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Ajenos/Próximos

CUANDO el uno y el dos
quieren aparentar que son lo mismo
olvidando que el dos está formado
por la secuencia del uno más el otro
sin menospreciar la cifra,
ya nunca se sabrá qué es el sumando.

Así, no es menester decir
que ciertas sumas retroceden,
restando el uno al dos
hasta que al final quedase todo
en el origen, o mejor, el cero.

No es menester decir
que hay un signo anterior a todo signo.
Que todo signo tiene su equilibrio
acercando su voz al del opuesto.

José Antonio Fernández Sánchez, Las mentiras de Platón.



Apariencia profunda

En quietud pululan los átomos,
giran en remolinos remotos las moléculas.

En la inercia vertiginosa de la piedra
arde la semilla azulosa del mineral.
Mientras, el árbol lacerado
sostiene en su copa el peso de todos los cielos.

Hay otros prodigios que sólo la mirada constata:
la rosa sobrenatural que es la rosa,
esa extensión imposible que es el océano,
la hondura estelar que otra mirada refleja.

El cuerpo, sin ambages, es la obra suprema,
y su desnudez, el máximo pulimento.

José María Piñeiro, Profano Demiurgo.


Sé que este río no lleva a ningún mar pero navego por él sin intentar alcanzar alguna orilla.
Trato de acostumbrarme a demasiadas cosas pero soy incapaz de digerirlas todas: siempre hay una proposición dispuesta a atacar al enemigo de uno mismo que es uno mismo.
Tamborileando los dedos sobre las teclas del majestuoso piano, Grieg suena a bosque, arroyo y presencia. Intento escudriñar qué hace con mi mente el Scherzo, Opus 54, nº 5 interpretado por Pletnev, en ese momento de escritura y pensamiento.
No hay signos, ni formas.
Ninguna señal se asoma al firmamento en forma de fugacidad.
Ni tan siquiera queda el aliento ni el empuje: el ánimo para el continuo esfuerzo, la palabra viva para la muerta esperanza.
Sé que este río no lleva a ningún mar pero desearía ahogarme en sus aguas para pertenecer a él y dormir en sus brazos para no temerlo.
José Luis Nieto Aranda, Diario de improvisaciones.

 

                           IV

COMENZABA a llover en el momento
en que el último ferry lanzó sus alaridos
desde el centro del río, y era como si el cielo
escribiera en el agua pequeñas partituras
todas llenas de puntos.

Se fue haciendo más fuerte el sonido constante
de las gotas de pluma sobre papel de agua,
y el niño dio una vuelta, giró su cuello sucio
gastado de penumbras,
y se puso a observar atentamente
la azul caligrafía de bellísimos trazos
que le trajo esa noche la fortuna.

Sólo al cabo de un rato,
cuando arreciaba el agua
sobre la gris pizarra del río mortecino,
y se fue oscureciendo el color del cartón
que servía de suelo y acaso de mortaja.
Sólo entonces, recuerdo que se volvió a su madre
y en una rara suerte
mezcla extraña de rito y de costumbre,
guiñó su ojo derecho y esbozó una sonrisa
preludio de una huida cruzando entre los coches
hasta un portal cercano.

Cuando le vi alejarse
cogido de la mano de su madre
pensé en llamarle por un nombre cualquiera,
decir que había olvidado
en el suelo su cama
de cartón y tristeza.

Justo en ese momento,
en el momento exacto en que la vida
del niño dependía de mi boca,
se abrieron las compuertas
del ferry tras de mi
y una rubia platino con un escote a juego
me miró. Se reía
quizá porque ese grito consiguió despertarla
del sueño que producen los barcos
por la noche.

Yo sé que no existía.
Que era quizá un espectro.
Que era un brote de niebla
destinado a alejarme para siempre
del niño y de su madre,
del cartón, las gaviotas,
el borracho y el río.
Aunque al pasar mirara
y apretara su paso moviendo las caderas,
y el tacón afilado de un zapato amarillo
resbalara en el barro acumulado
en los surcos finísimos
que se abrían entre los adoquines.

Paco Moral, Cuando la noche calló sobre Lisboa.

 
Plegaria para empezar con todo puesto

Por olvidar en cualquier banco
mi alma y el sombrero
          nómbrame
y que tu voz devuelva a las alturas
cuanto tengo

por mi pereza
a la hora de cubrir la calavera
con un pellejo hepático
          abárcame
y que sean tus brazos la costura
que soldará mi cuerpo con la tierra

por cambiar perentorio de baldosa
desdeñando un oficio olvidando la Historia
          repásame
y de las manos borra mis errores de ayer
y ese tendón que dicen conduce a la victoria

por decidir quién sube y cuántos bajan
de mi noria de plata
          rebósame rebásame inúndame
colma mi saldo con la impaciencia ajena
dejando la mía en cuarentena

y por vivir de cuanto fui tardío
           conclúyeme
y sella con tus labios y los míos
el sálvame por dios que necesito.

Rafael Soler, Las cartas que debía.



Enfermedad soy yo,
mas también soy su silencio,
su dormir impasible.
Llevo escrita la muerte:
la humana condición grabó en mi pecho
un alfabeto indescifrable
que mis ojos comprenderán sobre el abismo,
cuando ya nada importe.
Mas, mientras tanto,
mientras viva el doliente,
porque doliente soy sin que pueda evitarlo,
porque la vida está enferma de más vida,
de más doliente que sufrirá sin mí
en la ulterior estación del terco ciclo;
mientras dure el silencio de la tierra
dentro del suave arbusto que retrato,
encarno entero
y entrego al viento rubio de las horas,
miraré alrededor
sin mirada tremenda distinguiendo,
torturándome.
Hoy lo comprendo quizá no con orgullo,
pero sí con templanza.
Amaré
cuanto me sea posible el dolor fiero del mundo,
su génesis constante en el vacío
que no excluye los besos.
Y cuando mire atento mi corazón cansado
hallaré puras fuerzas,
desde el niño que fui desarrolladas,
para gritar ya hoy,
prendiendo, pese a todo, un común fuego:
"Soy este hombre que ahora vive".

Antonio Daganzo, Mientras viva el doliente.

 
INFINITIVOS

Ahondar en nocturnos
yacimientos
de barros y peligros

cavarme en los deseos, en las ruinas,
alinear los hallazgos

ordenar su evidente
desvarío

después de hurgar
en la taxonomía
de las moralidades

anotar
las mordidas, oblicuas intenciones

volver tras cada aurora,
buscar las tres heridas

eso (recuerdo que decías)
o saber que vivir
es prestada costumbre,
la pereza de un acto sin disculpa.

Francisco Caro, Calygrafías.

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