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domingo, 23 de junio de 2013

José Luis Nieto Aranda: Diario de improvisaciones

Impresionante diario no fechado, y en el que lo improvisado es profunda reflexión, el que nos propone José Luis Nieto en este nuevo libro (de honda, iluminada y auténtica poesía, bien que escrita en prosa), en este Diario de improvisaciones. Porque el autor realiza una travesía por el interior del ser humano y de lo que le es propio en su existencia, desde el deseo al escepticismo, en una trayectoria que recorre un sendero de desencantos enhebrados en el implacable transcurrir del tiempo.
Se inicia el libro con una semblanza –tan ficticia como real– de la propia voz poética, ese Boris Lubernieff, más que posible alter ego que “recoge las esquirlas del minutero, desliando los nudos de la cuerda que ahorca sus temores”. En esta introducción se encuentra toda una declaración de intenciones: desde la impostura hasta la caída de las esperanzas vitales, reflejado todo ello en el espejo de una mirada irónica.
Circulan por el texto los rasgos difusos de la máscara: “Yo mismo soy una mentira y toco cada fibra de mi embuste esperando que alguna certeza le escupa”. O la brevedad de lo dado y vivido, de lo que nos recorre. Ya que el tiempo, siempre acechante, siempre implacable, es el juez último y, por ello, hay que apurar lo fugaz, de tal suerte que pueda decir ese yo poético: “me he hecho un gourmet de los instantes”.
En el eje del tiempo está esa nostalgia que nos incita (aunque sólo sea en la memoria), puesto que lo que fue o pudo ser es una semilla generadora a la par que –como ve el poeta–  una coartada: “brindemos por todo aquello que no está, por todo aquello que se ha ido y que no sabemos si llegará a descansar en el fondo del sótano de nuestras vidas o se marcará en las almas con la tinta indeleble de la cobardía”. Recuerdo, pero también olvido, ya que “el olvido es la ley y la distancia su moneda”.
Ante la incertidumbre (la que habita en la noche o cualquier otra), hay que dejarse llevar por el azar: “Voy a aprender a vivir y así... aprobar la asignatura más densa de la existencia: teoría del destino”. Lo que esperamos pude obtenerse o perderse sucesivamente por su propia condición de aleatorio: “Toda ausencia o presencia es tan virtual como la capacidad de ensoñación y remembranza sin palabras”.
Y siempre entre nuestras ilusiones (en el doble sentido) el deseo, aunque “aquello que más se desea suele ser lo que nunca conseguimos y antes perdemos”. Y entre los deseos, el amor, bien que éste “es el teorema más indeterminado que los eruditos pueden enunciar entre el vuelo de un paréntesis”. Y a la caída de este sentimiento no es desde luego ajena la madurez, esa gran arruinadora de sueños.
Al poeta le resta seguir, aunque lo confiese: “sé que este río no lleva a ningún mar pero navego por él sin intentar alcanzar alguna orilla”. Como singladura a través de la noche lo son esas composiciones precedidas de la hora (esa “cena de caníbales”), donde todo es distancia (“aquí: tan lejanamente cerca”); un periplo de dolor por el vacío y la nada   (“el mar de la resaca en los acantilados de la cama”). Y. a pesar de todo, “hay que doblar la esquina y seguir”. Porque, incluso, cuando la muerte nos reclama algo: “hacemos poesía de lo pasado, elegía de la ausencia, canto de los rescoldos, trazos de lo invisible”. Así –nos lo recuerda en este sobrecogedor y lúcido libro José Luis Nieto– somos los humanos. 

© Copyright Rafael González Serrano 

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