Finalizadas en 1922, las Elegías
de Duino son fruto de más de diez años de trabajo creador. Deben su nombre a la
localidad donde Rilke las inició, Duino (cerca de Trieste), en el castillo de
su protectora la princesa Marie von Thurn und Taxis; las continuó escribiendo
en Paris, Munich, Venecia, Ronda; y las concluyó en el castillo de Muzot, en
Suiza. Consta la obra de diez poemas, cada uno de los cuales trata unos temas
–en ocasiones, repetidos de uno a otro
poema–, y el conjunto de las composiciones otorga un sentido general a la obra.
La interpretación de ella es deudora del excelente análisis, con precisas y
esclarecedoras notas, debido a Eustaquio Barjau.
La Elegía I se inicia con una
interrogación. “¿Quién si yo gritara, me oiría desde las jerarquías de los
ángeles?” Ya están presentes en ella los símbolos de todas las demás: el ángel,
el animal, la amante repudiada, el espacio, el viento, la noche... La idea del
libro es que la misión del poeta es salvar con su palabra todas las cosas. Mas
afirma que “todo ángel es terrible”, así que al hombre le queda como recurso
“algún árbol en la ladera”, “la calle de ayer”, “la noche”... “las primaveras”.
Se pregunta si “¿No es tiempo de que amando / nos libremos del ser amado y
resistamos [los dolores] estremecidos?”,
en una propuesta de abandonar el amor posesivo. No escuchan nuestras voces ni
los santos, ni los muertos, para quienes es extraño “no habitar ya la tierra
/.... / e incluso el propio nombre / dejarlo a un lado, como un juguete roto”. Los
ángeles –tan ajenos están– que no saben si andan entre vivos o muertos; y,
agrega el poeta, si “¿podríamos ser sin ellos?”
En la Elegía II incide sobre los
temas del ángel, el hombre y el amante. Ellos, los ángeles son “los mimados de
la creación” y, por tanto, “líneas de altura, crestas de todo lo creado...
quicio de la luz, pasadizos, escalas, tronos...” Pero nosotros nos evaporamos,
nos disipamos y, duda Rilke, de que los ángeles cojan algo de nosotros (“¿Sabe
a nosotros / el espacio del mundo en el que nos disolvemos?”), o si sólo cogen
lo “Suyo”.Afirma que los amantes que se prometen eternidad –“os eleváis uno a
la boca / del otro y os disponéis a beber: bebida junto a bebida” –, se pierden
a sí mismos, no son capaces de recogerse de nuevo en sí como los ángeles.
Ha sido considerada la Elegía III
como el poema que indaga en los íntimos fundamentos del amor. El joven amante
se preguntará por los elementos luminosos del “semblante / de su amada”, así
como sobre la conmoción que en él origina la muchacha, aunque “miedos más
viejos, no obstante, / irrumpieron en él de este empuje”. Refiere cuáles son
los miedos de la madre por el destino del niño, al que protege, aunque su
protección llegue sólo a los umbrales del sueño, puesto que en el sueño
(“¿quién impedirá, dentro, en él las aguas del origen?”); solo, pues, se debe
enfrentar a su origen. Y de esa selva de su interior, el niño debe salir amando
su interior (“saliendo de sus propias raíces”), es decir, abandonando su
individualidad. Se ve abocado así al abismo, a lo Terrible: “lo Horrible
sonreía”. Porque lo que se le ha adelantado a la muchacha, es todo lo que ha
sido antes que ellos, la estirpe que les ha precedido; bien que ella, sin
saberlo, haya conjurado esos tiempos remotos que surgen en el amante.
Se expresa la unión entre la vida
y la muerte en la Elegía IV, pues ambos están presentes simultáneamente: “El
florecer y el secarse están presentes a un tiempo en nuestra conciencia”. Los
animales no saben del envejecimiento y la muerte. Sin embargo, el hombre piensa
en algo y su contrario; incluso entre los amantes ocurre. Muestra Rilke el
espectáculo del corazón, y rechaza las “máscaras a medio llenar”, prefiriendo
al “muñeco” que observa la desaparición de los seres queridos. Aparece la
imagen del padre, a quien apela: “tú, padre mío, que, desde que estás muerto, a
menudo / en mi esperanza, dentro de mí, tienes miedo / y serena indiferencia...”
También recuerda a las mujeres que le amaron. Pero la presencia del ángel hace
que surja “el ciclo de toda la transformación”. Rememora la infancia, en la que
el niño está “en el espacio intermedio entre mundo y juguete”. Pero se pregunta
“¿Quién hace la muerte de los niños / con pan gris...?” La muerte es quien está
antes de la vida y quien la seguirá.
La Elegía V está dedicada a una
troupe de saltimbanquis, tomando a esos acróbatas como símbolo de lo
perecedero: “¿Pero quiénes son ellos, los ambulantes, esos un poco / más
fugaces aún que nosotros mismos?” El hombre va también, como ellos, de un lado
a otro, tal que nómada. Esos seres marginales actúan en los suburbios, fuera de
la ciudad (signo de lo artificial, enfrentada a la naturaleza). Aunque, en
torno a ellos, también florece la falsa flor de la aparente sonrisa, ya que la
contemplación del espectáculo impide que
“se te haga más claro un dolor en las cercanías del corazón”. Solamente el
ángel sería el artífice de poder trocar lo visible en invisible. Hay una
referencia a Paris, lugar donde se identifican la moda y la Señora Muerte. Ante
el ángel, ¿lanzarían sus monedas el corro de espectadores, muertos callados, a
la pareja que ha ejecutado felizmente su número?
En la Elegía VI se representa la
figura del héroe. Éste, de entre los humanos, es el más próximo a atravesar el
umbral de lo invisible. Recurre el poeta a la figura de la higuera, puesto que
es un árbol que ofrece su fruto sin que haya floración, o sea, que ofrece su
“puro secreto” sin pasar por estadios intermedios inesenciales. Hay también una
analogía entre la higuera y la fuente, símbolos ambos tanto del nacimiento como
de la muerte. “Nosotros en cambio nos demoramos”, el hombre se entretiene en su
florecer, y “nuestro fruto finito” (la muerte) se intenta retrasar. Sin
embargo, el héroe, y los que mueren jóvenes, están cercanos y se enfrentan a
“quien nos silencia oscuramente”, es decir, el destino. El héroe concretado en
este poema es Sansón, que ya lo era en el seno de su madre. Mas el héroe, en
general, es aquel que “se lanzó a través de las estancias del amor” (cada mujer
que lo amó le hizo perseverar en su empresa), y así, al final, “se erguía en el
límite de las sonrisas, diferente”.
© Copyright Rafael González Serrano
A mi parecer buena tu pagina, de las pocas que rinden homenaje a esta colección de poemas influyentes.
ResponderEliminarTe correspondo con modestia en mis impresiones sobre Rilke y su obra:
http://siabala-obras.blogspot.com/
Abrazos sinceros desde Lima!
A mi parecer buena tu pagina, de las pocas que rinden homenaje a esta colección de poemas influyentes.
ResponderEliminarTe correspondo con modestia en mis impresiones sobre Rilke y su obra:
http://siabala-obras.blogspot.com/
Abrazos sinceros desde Lima!