Escrito a modo de diario entre
los meses de agosto y septiembre de 1940, el
Cuaderno del bosque de pinos es una indagación en profundidad sobre la
propia actividad de escritura y su posibilidad. Su redacción se efectúa al
inicio de la guerra y, confiesa Ponge en el apéndice, que escribió de aquello
sobre lo que tenía ganas de leer. En la correspondencia acerca del libro añadida
al final de la edición, un interlocutor del poeta escribe: “Cada cosa en sí,
rigurosamente específica y lograda, es excelente. La totalidad llega a ser una
marquetería.” Habla de perfección casi científica, y del nacimiento de un poema
y su explicación. Mas Ponge responde que más bien se trataría del “asesinato de
un poema por su objeto”, afirmando que su poema no es sino “un esfuerzo en
contra de la poesía”.
Este cuestionamiento de la propia
posibilidad de escribir, es la que le lleva a una constante propuesta de
escritura donde ésta es discutida, se descompone y recompone, se destruye y se
genera. Debido a esta certeza, Ponge se posiciona del lado de las cosas, como
lo postula en su gran obra de 1942, Le
partie pris des choses (que puede traducirse como De parte de las cosas); el poeta se adhiere a las cosas, toma
partido por ellas. De ahí que los objetos y la naturaleza, que son mudos, le
atraigan, precisamente porque su expresión es aquella que deriva de las propias
mutaciones naturales de los elementos que los constituyen.
El libro está dividido en tres
partes. La primera, en prosa poética, Su
reunión, describe El placer de los
bosques de pinos; bosque que está compuesto por “grandes mástiles negros o
a lo menos criollos”. En ese “tapiz de jade”, el pino se desprende del mayor
número de sus miembros para que la savia sirva de provecho a la cima. El pino
es un árbol bien definido que sirve de refugio frente a los elementos; de ahí
que sea un sanatorio natural, un salón de música, una catedral de meditación
(todo está dispuesto para dejar al hombre a solas con su meditación, sin nada
que distraiga la mirada). Las hojas, semejan pelos duros, como dientes de peine
(los que peinarían la cabellera de una pelirroja). Aparte de las piñas, de las
horquillas vegetales, los musgos, los hongos... “aquí se fabrica madera”. Y el
tallo de ese árbol es “un impulso sin arrepentimiento”. Identifica el placer de
penetrar en un bosque de pinos con el de hacerlo en los aposentos privados de
la naturaleza, en el tocador de una Venus pelirroja.
La segunda parte lleva por título
Formación de un abceso poético. Hay
una repetición abundante de motivos. El bosque es una brucería (por la
abundancia de cepillos). Insiste en que el bosque es “una lenta fábrica de
madera”, idea base o, como dice el autor, expresión exacta. Un cobertizo
caldeado en el que viene a secarse la noble y salvaje pelirroja que sale de la
bañera. Esta parte contiene varias composiciones en verso. El motivo de estos
poemas es la descripción del bosque como brucería, rodeada de espejos, pelos
verdes con mangos dorados, suelo bermejo, donde vino a peinarse Venus tras
salir de la bañera humeante. Estos poemas contienen pequeñas variantes, se
modifica alguna calificación, el orden de los versos, etc. En las vueltas y
revueltas en torno al bosque (variantes,
otras), van apareciendo en los versos
finales, “cimas negligentes”, “la penumbra de sol manchada”, “albornoz de
penumbra”, “surcado por moscas”, “cintas tejidas de átomos sin sueño”... Hay un
juego combinatorio de los versos –incluso propone una posible secuencia
matemática sin fin–, lo que hace que se llegue a expresiones como: “ya no queda
en provecho de las moscas sin sueño / ... / sino un albornoz de penumbra de sol
manchada”.
