Sylvia Plath escribe su poemario Ariel durante los
dos meses anteriores a su suicidio. Es el libro tremendo de una mujer próxima a
la muerte, donde plasma sus sentimientos y sus recuerdos, sus vivencias y sus
sueños (quizá irrealizables) de una manera dura, implacable, sin subterfugios
ni concesiones.
Comienza el texto con un poema -Canción
matutina- donde invoca el amor maternal hacia su hija: “El amor te echó a
andar como un rollizo reloj de oro”. A pesar de este canto inicial, el libro está
atravesado por un sentimiento de muerte, de recriminación (al padre, al marido;
como en un ajuste de cuentas), de imposibilidad, de fracaso, de ausencia;
aunque también es un homenaje a la naturaleza, a la cotidianeidad, a la
intimidad; y, por paradójico que parezca, habita en él un ansia de celebración
-no satisfecha- de la vida.
Lady Lazarus es uno de los
poemas más conocidos de Plath. En él, desde la ironía, muestra la opresión de
la persona que habla, en una constante comparación con el nazismo (hay varias
referencias a la Segunda Guerra Mundial). Cuenta su intento de suicidio a los
veinte años, aunque, como los gatos, tiene “siete ocasiones para morir”. El
poema está transitado por un sentimiento de muerte, así como de su búsqueda:
“...Morir / es un arte, como todo. / Yo lo hago excepcionalmente bien.” Impreca
al Herr Doctor que se afana en salvarla, contra su voluntad, de la muerte. Al
final amenaza, tras un renacimiento no deseado, a Herr Dios, a Herr Lucifer, de
que “De las cenizas / con el cabello rojo me levanto / y me como a los hombres
como aire.”
El obsesivo sentimiento de muerte
también está presente en Los tulipanes: “No quería flores; sólo quería /
yacer con las palmas vueltas hacia arriba y hallarme totalmente vacía.” Esos
tulipanes son un símbolo de lo que le oprime, y los presenta como unos enemigos
que se le “comen el oxígeno”. Por ello, “Los tulipanes tendrían que estar entre
rejas, como animales peligrosos.” El Olmo es otro interlocutor tan
desgraciado como la poeta. Y la luna -uno de los símbolos recurrentes de Plath-
es despiadada: “suele tirar de mi / sin compasión”. Aunque busca el amor (“En
mi vive un grito. / Por la noche aletea, / buscando, con sus garras, un objeto
de amor) sufre la carencia: “Tales son la faltas aisladas y lentas / que matan
y matan y matan.” De nuevo, el acabamiento.
Ariel es el poema más
celebre de Plath. Ariel es un nombre hebreo que significa león de Dios. Además,
es un personaje de la obra de Shakespeare La tempestad. Se inicia con
una liberación: “Estasis en la oscuridad. / Luego, el torrente azul
insustancial / de la colina y sus lejanías”, bien que ese torrente azul (la
vida) esté lleno de pedregosos caminos, de dificultades (se debe entender
“estasis” en su significado griego, como parada). Hay en el poema varias
referencias a Ariel. Una al sentido etimológico, “leona de Dios”; otra a su
caballo del mismo nombre: “El surco / se abre y pasa, hermano / del arco marrón
/ del cuello que no alcanzo a atrapar”. Necesita alcanzar ese caballo con el
fin de escapar de la realidad. Ansia de libertad también expresada cuando se
refiere a Lady Godiva: “Blanca / Godiva, me despojo / de manos muertas y
muertos aprietos” La tercera referencia a Ariel está en “Y ahora / me hago
espuma de trigo, centelleo de mares” (hay que recordar que el personaje se
sacrificó saltando al mar, donde se convirtió en espuma). No deja de aparecer
una de sus constantes: “Y yo / soy la flecha, / el rocío que vuela / suicida”,
donde se refiere a un deseo que puede ser destructor. En esta composición están
muy vivos los sentimientos de Plath de privación de la libertad, la asfixia y
la incapacidad de desprenderse de los afanes cotidianos de la vida.
Si en Medusa el reproche
de quien habla se dirige hacia la madre (“yo no te llamé”, y concluye con un
“no hay nada entre nosotros”) en Daddy -otro de sus poemas más
representativos- el objeto de sus versos será el padre (ya sea real o
imaginario) como símbolo de la opresión. Utiliza las imágenes sobre el
Holocausto como una metáfora sobre la compleja relación con la figura paterna
(una “bolsa llena de Dios”): “ya no me sirves, zapato negro, / en el cual he
vivido como un pie / durante treinta años”.
Hay un paralelismo en la relación con el padre con la de un nazi y un
judío, opresor-oprimido. Quiere romper con la memoria del padre -“papaíto, he
tenido que matarte”-, aunque rememore la juvenil tentativa de suicidio como un
intento de volver a su padre, para así estar con él en la muerte. Establece una
relación entre padre y marido: “Saqué de ti un modelo, / un hombre de negro con
aire de Meinkampf”. Quizá se pueda interpretar esta analogía como la
manifestación de un complejo de Electra (se sintió atraída por el también poeta
Ted Hughes porque le recordaba a su padre). Ese marido, que como un vampiro le
estuvo bebiendo la sangre siete años, tendrá el mismo fin, pues “Si ya he
matado a un hombre, que sean dos”. Desenlace duro, cruel, definitivo: “hay una
estaca en tu negro y grasiento corazón”; “y a la gente del pueblo nunca les
gustaste. / Bailan y patalean encima de ti”.
Edge (filo, borde, orilla) es el poema del fin. Despedida
concluyente; renuncia irrevocable de la vida, conclusión radical y evidente del
libro (a pesar de que, en muchas ediciones, vaya en penúltimo lugar). Vuelve a aparecer
la luna, que no se entristecerá pues está acostumbrada a estas cosas. “La mujer
alcanzó la perfección. / Su cuerpo muerto muestra la sonrisa de la realización;
/ la apariencia de una necesidad griega / fluye por los pergaminos de su toga; /
sus pies desnudos parecen decir: / hasta aquí hemos llegado, se acabó”.
Ariel apareció, es obvio, póstumamente (la autora sólo publicó en
vida otro libro de poesía, El coloso),
pero se ha convertido en un texto de referencia por su enorme calidad literaria.
Los temas tratados -aparte de los ya referidos- son imposibles de sintetizar:
lo cotidiano en Berck-Plage (el más
extenso) o en La reunión de las abejas;
el sacrificio en La canción de María;
la ruptura en Corte; el fuego
torturador y purificador en Fiebre de
39,5º. Y, de nuevo, el caballo como símbolo en Ovejas en la niebla; y, como no, la muerte en explícito título, Muerte S. A.
La mayor parte de los poemas son
largos (sólo se adelgazan los últimos, o Ariel,
condensando el sentido); desarrollan, en ocasiones, una historia, mas
envolviendo la realidad tras una serie de imágenes muy personales. Metaforiza
la experiencia vital, usando claves entendibles por los que estén en un similar
mundo de representación. No es una poesía culturalista, a pesar de las citas
históricas o musicales, o de que mencione personajes literarios, mitológicos o
religiosos. Se ha hablado de poesía confesional, pero quizá crea un personaje
que no es estrictamente ella misma -ya que a veces distorsiona los datos de su
propia biografía-, que le sirve para escribir de lo que desea o necesita. A
parte del contenido, el uso de combinaciones inusuales, dolorosas expresiones,
sorprendentes metáforas o, incluso, imágenes de fuerza brutal, confieren la
singularidad que ha hecho de este libro una obra clásica.
© Copyright Rafael González Serrano