lunes, 2 de noviembre de 2015

Paul Claudel: Cinco grandes odas (1)

Paul Claudel nace en 1868 en Villeneuve-sur Fère y muere en París en 1955. Fue autor de obras de teatro como La anunciación a María (1912, segunda versión de 1948), El zapato de raso (1929) o Juana de Arco en la hoguera (1939), y de poemarios como Conocimiento del Este (1900), Cinco grandes odas (1911), El camino de la cruz (1911), Poemas de guerra (1922), Hojas de santos (1922) o Los rostros radiantes (1945). Además, es autor de innumerables libros en prosa (ensayos, memorias, correspondencia…).
Como otros poetas post-simbolistas, reaccionó frente al positivismo imperante, concibiendo la tarea poética como profética, desveladora de los grandes enigmas de la existencia y buscadora de analogías cósmicas. Mas Claudel no encuentra su impulso en el azar, la nada o la locura, sino en la religión (aunque el mismo reconociese la deuda para con Rimbaud, al que consideraba un místico salvaje). Mas si los Rimbaud o Baudelaire se basaban en un simbolismo sensorial para encontrar la unidad del universo, Claudel pretende hacerlo mediante un simbolismo espiritual.
Encuentra su inspiración el arte sacro, la Biblia, los clásicos grecorromanos, los Padres de la Iglesia o la liturgia católica. Su poesía es enormemente musical, pues incluye elementos sonoros, en casos solemnes, propios de los cultos religiosos, como plegarias o tedeums. Para su intencionalidad poética, modelará adecuadamente el versículo convirtiéndolo de este modo en un verso narrativo o explicativo. En esos versículos no deja de introducir todo tipo de recursos estilísticos como metáforas, comparaciones, imágenes, símbolos, yuxtaposiciones, dislocaciones sintácticas, etc.
Claudel escribió sus Cinco grandes odas entre Paris y China (país al que fue destinado por su labor diplomática). Aparecidas en 1911, su redacción está fechada entre 1900 y 1908. A cada una de las odas, tras el título, le antecede un argumento donde se sintetiza, con intención orientadora, cuál será el contenido del poema, los temas tratados, la finalidad del mismo, etc. La primera oda lleva por título Las Musas, y está escrita entre 1900 y 1904. Las siguientes se denominan: El espíritu y el agua (de 1906), Magnificat (1907), La musa que es la Gracia (1907) y La mansión cerrada (1908).
La primera de las odas, Las Musas, parte de la observación del friso de un sarcófago en el Museo del Louvre. Va citando a diversas musas y sus cualidades: Clío, Talía, Mnemósine, a la par que describe su labor en tanto que poeta: “¡Oh alma mía, el poema no está hecho de estas letras que yo hinco como clavos, sino de lo blanco que se queda sobre el papel”. Si ha citado a las musas respiradoras, también lo hará con las musas inspiradas: “Tú no eres la que canta, tú eres el canto mismo en el momento que se elabora”. El sentido religioso le ofrece una respuesta ante el vacío del mundo –“no busques el camino, busca el centro”–, el encuentro con las cosas –“así como el Dios santo ha inventado cada cosa, tu alegría está en la posesión de su nombre”–, le permite que pueda nombrarlas y, en cierta medida, ser también su creador: “Profiriendo el nombre de cada cosa, /…/ Participaste de su creación, cooperaste en su existencia”.
Pero la amante (puesto que en esta oda se halla presente Rosalie, a la que ya incluyó en alguna otra creación bajo el nombre de Ysé) le requerirá. Esa amante que ha sido transportada del resto del mundo y de la destrucción que le acompaña, le llama: “¡Tómame, puesto que no puedo más!”. El poeta se da cuenta de su estado: “Miré y me vi solo de repente. / Desligado, rechazado, abandonado, / Sin deber, sin labor, fuera, en medio del mundo, / Sin derecho, sin causa, sin fuerza, sin admisión”. A pesar de ello, la oda acaba con la explosión del mundo contemplado por una pareja adúltera. Puesto que “despegados de la tierra, estábamos solos el uno con el otro”, eso le permite, dirigiéndose a ella, exclamar: “Tu misma, amiga, tus grandes cabellos rubios al viento del mar, /… / ¡Oh amiga mía! ¡Oh musa en el viento del mar! ¡Oh idea desmelenada en la proa”.
En la segunda oda, El espíritu y el agua, se manifiesta el sentimiento de culpa por el amor adúltero tenido con Rosalie: “Oh amiga, yo no soy un dios, / Y no puedo compartir contigo mi alma y tú no puedes tomarme y contenerme y poseerme”. El agua constituye un símbolo del Espíritu: “El agua / Siempre viene a encontrar de nuevo al agua, / Componiendo una gota única”. El poeta afirma que “hago el agua con mi voz”, y de esta forma “hago palabras eternas”. Hace referencias a la creación y la separación de las aguas, así como a la calidad de nutriente del agua de lluvia. El espíritu liberta el agua en todas las cosas, ilumina y clarifica.
Y aunque los mortales estemos separados de Dios, estamos religados a Él por el espíritu o el agua, sostiene el poeta, que rechazará el agua de los mortales porque anhela la mar “eterna y salada”: “¡Dios mío, tened piedad de estas aguas deseantes!... ¡tened piedad de estas aguas en mí que mueren de sed! /… / ¡Que cese yo enteramente de ser oscuro, /… / Saca al fin / todo el sol que hay en mí y la capacidad de tu luz!” Mas, gracias a la intervención divina a la que apela, exclama, “¡Yo no moriré, pues soy inmortal!”. Y profiere en un éxtasis final: “¡Ahora brotan con fuerza / Las partes profundas, brota mi alma salada, prorrumpe en un gran grito el saco profundo de la pureza seminal!” Todo será claridad y conocimiento: “¡El verbo inteligible y la palabra “expresada” y la voz que es el espíritu y el agua!”. 

© Copyright Rafael González Serrano

2 comentarios:

  1. Me ha gustado este acercamiento al poeta Paul Claudel... interesante los datos y los versos expuestos. Hacía años que no volvía a este autor, ahora lo redescubro. Gracias y un abrazo.

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    1. Otro abrazo para ti, José Manuel. Espero que sigas con tus creaciones poéticas, y me alegro de que las entradas te hayan servido para recordar a Paul Claudel.

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