Vuelve Ponge a la prosa en la
tercera parte, Todo esto no es nada
serio. Realiza un recuento de lo añadido en la parte anterior por medio de
los poemas, analizando algunos términos. Se cuestiona lo realizado afirmando
que “debe progresar en el conocimiento y la expresión del bosque de pinos”. No
se trata de “emplear las palabras más exactas para describir el sujeto” (lo que
sería mero expresionismo), sino “de conocer el bosque de pinos”. Diferencia
entre el pino social (en el interior del bosque) y el de la linde, que oculta
los arcanos de su sociedad: esconden del exterior las miradas al interior. Un
bosque es un monumento y una sociedad. El pino es un árbol social por
naturaleza. Los pinos tienen la facultad de abolir sus expresiones primeras; en
palabras de Ponge, “licencia de olvido”. Acopia y analiza una serie de términos
propios del mundo vegetal –era un entusiasta de las precisas definiciones de
los diccionarios–, como ramoso, maleza, vástagos, fronda, bosque, floresta,
lindero, oquedal… Define, al final, los diversos tipos de bosque en función de
su edad: de 40 años, oquedal sobre arbusto, de 40 a 60 años, medio oquedal …
de más de 200 años, oquedal alto en regresión. Concluye que este pequeño
opúsculo es (apenas) un “oquedal sobre arbusto”.
Muy alejado de la tradición
romántica-simbolista e, incluso, de los excesos surrealistas –aunque se
adhiriese al primer manifiesto–, su método consiste en dejar hablar a los
objetos, no involucrarse en la enunciación (abandonando para ello el yo), para
que el texto no se halle contaminado por taras sentimentales y surja exacto al
escrutar minuciosamente cada detalle del objeto contemplado. Por eso, los
escritos de Ponge se encuentran a mitad de camino entre la composición poética
y la especulación teórica, una especie –con todo lo que conlleva de equívoco e
inexacto– de poema-ensayo. Para él, el desafío del poeta es reencontrar el
nombre verdadero de las cosas: de ahí su obsesión por los diccionarios (sobre
todo por el Littré), y las definiciones precisas, tan habituales en el Cuaderno del bosque de pinos.
Su propuesta era “desembocar en
fórmulas claras e impersonales”, para lo cual hay que sacar del objeto más
elemental (la lluvia, el prado, un vaso, una naranja), un discurso completo.
“El objeto es siempre más importante, más interesante, más capaz: no tiene
ningún deber conmigo, soy yo quien tiene todos los deberes respecto a él”. En cada
palabra escogida todo es significativo: la etimología, el sonido, la grafía. Constata
lo real no sólo en la presencia de los objetos sino también en la forma de las
palabras. De este modo, todo poema no es una invención súbita sino una
producción, no existiendo diferencia entre el proceso y la obra. Toda metáfora
utilizada no señala la analogía entre los objetos sino que desvela sus
diferencias, afirmando que “la variedad de las cosas es en realidad lo que me
constituye”. Las cosas, mudas, lanzan el reto al lenguaje de ser nombradas.
Ponge, al hablar del objet (objeto) del poema, crea unos neologismos: objeu (objuego), y objoie (obgozo). Ciertamente, la alegría y lo lúdico se hallan bien
presentes en este Cuaderno del bosque de
pinos.
© Copyright Rafael González Serrano
Gracias por la información.
ResponderEliminarDe turbio..." Cuaderno del bosque....."
ResponderEliminarAtrapan tus letras dando brillo
a un hermoso árbol,
detallando su ramaje en poesía.
¡¡¡ precioso !!!
un beso desde Argentina
Muchas gracias por tu comentario que tan bien ilustra el sutil lirismo pongiano.
EliminarOtro beso para ti.
Rafael, un placer leerte.
ResponderEliminarDe vez en cuando intento lidiar con al naturaleza y el resultado queda bastante bien. Las metáforas, bien utilizadas, son un artilugio Davinciano muy manejable...
M eha gustado. Saludos, Anna
Muchas gracias a ti, Anna, por valorar mi entrada. Sigamos con las metáforas creadoras de significados ocultos.
ResponderEliminarSaludos, Rafael
Precisamente hoy he leído un poema de Ponge traducido, en su momento, por Borges.
ResponderEliminarFelicidades por el artículo, Rafael. Un saludo.
Gracias a ti, José María; ya te he respondido a lo del libro. Seguimos en contacto. Un saludo.
EliminarNo lo conocía
ResponderEliminarni el texto ni el autor
y me gusta aprender
de cuanto no sé,
que es muchísimo,
soy un pozo sin fondo
absorbiendo literatura.
Me alegro de que mis entradas te sirvan, Teresa. Un afectuoso saludo.
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