Nacido en Nueva
York en 1927 publica Autorretrato en espejo convexo en
1975. Anteriormente habían aparecido poemarios como El juramento de la pista de
frontón (1962), Ríos y montañas (1966) o El doble sueño de la primavera
(1970); posteriormente verán la luz Una ola (1984), La tormenta de hielo (1987), ¿Oyes, pájaro? (1995), Susurros
chinos (2002) o Un país mundano (2007). Autor
también de libros en prosa y traducciones morirá en Nueva York en 2017.
La obra Autorretrato
en espejo convexo, en su edición original, consta de varios poemas,
incluido el que da título al libro. Hay una edición española que se ajusta a
esta versión, pero, dado que la composición central es lo suficientemente
extensa –casi seiscientos versos– y compleja, utilizaremos la publicación en
español que sólo recoge dicho poema ciñéndonos a la lectura de ese único poema.
El cuadro
homónimo del Parmigianino (Francesco
Mazzola), le sirve de referente para plasmar toda una serie de temas y
registros. Así inicia el largo poema con un tono descriptivo: “Como hizo el Parmigianino, la mano derecha / más
grande que la cabeza, adelantada hacia el espectador / y, replegándose
suavemente, como para proteger / lo que anuncia.” Y pasa a analizar la mirada y
lo que existe detrás de ella: “el alma es un cautivo… // mantenido en suspenso,
incapaz de avanzar hasta mucho más allá
/ de tu mirada.” Nos muestra el alma encerrada en la imagen: “Ahí
seguirás, intranquilo, sereno en / tu gesto que no es abrazo ni aviso / pero
que encierra algo de ambos en pura / afirmación que no afirma nada.”
Mas en la
observación también se percibe la futilidad de lo reflejado, la inanidad que
habita tras una mirada aparentemente escrutadora: “Veo tan sólo el caos / de tu
espejo redondo que lo organiza todo / en torno a la estrella polar de tus ojos
que está vacíos, / no saben nada, sueñan paro nada revelan.” Si bien que el
sueño es uno de los vectores que conforman la existencia y gracias a él podemos
encontrar la belleza de las formas: “Las formas conservan / una fuerte dosis de
belleza ideal, porque / las nutren nuestros sueños.”
Lo meditativo
convive con la introducción de diversas voces y perspectivas: así utiliza
referencias y citas de Vasari, Freedberg, Berg, que le sirven e de excusa para
reflexionar sobre el arte en sus distintos periodos, así como para desvelar
cuáles puedan ser las confluencias y contrastes con el presente. Todo ello
constituye un mosaico de diálogos que trata de reproducir las propias
interioridades de la mente humana.
Entre el pintor
autorretratado y el espectador se llega a producir un juego de miradas donde no
se sabe muy bien quién es realmente el observado: “Lo hemos sorprendido /
trabajando, pero no, él nos ha sorprendido / mientras trabaja.” Se puede pensar
que el Parmigianino nos está mirando pero,
en una nueva consideración sobre nuestras diferentes perspectivas, se podría
también afirmar que se estuviera mirando a sí mismo, por eso uno se sentiría
“confundido por un momento / antes de darte cuenta de que el reflejo / no es el
tuyo.”
El tiempo es
inaprensible en un presente que se escapa a todo intento por controlarlo
racionalmente: “El mañana es fácil, pero el hoy está inexplorado, / desolado,
reacio como cualquier paisaje / a rendir lo que son las leyes de la
perspectiva.” Sin embargo, ese presente sí que nos atrapa en sus redes –en
tanto que avistamos un futuro siempre postergado y que no llega nunca–; y por
eso “del presente estamos escapando siempre / y volvemos a caer en él”. Se
presenta la vida como un ineluctable presente continuo al que estar sometidos.
La contradicción
y conflicto entre las cosas existentes de la realidad (sobre todo en su
esencialidad) se constata porque “el principio de cada cosa individual es /
hostil a todas las demás y existe a costa de ellas”; e, incluso, el amor carece
de finalidad y de él sólo podemos afirmar su desconocimiento, puesto que del
amor “sabemos que no puede intercalarse entre dos momentos adyacentes, que sus
meandros / no llevan a ninguna parte… // y que [ellos] desembocan en una vaga /
sensación de algo que no puede conocerse nunca”.
Lo reflexivo, el
tono introspectivo, se funden con una expresión discursiva, con referentes
metaliterarios, con excursos explicativos. Su flujo poético se cimenta en
visiones de la realidad que, a su vez, se transforma y puede incluso
desaparecer; parece como si fuéramos imágenes de un recuerdo, de algo que pudo
haber sido; o actores involuntarios de un sueño. El propio poeta afirma que se
actúa sin ser consciente, movido por la necesidad que sortea nuestras
resoluciones para “crear algo nuevo / por su cuenta.” La poesía de Ashbery se
sustenta en algo inaprensible, ya que ni él mismo puede explicar “la razón de que todo haya de reducirse a una
sola / sustancia uniforme, un magma de interiores.”
© Copyright Rafael González Serrano