Shelley compuso
Adonais tres meses después de la muerte de Keats. El poema más que una elegía
en sí es un lamento por la muerte de un gran poeta (en realidad se habían tratado
pero no existió entre ellos una profunda amistad). El tema del poema es el del
destino de los poetas, abocados a un mundo que ni les escucha ni les tiene en
consideración. El poema consta de cincuenta y cinco estrofas, estructurado en
dos partes disímiles pues la primera ocuparía aproximadamente dos tercios del poema.
Al parecer, Adonáis sería una mezcla del griego Adonis –dios griego que
simbolizaba la muerte y la resurrección–, y del hebreo Adonai, uno de los
nombres de Elohim, el Creador o Señor.
En el inicio,
Adonáis ya ha muerto, y la Hora llora por él y cita a las demás horas para que también
se lamenten, puesto que el tema es el de la desesperación por la muerte de
Adonáis Se convoca además a Urania, musa de la Astronomía, – “¿Dónde estaba la
abandonada Urania / Cuando Adonais murió?”–, que acude desde el Edén, lamentándose
por tan luctuoso hecho. Siguen unas estrofas donde Shelley insiste en la queja por
la ausencia y la pérdida, así como el lamento de los elementos que acompañaron
al poeta, “como la forma, y el tono, y el aroma y el dulce sonido”; aparecen las personificaciones de los
pensamientos, emociones, actitudes y habilidades del difunto. Se plasma así mismo la
inexorabilidad de la muerte.
Pasa Shelley a
establecer un paralelismo, en contraposición, entre la vida humana y la
naturaleza: ésta revive eternamente al repetir su ciclo mientras que el hombre
perece –incluso uno de la talla de Adonáis-Keats– irremediablemente para
siempre: “los aires y arroyos renuevan su gozosa sonoridad /…/ hojas y flores
frescas adornan el féretro de la muerta estación; / las apasionadas aves ya se
emparejan ente los helechos”. Por eso, aunque Urania reclame a Adonáis que no
la abandone –“¡No me abandones desolada y triste y desamparada, / como el mudo
rayo abandona la noche horra de estrellas!”–, éste ya se encuentra
definitivamente muerto.
En las Estrofas 30 a 34, aparece una serie de
dolientes humanos, entre los cuales se encuentra, el "Peregrino de la
Eternidad", que es Lord Byron. El propio Shelley también forma parte de la
procesión de dolientes. El poeta se presenta a sí mismo –“una frágil
Silueta”–, equiparándose a figuras como Acteón, ya que lo mismo que a éste le
persiguen los mastines a él lo hacen sus pensamientos. También muestra su estigmatizada frente como
si fuera la de Caín o Cristo:
“Descubrió
su estigmatizada y sangrante frente, / como si fuera, ¡ay dolor! la de Caín o
la de Cristo”. Al igual que Caín él es un desterrado de su tierra; y sus padecimientos los equipara –irreverente–
con los de Cristo.
En la estrofa 37
arremete contra el crítico de la revista Quarterly Review –al parecer John Wilson Croker– que juzgó muy negativamente el Endymion de Keats, lo que, en opinión de Shelley,
traumatizó a John Keats, empeorando su salud, lo que acabará con su vida, y al
que vaticina que: “te
asirán el Remordimiento y el Autodesprecio”; y a quien desea que el peor castigo es que viva
para reconocer su infamia: "¡Larga vida a ti, cuya infamia no es tu
fama!”
En las estrofas 45 y 46, Shelley lamenta que,
como Thomas Chatterton, Sir Philip Sidney y Lucano, Keats murió joven y no
vivió para desarrollarse como poeta. Pero Keats está despierto, o duerme
con los muertos eternos; de esta forma “fluirá el espíritu puro / de vuelta a
la ardiente fuente de la que manó, / una parte de lo Eterno, que debe resplandecer
/ a través del tiempo”. Añade el poeta que, en ese ámbito de paz, “No está
muerto, no duerme / ha despertado del sueño de la vida”. Y en ese nivel
superior y, elevándose más allá de las sombras de la noche, quedará libre de la
envidia, la calumnia, el odio y el dolor;
y cuando la propia alma haya dejado de arder, el poeta estará vivo: “Él vive,
vela– es la Muerte quien está muerta, no él”. Porque “se ha hecho uno con la
Naturaleza”.
A partir de
ahora Keats “es una parte de la belleza”, en comunión tanto con los árboles como
con la luz del Cielo. Junto con los inmortales, forma parte de “los fulgores
del firmamento del tiempo”. En este estadio de eternidad, acogido por los
grandes poetas, hasta el Olvido “se acobardó como un réprobo”. Y es nombrado
“Lucero de nuestra grey”. Ascendido a tal condición, nadie debería llorar por
Adonáis, incluso en Roma –lugar de su
tumba– lo deberían hacer antes por ella, sepulcro de edades, imperios y religiones.
La vida que ahora debe estar experimentando
Adonais, el poeta la sitúa en Roma, una ciudad plena de lugares donde la pérdida
y la decadencia son visibles. Además, él está en el cementerio protestante
allí, donde también está enterrado el hijo de tres años de Shelley. Sin embargo,
frente a la desnudez de la Desolación, “Una luz de risueñas flores se extiende
sobre la hierba”. La naturaleza no
aborrece la muerte y la descomposición; son los humanos, quienes temen y odian
en medio de la vida, quienes lo hacen: “¿Por qué hay que temer lo que
Adonáis es?”
La "Eterna" Roma muestra
paralelismos con las descripciones anteriores, estrofas 44-46, en las que
propone que el espíritu de Adonáis-Keats se convirtió en parte del "firmamento"
de las estrellas eternas, que son los espíritus inmortales de los grandes poetas. Y
en la estrofa 52 escribe: “El Uno permanece, la multitud cambia y pasa; / la
luz del Paraíso brilla eternamente, las sombras de la Tierra vuelan”. De esta manera, la vida en tanto que
pasajera es una limitación de lo perenne: “la vida, como cúpula de cristal
polícromo, / ensucia el blanco resplandor de la Eternidad”. Por eso, la Muerte es la que simboliza la
gloria de la eternidad.
El propio
Shelley pasa a identificarse con ese Keats-Adonáis. El viento le susurra “¡la
llamada de Adonáis!”, y que “nunca más la
vida separe lo que la Muerte pueda unir”. Shelley ofrece su visión de lo que el
mundo del Espíritu en contraposición al de la naturaleza, que es el de la
oscuridad y el de nuestro fugar paso, frente al de la eternidad celestial; pero
no una eternidad religiosa sino la del territorio del misterio y lo ignoto.
Pues desde allí: “El alma de Adonáis, como una estrella, / nos guía desde la
morada donde los Eternos son”.
Nota: Ya es casual –o causal– en estos tiempos que esta nueva reseña sea sobre la elegía por la muerte de un poeta realizada por otro poeta, también muerto joven y de manera trágica.
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ResponderEliminarI am curious if you have heard of Piero Scaruffi and his blog since your blog bears a superficial resemblance to it.
EliminarGracias por tu favorable opinión sobre el blog y su contenido. Y no, no conozco a Pietro Scaruffi.
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