jueves, 2 de enero de 2014

Ernst Jünger: Eumeswil [el anarca]

La labor de este blog –humilde y tenaz– ha sido la de analizar y reseñar, con mayor o menor fortuna, libros o poemas de variados autores, por lo general extranjeros y del siglo XX. Si ellos han constituido el objeto, ha sido tanto para efectuar un distanciamiento de la producción hispánica –demasiado próxima–, como para dar a conocer –a quienes no los conocieran–, o recordar, a poetas fundamentales, o cuando menos interesantes, de ese periodo. Pero, de vez en cuando, me permitiré alguna libertad; es decir, que comentaré la obra literaria de algún autor que no sea poeta (o que la poesía sea sólo una parte pequeña –aunque no por ello desechable– de su producción creativa).
Ernest Jünger vivió ciento tres años (de 1895 a 1998), atravesando con su vida y su obra todo el siglo XX, y siendo una de las figuras esenciales de la literatura y del pensamiento de ese siglo. Una producción tan extensa como la suya ha sido clasificada por los analistas en cuatro periodos correspondientes a cuatro figuras por él forjadas: el Soldado, el Trabajador, el Emboscado y el Anarca.
El Soldado surge de su experiencia como tal en la Primera Guerra Mundial. Fruto de ella es su obra Tempestades de acero, donde plasma de manera épica esa vivencia de la guerra, así como el surgimiento de un mundo desconocido nacido entre las novedosas máquinas y la destrucción. Su activismo político le lleva a identificarse con la denominada “revolución conservadora”, enemiga de la monarquía prusiana, una especie de “nacionalismo de soldados”. Pero, la técnica ha triunfado y Jünger propone una nueva figura: el Trabajador, quien, si sabe elevarse sobre la máquina, se convertirá en un nuevo tipo humano, dominador y no explotado.
Con el advenimiento del nazismo, se recluye en una especie de exilio interior. Rechaza esa ideología de “burgueses en camisa parda”, empezando por su racismo (pues nunca fue antisemita). Y escribe Sobre los acantilados de mármol, en donde cuenta como un mundo hermoso perece bajo la violencia, y que ha sido considerada una alegoría sobre el nacionalsocialismo y sus aún no sospechadas trágicas consecuencias. Es movilizado tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial y enviado a París. Ahí conoce a la bohemia artística (Cocteau, Picasso…). Fruto de esa experiencia son sus diarios de guerra titulados Radiaciones.
Irá surgiendo una nueva figura en su pensamiento, la del Emboscado.  Ante los grandes peligros contemporáneos, al hombre que desea conservar su libertad sólo le queda recluirse en una especie de bosque metafórico, donde la persona, al margen de todos los sistemas encuentre la verdadera libertad en “el propio pecho”. Ese es el sentido de sus libros La emboscadura y Heliópolis. En ellos plasma su concepción sobre el advenimiento de un Estado mundial, sobre el antagonismo entre dioses y titanes. También, tras conocer a Albert Hofmann –el creador del LSD–- recoge en varios textos sus experiencias psicodélicas.
Llevado por su cada vez más definida filosofía en contra del mundo establecido y a favor de la libertad individual, aún acuñará una nueva figura: el Anarca. Aparece en su novela Eumeswil de 1977. En ella concibe un mundo en el que todo está tan regulado que la salvación sólo puede residir en uno mismo. Lo que consiste no en conspirar contra el orden social sino en conseguir el dominio propio; en ello residirá la auténtica autonomía. Y el espacio donde llevar a cabo esto no es ni la sociedad ni la política sino la Historia. El protagonista de la obra es Martín Venator, camarero de noche del Condor, el tirano de Eumeswil, mas también “historiador” de día que observa el presente con un total distanciamiento, no aferrándose “a las ideas, sino a los hechos”. Así, Venator se convertirá en el anarca solitario capaz de vivir en sociedad pero sin establecer vínculos con ella.
Sólo una licencia poética permitiría identificar a un personaje con su autor (esto en el mejor de los casos, pues no consideraremos las asociaciones malintencionadas), mas es seguro que Jünger y su anarca poseen bastantes paralelismos. Por ello resultan bastante ilustrador del pensamiento jüngueriano definiciones o descripciones encontradas a lo largo del libro. “La contrapartida positiva del anarquista es el anarca. El anarca no es el antagonista del monarca, sino su polo contrario… No es el adversario del monarca sino su correspondencia”.
