Como ya el propio título indica, Ars fragminis, se trata de un “arte del fragmento” porque es éste, y no un discurso totalizador, el que a través del proceso de narración articula el texto. De esta forma, el autor escruta y reflexiona sobre los misterios de la cotidianeidad, la literatura y la escritura misma.
La memoria y su poder asociativo (“cada memoria es anexo de otra”), el descubrimiento iluminador (“el pensamiento vislumbra paraísos que el cuerpo no termina de alcanzar”), el juicio preciso (“lo elemental no es lo simple sino lo imprescindible”), la percepción lúcida (“el absoluto es demasiado sencillo de enunciar”), son sólo algunos de los instrumentos utilizados en este recorrido por la interpretación reflexiva o intuitiva del mundo y sus enigmas.
Impresiones, sueños y lecturas constituyen la urdimbre textual; y, azuzados por el asombro y la inquietud intelectual, forjan la aventura poética ofrecida por la palabra que, como elemento catalizador, es capaz de hacer visible tanto el conocimiento de sí misma como de la realidad observada. Porque “la naturaleza de lo real es una multiplicidad de términos que sólo a través de la palabra se deja, bellamente, conjurar”.
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