tiempo presente, del instante casi
detenido ( la cesura, en palabras de Brodsky): “Todo pasó antes, todo se
repetirá de nuevo. / Y sólo nos es dulce el instante del reconocimiento”.
Reconocimiento en el presente; nos es igual el pasado y el futuro -aunque todo
ocurra en ellos- por inasibles. Hay también una dialéctica femenino-masculino
(maleable y duro): “Para las mujeres es cera lo que para los hombres es cobre.
/ A nosotros sólo en las batallas nos habla el destino, / y a ellas, les es
dado morir leyendo el futuro”.
El poemario está atravesado por constantes referencias
mitológicas: al río Leteo (en lugar de al más real Neva), el Erebo, el Elisio,
Caronte, Casandra, la Acrópolis, los asfódelos (flores de la muerte, tan caros
también a Borges). Pero sintetiza el poeta la cultura clásica con el
cristianismo: el concepto cristiano de la eternidad se empareja con el de la
armonía en el arte; de este modo, la muerte del poeta será concebida como una
catarsis. Pues en el libro hay lugar para la muerte (“Que digan: el amor tiene
alas, / pero la muerte tiene muchas más”, del poema Tu acento asombroso);
para el amor (los versos dedicados a su mujer Nadiezhda Jázima o a Marina
Tsvietáieva); para el olvido (en Olvidé las palabras que quería decir:
“Una golondrina ciega regresa con las alas cortadas / al reino de las sombras /
para jugar con la claridad”).
En Tristia se funde el clasicismo con el dinamismo
de las imágenes ofreciendo un complejo mundo metafórico; y las combinaciones
rítmicas cargan de sentido los presentimientos, las evocaciones, los
reconocimientos. Tristia, es la tristeza presentida de la muerte del
arte, del final de una época, del apocalipsis de una cultura. Pero también es
una suprema muestra de la celebración y el gozo en la poesía eterna, ya
que -de nuevo Brodsky- la intensidad de
su lirismo se impone a su instinto de conservación, y así se opone al poder,
más que por una proclama política mediante la palabra. El verso, la canción,
son un desafío al espacio mudo del totalitarismo.
© Copyright Rafael González Serrano