Aparte de con los detentadores del poder establecido –sea este el que sea– Jünger se cuida muy mucho de establecer las diferencias insalvables entre el anarca y el anarquista, puesto que mientras el primero puede vivir en solitario, el segundo es un ser social y tiene que buscar la colaboración de otros camaradas. Del mismo modo, el anarca no cae en la tentación de la acción violenta –como el anarquista o el partisano– puesto que, al no guiarse por las ideas sino por los hechos, lucha en solitario como hombre libre que es, ajeno a la idea de sacrificarse en pro de un régimen o de un poder que domine a otro poder. El anarca no reconoce ningún régimen ni se zambulle, como los anarquistas, en sueños de paraísos; por eso su observación puede ser imparcial.
Respecto a la actitud ante la ley, las diferencias son también evidentes. El partisano  –que sería el activista– quiere cambiarla (otra figura límite, la del criminal, quiere transgredirla); pero el anarca no pretende ninguna de las dos cosas. No está ni a favor ni en contra de la ley. “Aunque no la reconoce, procura conocerla y medirla por el patrón de la leyes naturales, ajustando su conducta según ellas”. En cuanto a las normas sociales, el anarca rechazará toda obligatoriedad (escolarización, servicio militar, sanidad, seguros), y si pronuncia un juramento, es bajo reservas. “No es un desertor, sino un refractario”. Pese a su postura social, tampoco hay que confundir al anarca con el solitario: “el solitario ha sido expulsado de la sociedad, mientras que el anarca ha expulsado a la sociedad de sí”.
Aún reconociendo que la sociedad en que vive es imperfecta, la admite incluso con esas limitaciones. Siendo más o menos contrario al Estado y a la sociedad, acepta que pueden darse tiempos y lugares en los que la armonía invisible se haga visible. Esto se ilustra muy gráficamente con un supuesto tan humorístico como esclarecedor: “al anarconihilista la visión del templo de Artemisa le estimularía a incendiarlo; el anarca no tendría inconveniente en entrar en él para meditar y tomar parte en su sacrificio”.
Porque el anarquista al ser enemigo mortal de la autoridad en realidad  está colaborando con ella; más que dañarla la confirma. El anarca se limita a no reconocer ese orden, ese poder legislativo. No pretende atacarlo, ni derribarlo, ni modificarlo. Porque, consciente como es de que el pueblo se compone de individuos concretos y libres y de que el Estado los reduce a números (“donde predomina el Estado, también la muerte es un valor abstracto”), no está dispuesto a “delegar su libertad ni en la legitimidad del padre benevolente, ni en las pretensiones legales que cambian según las épocas y países”.
Como “historiador” que se reconoce, Venator hace un recorrido por las diversa épocas del pasado refutando también las propuestas de teóricos del socialismo utópico como Fourier (con argumentos no exentos de ironía) o de individualistas como Stirner, o analizando de manera crítica las teorías de los clásicos del pensamiento social. Enlazando con la figura precedente (el emboscado), el anarca debe comportarse como el centinela de la línea avanzada que, “situado en tierra de nadie, aguza ojos y oídos”. Concluirá contundente: “de la sociedad cabe esperar tan poco como del Estado. La salvación está en cada uno”.
Texto inteligente y agudo, profunda reflexión filosófica sobre la condición del ser humano, la clarividencia de Jünger sobre el avatar del individuo en un mundo cada vez más tecnifícado (no en vano prefigura avances tecnológicos como el móvil o Internet: fonóforo, luminar) y controlado, hace que este libro posea una vigencia incuestionable. Obligado a vivir en un régimen político del que está desligado porque no cree en él, analiza con estremecedora lucidez un modelo social, el ejercicio del poder y la soledad del individuo en el mundo contemporáneo.

© Copyright Rafael González Serrano

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