Zbigniew Herbert publica Informe
desde la ciudad sitiada en 1984. Fue un poeta y escritor polaco nacido
en Lwów en 1924 (ciudad de Polonia que pasó a ser la actual Lvov, en Ucrania,
tras la Segunda Guerra Mundial). Recibe su formación de manera clandestina en
la Polonia ocupada. Hasta después de la muerte de Stalin no comienza a publicar
sus libros. En 1956 sale su primer poemario, Cuerda de luz. Luego
vendrán Hermes, el perro y la estrella (1957), Estudio del objeto
(1961), Don Cógito (1974) o, la posterior al Informe, Elegía
a la partida (1990). Es también un prolífico autor dramático, así como
un agudo ensayista con títulos como Un bárbaro en el jardín (1962).
Murió en Varsovia en 1998.
Informe desde la ciudad sitiada y
otros poemas (que así es su título original), en su versión española padece la amputación de poemas pertenecientes a su primera edición y la
inclusión de otros anteriores en bastantes años, puede que al amparo de ese
abarcador “…y otros poemas” (en una
interpretación quizá bastante libérrima). Nos basaremos pues –no nos queda otro
remedio– en esta edición en español.
El poema central del libro es una
meditación sobre la opresión, la conciencia ética y la libertad personal.
Consta de cincuenta y nueve largos versos libres entre los que hay versos
individuales y agrupaciones de versos en estrofas irregulares. Se inicia con el
hablante relatando cómo él: “Demasiado viejo para llevar las armas y luchar
como los otros– / fui designado como un favor para el mediocre papel de
cronista” Marca así una secuencia de hechos que van sucediéndose a lo largo de
siete días. Describe con objetividad: “evito comentarios las emociones mantengo
a raya escribo sobre hechos”; narra sus observaciones: “al atardecer me gusta
deambular por los confines de la Ciudad /… / escucho el tronar de los tambores
los alaridos bárbaros / en verdad es inconcebible que la Ciudad todavía se
defienda”.
El poema tiene un cariz en buena
medida pesimista, pues vaticina una futura derrota de esa Ciudad –“el asedio
continúa los enemigos deben ser reemplazados / nada les une excepto el anhelo
de nuestra destrucción / galos tártaros suecos huestes del César…–, abocando
así la existencia humana a la soledad (“a quienes alcanzó la desdicha están
siempre solos”). Aunque también la esperanza se puede encontrar en que haya un
solo superviviente: “si cae la Ciudad y uno solo sobrevive / él portará consigo
la Ciudad por los caminos del exilio / él será la Ciudad.” Concluye, no
obstante, que cualquier anhelo de salvación frente a la opresión y la injusticia
está en los sueños: “sólo nuestros sueños no fueron humillados.”
Esa Ciudad es el núcleo fundamental
de los valores que todo ser humano lleva; los que renuncian a la lucha frente
al asedio externo no poseen conciencia de los principios esenciales de la
libertad. Aunque la Ciudad pueda ser entendida en un sentido genérico y
simbólico –como ese foco primordial de las virtudes que todo hombre porta–,
también subyace, y es claramente identificable, un alegato crítico contra la
ley marcial impuesta por el régimen socialista en 1981 a los polacos. Esa
Ciudad no sólo es Varsovia –o Polonia–; pero también lo es.
En el poemario aparecen también
otros motivos recurrentes en la obra de Herbert. Tal es la referencia a los
elementos históricos –y mitológicos–, así como la presencia de esa figura mitad
alter ego mitad método de distanciamiento del propio autor, que es Don Cógito. La
Historia –o la Mitología–, por medio de los personajes rememorados y los
acontecimientos narrados, son un instrumento para comprender el momento presente. En esa
Historia el mal abunda y, por ello, desenmascararlo es una forma de enfrentarse o,
al menos, resistirse a él. Mas no sólo ofreciendo una actitud que reivindique un
sentido ético (lo cual implicaría cierta visión idealista), sino también mediante la aplicación de un método de contraste irónico, tal y como hace Herbert.
