Anna Ajmátova inicia su extenso
poema Réquiem en 1935, pero lo escribe en su mayor parte entre 1939 y
1940. Los versos iniciales los añade en 1961, y en ellos concreta su situación:
“No me amparaba ningún cielo extranjero”, sino que “Estaba entonces entre mi
pueblo”. Sigue En vez de prólogo, exordio donde plasma el compromiso
moral adquirido de contar lo vivido, personal y colectivamente. Por eso, la Dedicatoria
será a las compañeras en la desdicha, desoladas ante las celdas que aíslan a
los presos. Luego viene la Introducción, que sitúa el marco histórico:
“En aquel tiempo sonreían/ sólo los muertos ...”, “Nos vigilaban estrellas de
la muerte”.
Continúa el poema propiamente
dicho dividido en diez composiciones y un epílogo. La composición 10, que lleva
el esclarecedor título Crucifixión, se divide en dos poemas; el epílogo,
también.
El poema 1 es el primero escrito,
y está dedicado a Osip Mandelshtam: “De madrugada vinieron a buscarte...”;
“Tenías en los labios el frío del icono/ y un sudor mortal en la frente”. El
contraste se hace visible entre el “Don apacible” y “Esta mujer está enferma/
esta mujer está sola”, dentro del poema
2. Hay una negación, consciente de su imposibilidad, en el poema 3: “No soy yo
esa, es otra quien sufre”, así como una
identificación con las otras víctimas.
En los poemas 4, 5 y 6 se halla
todo un recorrido por la ansiedad de la espera, por la angustia ante el
encierro del ser querido (su hijo Lev fue encarcelado; su primer marido,
Nikolái Gumiliov, había sido fusilado); “Cómo, mi niño, las noches blancas/ te
observan en la cárcel”. Para que, al final, sea La sentencia (poema 7),
la que confirme lo temido: “Cayó la palabra de piedra/ en mi pecho aún vivo”;
por ello “he de matar a la memoria”, aunque sea mediante el recuerdo como se
puede reconstruir la experiencia y hacer
lo ido vivo.
Lanza una imprecación A la
muerte, desafiándola: “Si has de venir, ¿por qué no vienes ahora? Mas esto
puede conducir a la enajenación, al trastorno: “Ya la locura levanta su ala/ y
cubre la mitad de mi alma”. “He comprendido que debo/ aceptar su victoria/
escuchar mi desvarío...” El penúltimo paso de este vía crucis es la Crucifixión,
donde aproxima la pasión de la cruz a un tiempo presente, bajo el manto de un
misterio, pues “Sólo a donde la madre guardaba silencio/ nadie se atrevió a
alzar los ojos”.
El Epílogo es concluyente
y definitorio. El conocimiento de lo ineludible no excluye la lúcida aceptación
(pidiendo un ruego por ella y las demás):
“He aprendido cómo se hunden los
rostros,
cómo bajo los párpados late el
miedo,
cómo surca el sufrimiento las
mejillas
con trazo rígido de signos
cuneiformes,
cómo los negros rizos y los rizos
de oro
de repente se vuelven pálida
plata,
.........................................................
Si ruego, no es sólo por mí:
ruego
por todas nosotras, hermanas en
la desdicha...”
Aniversario y recuerdo;
conmemoración. Para todas las mujeres víctimas ha elaborado este canto de
difuntos (“vasto sudario”). Porque su boca es la de otros cien millones de
almas. Sólo aceptaría un monumento erigido allí “donde permanecí de pie
trescientas horas”. Y teme olvidar “en la paz de la muerte” los símbolos
odiados. De ahí, que invoque a la memoria, aunque sea desde unos párpados de
bronce.
Articula Ajmátova este poema de
poemas como un réquiem, una misa de difuntos; con los distintos pasos o
estaciones de un peculiar vía crucis,
particular y colectivo (sin eludir la inevitable crucifixión). El dolor
es la fuerza motriz que vertebra y
dinamiza el canto, sin por ello olvidar lo misterioso que envuelve la propia
existencia. El desconsuelo, la pérdida, la muerte exigirían el olvido; pero, en
la literatura, la recreación de esa amarga experiencia requiere la memoria. La
poeta debe efectuar un desdoblamiento, pues a la experiencia del sufrimiento
tiene que responder una contemplación estética, la de la propia creación
poética, incluso aunque ello pueda abocar a la locura. Composición
esencialmente lírica, es un lamento consciente -más allá de la mera melancolía
elegiaca-, personal y colectivo,
alcanzando así una potencia que va más allá de lo particular como para
adquirir una dimensión ética y civil.
© Copyright Rafael González Serrano
No hay comentarios:
Publicar un comentario