Como otros poetas
post-simbolistas, reaccionó frente al positivismo imperante, concibiendo la
tarea poética como profética, desveladora de los grandes enigmas de la existencia
y buscadora de analogías cósmicas. Mas Claudel no encuentra su impulso en el
azar, la nada o la locura, sino en la religión (aunque el mismo reconociese la
deuda para con Rimbaud, al que consideraba un místico salvaje). Mas si los
Rimbaud o Baudelaire se basaban en un simbolismo sensorial para encontrar la
unidad del universo, Claudel pretende hacerlo mediante un simbolismo
espiritual.
Encuentra su inspiración el arte
sacro, la Biblia, los clásicos grecorromanos, los Padres de la Iglesia o la
liturgia católica. Su poesía es enormemente musical, pues incluye elementos
sonoros, en casos solemnes, propios de los cultos religiosos, como plegarias o
tedeums. Para su intencionalidad poética, modelará adecuadamente el versículo
convirtiéndolo de este modo en un verso narrativo o explicativo. En esos
versículos no deja de introducir todo tipo de recursos estilísticos como
metáforas, comparaciones, imágenes, símbolos, yuxtaposiciones, dislocaciones
sintácticas, etc.
Claudel escribió sus Cinco grandes odas entre Paris y China
(país al que fue destinado por su labor diplomática). Aparecidas en 1911, su redacción
está fechada entre 1900 y 1908.
A cada una de las odas, tras el título, le antecede un
argumento donde se sintetiza, con intención orientadora, cuál será el contenido
del poema, los temas tratados, la finalidad del mismo, etc. La primera oda
lleva por título Las Musas, y está
escrita entre 1900 y 1904. Las siguientes se denominan: El espíritu y el agua (de 1906), Magnificat (1907), La musa
que es la Gracia (1907) y La mansión
cerrada (1908).
La primera de las odas, Las Musas, parte de la observación del
friso de un sarcófago en el Museo del Louvre. Va citando a diversas musas y sus
cualidades: Clío, Talía, Mnemósine, a la par que describe su labor en tanto que
poeta: “¡Oh alma mía, el poema no está hecho de estas letras que yo hinco como
clavos, sino de lo blanco que se queda sobre el papel”. Si ha citado a las
musas respiradoras, también lo hará con las musas inspiradas: “Tú no eres la
que canta, tú eres el canto mismo en el momento que se elabora”. El sentido
religioso le ofrece una respuesta ante el vacío del mundo –“no busques el
camino, busca el centro”–, el encuentro con las cosas –“así como el Dios santo
ha inventado cada cosa, tu alegría está en la posesión de su nombre”–, le
permite que pueda nombrarlas y, en cierta medida, ser también su creador:
“Profiriendo el nombre de cada cosa, /…/ Participaste de su creación,
cooperaste en su existencia”.
Pero la amante (puesto que en
esta oda se halla presente Rosalie, a la que ya incluyó en alguna otra creación
bajo el nombre de Ysé) le requerirá. Esa amante que ha sido transportada del
resto del mundo y de la destrucción que le acompaña, le llama: “¡Tómame, puesto
que no puedo más!”. El poeta se da cuenta de su estado: “Miré y me vi solo de
repente. / Desligado, rechazado, abandonado, / Sin deber, sin labor, fuera, en
medio del mundo, / Sin derecho, sin causa, sin fuerza, sin admisión”. A pesar
de ello, la oda acaba con la explosión del mundo contemplado por una pareja
adúltera. Puesto que “despegados de la tierra, estábamos solos el uno con el
otro”, eso le permite, dirigiéndose a ella, exclamar: “Tu misma, amiga, tus
grandes cabellos rubios al viento del mar, /… / ¡Oh amiga mía! ¡Oh musa en el
viento del mar! ¡Oh idea desmelenada en la proa”.
En la segunda oda, El espíritu y el agua, se manifiesta el sentimiento
de culpa por el amor adúltero tenido con Rosalie: “Oh amiga, yo no soy un dios,
/ Y no puedo compartir contigo mi alma y tú no puedes tomarme y contenerme y
poseerme”. El agua constituye un símbolo del Espíritu: “El agua / Siempre viene
a encontrar de nuevo al agua, / Componiendo una gota única”. El poeta afirma
que “hago el agua con mi voz”, y de esta forma “hago palabras eternas”. Hace
referencias a la creación y la separación de las aguas, así como a la calidad
de nutriente del agua de lluvia. El espíritu liberta el agua en todas las
cosas, ilumina y clarifica.
Y aunque los mortales estemos
separados de Dios, estamos religados a Él por el espíritu o el agua, sostiene
el poeta, que rechazará el agua de los mortales porque anhela la mar “eterna y
salada”: “¡Dios mío, tened piedad de estas aguas deseantes!... ¡tened piedad de
estas aguas en mí que mueren de sed! /… / ¡Que cese yo enteramente de ser
oscuro, /… / Saca al fin / todo el sol que hay en mí y la capacidad de tu luz!”
Mas, gracias a la intervención divina a la que apela, exclama, “¡Yo no moriré,
pues soy inmortal!”. Y profiere en un éxtasis final: “¡Ahora brotan con fuerza
/ Las partes profundas, brota mi alma salada, prorrumpe en un gran grito el
saco profundo de la pureza seminal!” Todo será claridad y conocimiento: “¡El
verbo inteligible y la palabra “expresada” y la voz que es el espíritu y el
agua!”.
© Copyright Rafael González Serrano
Me ha gustado este acercamiento al poeta Paul Claudel... interesante los datos y los versos expuestos. Hacía años que no volvía a este autor, ahora lo redescubro. Gracias y un abrazo.
ResponderEliminarOtro abrazo para ti, José Manuel. Espero que sigas con tus creaciones poéticas, y me alegro de que las entradas te hayan servido para recordar a Paul Claudel.
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