Esto se observa en composiciones
como El
Divino Claudio o Habla Damastes apodado Procusto. En
la primera, establece una semblanza del emperador que, entre el cinismo y la
autoburla, reivindica su figura: “durante años representé el papel de zoquete /
los idiotas viven más seguros”; se jacta de su formación, tanto la culta como
la recibida en tabernas y lupanares; y duda de sus crueles decretos: “al
parecer / ordené ejecutar / a treinta y
cinco senadores.” Para concluir alardeando de haber añadido al alfabeto dos
nuevas letras: “amplié las fronteras del habla esto es las fronteras de la
libertad.” Procusto rechaza el calificativo de asesino pues “en realidad fui un
erudito reformador social / mi verdadera pasión fue la antropometría”, y añade
con desfachatez que: “la meta era sublime el progreso exige víctimas.” Porque
los tiranos justifican sus crueldades en nombre de los logros prácticos o los
nobles ideales (o totalitarios proyectos: así Procusto lo que deseaba era “a
una humanidad asquerosamente heterogénea conferir una forma única”).
Don Cógito es ese filósofo
escéptico que, a pesar de ser consciente de lo imposible de su tarea, intenta
darle un sentido lógico a las cosas, descubrir la verdad que subyace bajo la
supuesta realidad que trata de confundir sustancia y apariencia. En El
alma de Don Cógito, con tono melancólico, expresa cómo, ante el regreso
de su alma: “la mira de reojo / cuando se sienta frente al espejo / y sus
cabellos cepilla / enredados y grises.” Y en El monstruo de Don Cógito
precisamente reta al monstruo que “destruye la construcción del pensamiento.” Y
esa batalla debe darse “antes de que sobrevenga / un sucumbir por inercia / una
vulgar muerte innoble.” Deseo de racionalidad frente a la mentira de la falsa
realidad, de ese infierno en la tierra. Ya en un poema anterior de esta serie,
pero recogido en este libro, plantea precisamente Qué piensa Don Cógito del
Infierno (y los que ocupan el más bajo círculo no son sino los artistas,
“llenos de espejos, instrumentos y retratos”).
Una de las finalidades del libro de
Herbert es, mediante la palabra poética, presentar la crítica de un mundo en el que reina el terror contra
los hombres concretos, violentados en nombre de diversos abstractos
totalizadores. En sus poemas siempre se halla presente la perspectiva reflexivo-intelectual
–lejos de la impulsividad emocional, y con el frecuente uso del distanciamiento
irónico–, marcando el énfasis en los seres humanos y su dignidad, aunque la
gente esté atrapada en el engranaje ineluctable del destino. El anhelo de
verdad es un motivo crucial de la poesía de Herbert que, en última instancia,
va más allá de las preocupaciones meramente sociopolíticas para aspirar al
sueño de alcanzar el conocimiento, la claridad del ser. Pretendiendo obtenerlo
mediante lo que él mismo definía como la calidad
de transparencia semántica: “característica de un signo que consiste en que
durante el tiempo en que se usa ese signo, la atención se dirige hacia el
objeto denotado y no hacia el signo en sí”.
© Copyright Rafael González Serrano
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Sí hay soledad y esperanza en estos versos, sí. Y es que la soledad es compañera del poeta. Se nos queda pegada como un imán. También la luz está ahí, asomando.
ResponderEliminarUn abrazo. Ada
Sí, Ada; hay en los versos de Herbert la dignidad del resistente frente a cualquier imposición, desde la independencia (o sea, la soledad). Gracias, como siempre, por tu afectuosos comentario.
EliminarSiempre me ha interesado la Historia de Polonia, que tengo previsto visitar próximamente y su lucha contra el totalitarismo que también se hizo a través de la poesía. Gracias por invitarme a tu blog y por esta brillante lección. Un saludo
ResponderEliminarTe animo a que visites Polonia, pues tiene ciudades muy interesantes aunque no sean muy conocidas: Poznan, Wroclaw, Cracovia, Rynek; o la misma Varsovia. También merece la pena leer a sus poetas y escritores: Milosz, Szymborska, Herbert, Rozewicz... Gracias por tu comentario y un saludo.
EliminarGracias por invitarme a conocer esta historia
ResponderEliminarGracias a ti por responder y seguir esta nueva entrada mía.
EliminarPero los signos son cambiantes e imprecisos y por desgracia lo mejor de su semántica es vampirizado una y otra vez por los artífices del engaño.
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