viernes, 7 de octubre de 2011

Thomas Stearns Eliot: La tierra baldía

Publicada inicialmente en 1922 en el primer número de la revista The Criterion, La tierra baldía se considera la obra capital dentro de la producción poética del escritor angloamericano Thomas Stearns Eliot (aunque nacido en 1888 en Saint Louis, su vida profesional y literaria la llevó a cabo en Inglaterra). La tierra baldía es un poema extenso (cuatrocientos treinta y tres versos) estructurado en cinco partes: El entierro de los muertos, Una partida de ajedrez, El sermón del fuego, Muerte por agua y Lo que dijo el trueno.
Previa a la primera parte, se encuentra una cita de un texto de Petronio. En él, la Sibila, ante la pregunta que se le formula, responde: “quiero morir”. A pesar de simbolizar la mujer sabia que predice el futuro, en sus palabras sólo encontramos el dolor de la vida.
I.- El entierro de los muertos.
La obra se inicia con unos versos –“Abril es el mes más cruel, criando / lilas de la tierra muerta, mezclando / memoria y deseo, removiendo / turbias raíces con lluvia de primavera”– en donde la posibilidad de una regeneración primaveral se trunca. Al menos, “el invierno nos mantenía calientes, cubriendo / tierra con nieve olvidadiza”. El hombre sólo conoce lo destruido: “¿Cuáles son las raíces que se aferran, qué ramas crecen / de esta pétrea basura?” La vida es simplemente “una sombra caminando detrás de ti por la mañana” (en la juventud), y “una sombra subiendo a tu encuentro por la tarde” (en la vejez). Un marinero interpela a un antiguo compañero: “Ese cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín, / ¿ha empezado a retoñar? ¿Florecerá este año?”, dudando de la opción de que esa tierra estéril florezca.
Presenta también en esta primera parte la figura de Madame Sesostris, “famosa vidente”, para introducir algunos referentes posteriores: el Marinero fenicio, el Hombre Ahorcado (imagen del rey sacrificado), el círculo dantesco... Acude Eliot al tarot tanto como elemento interpretativo de una realidad arcana, como visión irónica de una época donde la fe se ha sustituido por supersticiones (la vidente es “la mujer más sabia de Europa”). Si a lo largo de esta primera parte ya había introducido citas en alemán, la termina con el baudeleriano: “¡Tu! hypocrite lecteur! –mon semblable, –mon frère!”
II.- Una partida de ajedrez.
La banalidad de lo cotidiano, la falta de sentido de la existencia, la resignación, la apatía, se muestran  por medio de varias figuras femeninas en esta parte. Desde la clásica Filomena (de Las Metamorfosis) violada y convertida en ruiseñor, hasta la narración de los hábitos cotidianos vacíos de esa Lil (con cinco hijos, un aborto reciente y que aguarda al marido que está en la guerra); o la reproducción de un diálogo revelador sobre la incomunicación: “Dime algo. ¿Por qué nunca me dices nada? Habla. / ¿En qué piensas? ¿Qué piensas? ¿Qué? / Nunca sé en qué estás pensando. Piensa.” Bascula esta parte entre un lenguaje más barroco y elaborado, al inicio, y la reproducción de las conversaciones vulgares. La atmósfera de las escenas, con protagonistas femeninos, es asfixiante y depresiva. La única salida es que: “jugaremos una partida de ajedrez, / apretando ojos sin párpados y aguardando un golpe en la puerta.”
III.- El sermón del fuego.
La tercera parte, quizá sólo superada por la quinta en complejidad simbólica, se articula en torno a varias voces. En primer lugar está la figura del rey pescador (alusión al ciclo artúrico), que medita –mientras que “una rata se deslizó suavemente entre la vegetación / arrastrando su panza fangosa por la orilla”– sobre la ruina, ante un río Támesis trasunto de la decadencia y la muerte. Está también el mercader de Esmirna, representante del mundo comercial; luego aparece, fundamental, la figura de Tiresias.
Es éste el mudo testigo, “a la hora violeta”, del encuentro sexual entre la mecanógrafa (rodeada de elementos sórdidos: “medias, zapatillas, fajas y cubrecorsés”)  y el joven forunculoso, que llega en el momento propicio, pues ella está “aburrida y cansada”. Tras el acto sexual, sin pasión ni goce, puro acto mecánico ejecutado por seres indiferentes, “ella se vuelve a mirarse un momento en el espejo, / sin darse cuenta de que se fue su amante”, para acabar diciéndose: “Bueno, ahora ya está: y me alegro de que haya pasado”.
Tiresias es una figura en la que pone el acento el propio Eliot en sus notas. Es el personaje que reúne en sí la condición masculina y femenina; por tanto, es un elemento unificador. Por otro lado, a pesar de ser ciego –por la acción vengadora de Juno–, es también adivino y, en consecuencia, unifica pasado, presente y futuro. Es una figura globalizadora en la que se simboliza la identificación de voces plurales y el eje del tiempo.
En la parte final, las hijas del Támesis cantan su canción: “El río suda / petróleo y alquitrán / las gabarras van a la deriva...”, y traen el tema de la infidelidad de la reina (el adulterio como causa de los males enlaza de nuevo con el mito artúrico). Concluye esta parte con la cita –completada en las notas– de San Agustín: “A Cartago llegué entonces”, a las que se añaden las palabras de Buda en El sermón del fuego y otras de San Agustín de Las Confesiones.
IV.- Muerte por agua.
Es la parte más breve. Presenta a Philebas, el mercader fenicio, muerto. Ya “olvidó el clamor de gaviotas, y el hincharse del hondo mar / y las ganancias y las perdidas.” Es el acabamiento que a todos nos aguarda; y, en consecuencia, con la muerte llega también el olvido. Pero no es el final definitivo; para Eliot, la muerte por agua puede simbolizar    –como en otras culturas– el inicio de un nuevo ciclo, la regeneración surgida del fin.
V.- Lo que dijo el trueno.
Eliot, otra vez, en sus notas nos indica los temas tratados: el viaje a Emáus, el acercamiento a la Capilla Peligrosa y el hundimiento de la Europa oriental. Por el primero está manifiesta la desesperación de los apóstoles por la muerte de Cristo, aunque la imagen del “tercero que camina siempre a tu lado” pudiera referirse a la presencia consoladora del resucitado. La decadencia de Europa oriental se plasma en “esas hordas encapuchadas pululando / por llanuras sin fin.” Y si esa Europa ha caído en el abismo, lo mismo le podría acontecer a “Jerusalén Atenas Alejandría / Viena Londres”, centros de la cultura universal.
El trueno es un símbolo más de la esterilidad –“seco trueno estéril sin lluvia”–. Continúa con una angustiosa y desesperanzada visión de la realidad: “Si hubiera roca / y también agua /... / si hubiera ruido del agua sólo /... /  pero no hay agua.” El elemento salvador lo introduce el autor al citar los Upanishad –libros sagrados del hinduismo–, donde se ofrece la liberación de la soledad individual (“he oído la llave / girar en la puerta”, “cada cual en su cárcel / pensando en la llave”), a través de los pasos Da, Simpatiza, Gobierna. Así es que, a pesar de que “el Puente de Londres se cae se cae se cae”, se concluye con un “Shantih shantih shantih”, la Paz que supera a toda comprensión, en palabras del propio Eliot.
La tierra baldía, la tierra yerma, es el mundo inhóspito y decadente en el que Eliot sitúa su poema (no hay que olvidarse de cuándo esta escrito: periodo de entreguerras, tras el desastre de la Gran Guerra). La vida del hombre carece de sentido, se ha perdido la finalidad trascendente (él mismo dice que los dioses son ya sólo la Usura, la Lujuria y el Poder). Los seres pululan abandonados, ejecutando actos mecánicos, vagando por las calles ruinosas –ese Londres descrito tan minuciosamente– de un mundo que se derrumba.
Las referencias culturales son prolijas, no por vano culturalismo sino por reflejar cuáles son los referentes múltiples, de origen diverso, complejos, más que de una civilización casi cabría decir que de buena parte de la historia del hombre. Así lo mismo utiliza el ciclo artúrico pagano que la religiosidad cristiana, la mitología clásica que el misticismo oriental; o emplea citas de Ovidio o Dante, de Shakespeare o Baudelaire, de San Agustín o Buda; o acude a los estudios de Frazer o Weston. La complejidad existencial se traslada al texto haciendo que introduzca citas en alemán, francés, italiano en un empeño totalizador. Junto a referencias intelectuales, se encuentran pasajes donde retrata la vida cotidiana, incluyendo sus aspectos más sórdidos (callejones, canales, tabernas). La pluralidad de recursos formales –metáforas, imágenes, citas, paralelismos, reiteraciones, variaciones rítmicas, onomatopeyas...– contribuye a representar –y reproducir– un mundo en decadencia. La acumulación de imágenes y símbolos nos ofrece la visión de un hombre desfondado deambulando por una tierra estéril.
© Copyright Rafael González Serrano

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